Como Jesús era Dios podía multiplicar los panes y los peces.
Dios puede hacer milagros. Pero no suele hacer ‘tonterías’. Como algunas que se le atribuyen. Por ejemplo, santos a quienes les cortan la cabeza, la cogen con sus manos y se marchan tan felices con su cabeza en sus manos.
Pero si Jesús multiplica los panes y peces porque es Dios, no nos está diciendo nada para nuestra vida. Porque sencillamente no somos Dios y no podemos multiplicar panes y peces.
No estamos, por tanto, ante un milagro para mostrar el ‘poder’ de Jesús. No nos serviría para nada. ya sabíamos antes que era Dios.
Me estoy refiriendo al evangelio que proclamamos y escuchamos en la Eucaristía de la fiesta del Corpus Christi, el pasado 22 de junio (Lc 9,11b-17).
El proceso del relato no es el ‘milagro de multiplicar’. El proceso es otro.
- Los discípulos a Jesús: Despide a la gente. Aquí estamos en descampado y no hay ni dónde comprar.
- Jesús a los discípulos: Dadles vosotros de comer.
- Los discípulos a Jesús: No tenemos mas que cinco panes y dos peces. A no ser que vayamos a comprar.
- Eran unos 5.000 hombres. Una cantidad más que exagerada. Muy difícil de conseguir en tiempos de Jesús. Hay que añadir, además, mujeres y niños. Tal cantidad para enfatizar el mensaje-compromiso del relato.
- Haced que se sienten. Jesús dice a sus discípulos.
- Pronunció la bendición sobre ellos. Para dar gracias a Dios.
- Los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los sirvieran a la gente.
- Comieron todos y se saciaron.
- Recogieron lo sobrado: doce cestos de trozos. Doce, número simbólico: queda para las doce tribus de Israel. Para todos.
En ningún momento del relato aparecen las palabras: milagro y multiplicación.
Por tanto, ¿dónde está la centralidad, la importancia, el mensaje del relato?
Si se trata de una multiplicación de pan y peces, no nos transmite nada: solo que Jesús, como es Dios, lo puede hacer. Nosotros, nada podemos; no somos Jesús. Y ya lo sabíamos.
El mensaje del relato habrá que buscarlo en la solidaridad, en el compartir lo que tenemos, en la muerte del egoísmo cerrado y ciego.
Sea mucho o sea poco lo que tenemos, los cristianos sabemos -o deberíamos saber- que Dios ha puesto la creación, sus frutos y sus trabajos para todos, sin distinción. Y, por tanto, para compartir con quienes menos tienen. Por ahí anda la fe y la vida cristiana.
Y en este clima de solidaridad y de compartir, me surge un recuerdo y una pregunta: ¿Cuándo desaparecerán las monedas de céntimos en nuestras colectas para el cuidado de los templos y para ayudar a los necesitados?
Es un detalle que me produce vergüenza ajena. A veces, los que participamos en la Eucaristía tenemos los bolsillos cerrados para los necesitados. Es nuestra obligación cristiana abrirlos.
Una comunidad que comparte tiene para que llegue a muchos. Es lo que estamos invitados a hacer como Iglesia: ser generosos, grandes de ánimo, desprendidos, como Jesús.