Se cumplen 30 años desde el origen de la Hospitalidad Diocesana de Ntra. Sra. de Lourdes, en Zaragoza. De entre los 500 peregrinos, voluntarios y enfermos que han participado en esta ocasión, se ha vuelto a contar con la presencia y el apoyo de la Pastoral Penitenciaria archidiocesana. Varias personas que residen en las cárceles de Aragón han querido compartir su testimonio, incluida Marga, la primera mujer interna que ha vivido esta experiencia tan especial.
Marga (46) se siente agradecida de haber podido formar parte de una peregrinación “tan única”, aunque reconoce que le gustaría entender mejor la profundidad espiritual de momentos como este: “Yo soy una persona poco creyente pero he sentido que hay muchísimas personas que necesitan ayuda. Tengo la sensación de que me gustaría sentir lo mismo que sienten mis compañeros (…). Me queda un poco de trabajo para poder conseguir esa huella que ha podido dejar en el resto”.
Javier Valenzuela (60) ha acudido en representación de la Pastoral Penitenciaria, como responsable del grupo de internos, después de tres años participando: “El primero vine como interno del Centro Penitenciario de Daroca. Tuve una experiencia de fe que me marcó y ya no he dejado de venir”. Destaca la buena labor de nuestros protagonistas durante esta peregrinación: “Les doy las gracias a todos los internos porque ha sido inolvidable”. Asimismo, confiesa que esta experiencia le ha llegado al corazón: “He tenido algunos momentos muy importantes; algunos me los guardo para mí; con un sacerdote, con algunos enfermos. Y yo quiero seguir. La Virgen está aquí y hay que venir a visitarla”.
“Por mí, volvería a repetir”, confirma José Antonio, de 52 años. Alberto (56) le quita la palabra: “Ha sido una experiencia inolvidable. No me esperaba algo así. Todo ha estado muy ordenado. Todo ha estado en su sitio. ¡Tanta gente y todo funciona! Donde estamos nosotros, todo son prisas. Sólo pensar en la cola del Economato… Aquí iba todo ordenado. Me he emocionado despidiéndome del caballero con el que he compartido”.
Los 80 ancianos y enfermos que participan cada año en esta peregrinación juegan un papel fundamental a la hora de comprender la transformación que supone para cada voluntario esta vivencia: “Lo importante es conocer a las personas con las que compartimos, escucharlas y comprenderlas (…). Creo que, cuando haces una cosa con amor y devoción, sale sola. Por eso quiero destacar que me quedo con la cara de los ancianos y enfermos cuando te veían por primera vez. Cómo se iluminaban sus ojos, la gratitud que mostraban”, explica Christian (40) con emoción.
Esa gratitud que subrayan haber experimentado estos seis hermanos privados de libertad es la que apunta a la trascendencia que puede apreciarse en un lugar tan especial como el Santuario de Ntra. Sra. de Lourdes: “Aquí se siente el amor y el cariño de Dios. ¡Esto es tremendo!”, exclama Francisco (58); a quien sigue Carlos (44): “Yo he sido cristiano toda mi vida y he buscado a Dios en todos los sitios, pero en estas convivencias te das cuenta de que Dios está realmente en las personas. Lo ves en las personas mayores y jóvenes y es tan satisfactorio que te llena de orgullo”.
El más veterano de todo el grupo es Juan Antonio. Con 75 años, es voluntario en la Pastoral Penitenciaria de la diócesis de Teruel y Albarracín. También ha querido compartir su experiencia, recordando la importancia que tiene un hecho como el de estos días en relación al Año Jubilar de la Esperanza: “Aquí puede palparse el núcleo del Evangelio: el sentirnos uno con Jesús y acompañados por María. Don Carlos nos ha hablado del «manantial de agua que no cesa» y lo ha relacionado con la Esperanza. Este año estamos viviendo el Jubileo de la Esperanza y estamos llamados a ser signos de esperanza. Somos receptores y vasijas que se llenan de esa esperanza pero no para nosotros sino para darla de beber al resto de la gente de la cárcel. Todas las personas necesitan pequeñas luces de esperanza”.
Autores: Luis Sierra y Javier Muñoz