“No se trata sólo de migrantes” (2)

Seguimos con las hojuelas con azúcar (citas del Mensaje de Francisco) para convertirlas en hojuelas con miel (llegar a la lectura completa del mensaje del Papa). Así terminaba mi escrito de la semana pasada. Además, tomadas las hojuelas-citas sin atiborrarnos de golpe, las saboreamos mucho mejor. Es decir, las interiorizamos, las hacemos nuestras y las llevamos a la vida de cada día, ‘a pie de calle’.

5.- “No se trata sólo de migrantes: se trata de poner a los últimos en primer lugar. Jesucristo nos pide que no cedamos a la lógica del mundo, que justifica el abusar de los demás para lograr nuestro beneficio personal o el de nuestro grupo: ¡primero yo y luego los demás! En cambio, el verdadero lema del cristiano es ¡primero los últimos! Un espíritu individualista es terreno fértil para que madure el sentido de indiferencia hacia el prójimo, que lleva a tratarlo como puro objeto de compraventa, que induce a desinteresarse de la humanidad de los demás… ¿Acaso no son estas las actitudes que frecuentemente asumimos frente a los pobres, los marginados o los últimos de la sociedad? ¡Y cuántos últimos hay en nuestras sociedades! Entre estos, pienso sobre todo en los emigrantes, con la carga de dificultades y sufrimientos que deben soportar cada día en la búsqueda, a veces desesperada, de un lugar donde poder vivir en paz y con dignidad”.

6.- “No se trata sólo de migrantes: se trata de la persona en su totalidad, de todas las personas. El corazón de la misión de Jesús es: hacer que todos reciban el don de la vida en plenitud, según la voluntad del Padre. En cada actividad política, en cada programa, en cada acción pastoral, debemos poner siempre en el centro a la persona, en sus múltiples dimensiones, incluida la espiritual. Y esto se aplica a todas las personas, a quienes debemos reconocer la igualdad fundamental. Por lo tanto, el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.

La vida en plenitud (Jn 10,10), para Jesús y para toda persona no solo humana, sino humanizada, no es otra cosa, en primer lugar, que una vida digna. Vivir dignamente ese espacio -vida- que se extiende desde el nacimiento a la muerte. Y el primer escalón de esa vida digna es tener los medios necesarios para trabajar, alimentarse, cobijarse, vestir, formar una familia, confiar en los demás… Vivir como seres humanos. Y los emigrantes forzosos (no los emigrantes ricos que traen dinero y buscan ventajas que se les suelen conceder) no disfrutan de ese primer escalón.  Por eso tienen derecho a reclamarlo. Quienes estamos por encima de ese escalón mínimo estamos llamados a hacer que sea posible para todos vivir dignamente.

7.- “No se trata sólo de migrantes: se trata de construir la ciudad de Dios y del hombre”Los emigrantes, forzados por la pobreza o la guerra, sueñan con llegar a una tierra que creen acogedora, desarrollada¸ justa, abierta. Pero, según Francisco, son ”inocentes víctimas del ‘gran engaño’ del desarrollo tecnológico y consumista sin límites. Y así, emprenden un viaje hacia un “paraíso” que inexorablemente traiciona sus expectativas”.  Descubren que ese desarrollo no llega a todos y que está “construido sobre la explotación de muchos”.

Estamos llamados a caer en la cuenta de que la realidad es así de injusta. Que la emigración forzada es consecuencia de esa sociedad injusta. Y que, quienes llegan con esperanza, se encuentran una situación, si cabe, peor. “Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio”.

Siete consideraciones, siete pensamientos, siete llamadas hechas desde la esperanza y desde el convencimiento cristiano de que otro mundo es posible. Sin esta esperanza, las consideraciones, pensamientos, llamadas y críticas de Francisco serán incapaces de hacernos mover un solo dedo por ir mejorando esta realidad. Realidad que, ciertamente, nos desborda a cada uno individualmente, pero que pide que ninguno nos lavemos las manos, sino que vayamos abriendo nuestra mente, nuestro corazón y nuestros brazos a los hermanos emigrantes. Participando en cualquier acción sencilla en las que podamos implicarnois.

