Noviembre mes de… las ánimas (o dicho de otro modo, cómo la estética, la ética y la metafísica no están tan lejanas como creemos en nuestro día a día).
Noviembre, mes de las ánimas, como me enseñaron mis abuelos en esa niñez en el pueblo, despertando en aquella infantil imaginación febriles imágenes de cementerios y otros seres infernales que hacían que mi hermana y yo nos escondiéramos debajo de las sábanas entre risas nerviosas y horrorizadas.
Pasados unos años, sonrío al recordar aquellos vaivenes, y me regocijo en esa madurez que nos permite ser personas “en el espíritu” –y en el Espíritu-. Me explico enseguida, amable lector.
Coincidirá rápidamente conmigo si le digo que en el misterio de ser personas aparecen aspectos que nos aúnan a todos nosotros, aspectos como la libertad inteligente, la relación (“No hay más invierno que la soledad”, rezaba nuestro poeta Pedro Salinas), y esos sentimientos que tanto nos templan y destemplan.
Hoy me gustaría hacer hincapié en otro de los aspectos que nos hermanan a todos nosotros como personas. Hablo del espíritu, ahora con minúscula. Y si continúa leyendo, se sorprenderá al ver qué concreto y sencillo puede ser este tema del espíritu, unas líneas más y se sorprenderá…
El amanecer que ha contemplado hoy, esa insondable tez llena de arrugas del anciano con el que se ha cruzado, los chispeantes ojos de ese bebé… todo es un grito a la belleza. ¿Aún no se había dado cuenta de que estamos hechos para saborear la belleza? ¡Que no todo es el alimento, la profesión, el divertimento, el saber o el comunicar! También y muy principalmente el gozar de la belleza. ¿No siente que estamos llamados a la plenitud a través de este anhelo? ¿Acaso se cansa de ver atardecer? Es algo inequívoco y constante, que nos eleva de nuestras imperfecciones hacia la búsqueda de algo mejor. Pues este anhelo que nos hermana a usted y a mí no es ni más ni menos que la experiencia estética, parte de esa dimensión espiritual de la que estamos hablando.
La relación entre la estética y la ética –he aquí otro de los aspectos del espíritu que venimos tratando y bajando al día a día –es tan estrecha… no en vano los griegos llamaban hermosa a toda conducta buena, identificando lo bello y lo bueno –la excelencia-. Esta moral o ética nos salva de nosotros mismos y adquiere mayor importancia que el último hallazgo de la física cuántica, ya que gracias a ella podemos habitar la tierra. Gracias a la ética, uno escoge libremente -si quiere- la conducta más digna y “salta al ruedo” para conseguir esta dignidad en su obrar. ¿Qué es un riesgo? Por supuesto, doy fe de que podemos elegir mal, de ahí precisamente la necesidad de la ética como ese faro que ilumina en las tormentas…
Además, atento lector, todavía nos queda un aspecto más al hablar del espíritu… y es la metafísica. No piense que esto no es para usted, ya que cada vez que se pregunta por el sentido de la vida, del dolor, de la enfermedad, de la muerte… está usted siendo una persona metafísica, o dicho más sencillamente, que se cuestiona.
No sé a usted, pero a mí las respuestas a todas estas preguntas me llevan “cuesta abajo y sin frenos” hacia Él. Nuestras limitaciones, nuestra transitoriedad… dejan entrever al Pintor de este óleo que es nuestra vida. Y en este momento, sí, ya podríamos empezar a hablar del Espíritu con mayúscula… pero cuídese, atento lector, que «El Espíritu de Dios… sopla donde quiere y no sabes de donde viene ni a donde va…[1]»
[1] Jn 3,8