Querido lector, me gustaría en esta última firma del curso compartir con usted unas impresiones sobre el triunfo de la razón ante el mundo de las opiniones – ay madre, tan cambiante – y sobre el mundo de lo científicamente comprobable – ay madre, tan rígido –. ¿Podremos llegar a un acuerdo? Confío en que ambos seamos razonables…

Confieso que me encuentro algo incómoda ante la dicotomía entre el mundo de la “Ciencia“– atento por favor a la mayúscula que enfatiza la veneración que se le tributa  –   y el  mundo de las opiniones y los valores al estilo del poeta Campoamor cuando canta que “no hay verdad ni mentira; todo es del color del cristal con que se mira”. Esa situación pareciera inamovible cuando se habla de física, química, ciencias naturales… pero se vuelve de  pronto espectacularmente flexible cuando de opiniones o juicios morales estamos hablando. ¿Será esto razonable?

Ante esta tesitura, los asuntos del espíritu quedan relegados a la última fila del espectáculo… se alejan ese espíritu y esa inteligencia que podrían ser capaces de aupar la razón por encima de los sentimientos y de la diosa ciencia… Es más, si osamos hablar en clave de “espíritu” quizás nos consideren salidos de las catacumbas, en el mejor de los casos.

Y entonces yo me pregunto ¿a dónde se agarra una persona cuando quiere saber dónde se encuentra la bondad y la verdad – Bondad y Verdad – de las cosas? Tenga en cuenta, querido lector, que si estamos al margen de las concepciones religiosas que campan a sus anchas en las catacumbas… ¿Cómo es posible entonces conseguir la fundamentación ética de las deliberaciones económicas, políticas, sociales… al margen del espíritu? Mire que no le hablo de que la religión se inmiscuya en todos los asuntos, no van por ahí los tiros…  hablo de quién ha de iluminar y purificar la aplicación de la razón, de quién muestra el camino de los principios morales objetivos.

Qué vértigo siento cuando pienso en la posible erradicación de estos principios morales objetivos, que quedan a merced del pragmatismo, el materialismo científico o la propia escala de valores. ¡Aúpa la razón humana empapada de espíritu! Esta razón humana donde caben el corazón, la belleza, la bondad, la diferencia entre el bien y el mal…

Le sugiero que seamos razonables – más que racionales – y permitamos a la razón alzar la vista por encima de lo que puede ser verificado experimentalmente, permitamos a la razón abrir su horizonte y reencontrarse con el espíritu. Así la búsqueda de la verdad será realmente enriquecedora, sí, porque la verdad conduce al perfeccionamiento de cada uno. Y de los demás, ya que las razones del  otro llaman mi atención sobre otros caminos también enriquecedores… No podría ser de otro modo, porque el  hecho de que tengamos opiniones diferentes no implica que no haya una verdad – Verdad – sobre el tema, así que sigamos caminando en su búsqueda, sin plegarnos a un mal entendido pluralismo. Ya lo decían estas sabias palabras de la novela de Susana Tamaro Donde el corazón te lleve: “Antes de juzgar a una persona, camina durante tres lunas con sus mocasines”.

Así que si yo le digo “tiene usted razón”, desconfíe atento lector, desconfíe porque quizás se lo diga porque simplemente piensa como yo (¡).

Además, ¿quién querría estar de acuerdo en todo con el resto del mundo? ¡No, por Dios! Queremos – debemos – aprender de la experiencia y las razones del otro, ya que lo que buscamos no es el consenso, sino la verdad – la Verdad –. ¿Le parezco razonable?

Por todo ello, quiero – tanto para mí como para usted – seguir pensando y haciendo pensar a los demás, seguir deseando aprender, no darnos nunca por satisfechos con lo que se ha hecho siempre, no mutilar la creatividad.

Qué gran reto es el ser capaz de poder dar razón de mis actos y de mis razones, valga la redundancia. ¿Puedo  hacerlo? Le confieso que  tengo mis dudas… creo que tengo que seguir profundizando en mí misma, buscando respuestas más hondas…

P.D.: Querido lector, le deseo un verano lleno de buena razón, “refrescada “por el Espíritu.