Y si estas palabras no nos mueven, aunque no sea más que un poco, quiero recordar que cada una de estas afirmaciones las fundamenta el Papa en frases del Evangelio y de San Pablo. Ciertamente más autorizadas que las suyas.

Nos recuerda, una vez más, en su mensaje los cuatro verbos que estamos llamados a ‘conjugar’ en todos los países a los que llegan emigrantes. Y ‘conjugarlos’, ir realizándolos, cada uno según nuestras posibilidades y convicciones, desde los gobiernos hasta los que convivimos con los emigrantes. Sin quedarnos solamente en los emigrantes, sino ampliándolos a todos los que sufren la injusticia o la pobreza a nuestro alrededor: “La respuesta al desafío planteado por las migraciones contemporáneas se puede resumir en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Pero estos verbos no se aplican sólo a los migrantes y a los refugiados. Expresan la misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las periferias existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Si ponemos en práctica estos verbos, contribuimos a edificar la ciudad de Dios y del hombre, promovemos el desarrollo humano integral de todas las personas y también ayudamos a la comunidad mundial a acercarse a los objetivos de desarrollo sostenible que ha establecido y que, de lo contrario, serán difíciles de alcanzar”.

Termina el mensaje recordándonos a los cristianos que, a través de esta realidad, un ‘signo de los tiempos’, el Padre nos está invitando a salvar nuestra dignidad personal y social acogiendo a los más vulnerables: “Por lo tanto, no solamente está en juego la causa de los migrantes, no se trata sólo de ellos, sino de todos nosotros, del presente y del futuro de la familia humana. Los migrantes, y especialmente aquellos más vulnerables, nos ayudan a leer los “signos de los tiempos”. A través de ellos, el Señor nos llama a una conversión, a liberarnos de los exclusivismos, de la indiferencia y de la cultura del descarte. A través de ellos, el Señor nos invita a reapropiarnos de nuestra vida cristiana en su totalidad y a contribuir, cada uno según su propia vocación, a la construcción de un mundo que responda cada vez más al plan de Dios”.

Que poco a poco, sin pausa, sin perder tiempo, todos nos sintamos y nos vayamos haciendo “sus compañeros de viaje”. Todos habitamos en la misma casa común. Y en una casa común, en una casa familiar, no hay desigualdades injustas e indignas entre los habitantes de una misma casa, de una misma familia. “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8).[1]

 

 

 

 

 

[1] Al terminar hace unos días este artículo, me encuentro con estas declaraciones del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, preguntado sobre una propuesta de un partido político español sobre los emigrantes: “El mundo se arregla no construyendo muros, sino haciendo puentes, y esto no es buenismo, es lo que me sale de la conciencia misma de mi ser cristiano y de mi ser pastor”. El cardenal abogó por hacer “casas, no fortalezas”. Aunque otra cosa sea ver cuáles son “las reglas del juego para caminar por la casa”, matizó, “yo opto por la casa”. La misma opinión expresó cuando fue preguntado por la posición de los gobiernos europeos frente al reto migratorio: “La casa es el lugar donde se reúne la familia, y en la familia hay de todo, niños, jóvenes, matrimonios, más listos y menos listos, pero todos se sienten a gusto y se les busca el lugar más oportuno para que se construyan como personas”. “¿Estamos dispuestos todos juntos a hacer casa, donde nadie sobra y somos necesarios todos, donde no se mide a la gente por el rasero de la idea que yo tengo, sino por la que tiene Dios del ser humano, que es que todos somos iguales?”. “No es poesía lo que he dicho, es necesario que esto alcance el corazón de nuestra vida”, (EL PAÍS. 13 septiembre 2019)