Opinión

Carlos Munilla

Aliento del hombre o Espíritu Santo

26 de abril de 2018

Últimamente me estoy acercando al mundo del Zen. Tengo una cristiana en la parroquia que quiere bautizarse y empezamos un estudio sobre fundamentos del Cristianismo hace dos años. Si, dos años. En Japón, la mayoría de personas que se bautizan tienen que estar dos o tres años caminando con la parroquia, respirando el espíritu comunitario, conociendo a los feligreses que caminan con ella y estudiando con profundidad las bases del Cristianismo. Esta cristiana se llama Kimusan. A la vez que estudia cristianismo, esta realizando unos cursos de Budismo Zen porque quiere aprovechar la sabiduría natural que le ofrece este camino. Cada vez que tenemos un día de estudio personalizado, viene llena de preguntas, con una sed tremenda de Dios y con ganas de profundizar en la vida de Jesús de Nazaret.

Gracias a ella, he podido ahondar en esa sutil diferencia que hay entre el aliento de vida del hombre (dimensión espiritual y trascendente) y la importancia del Espíritu Santo. En nuestros diálogos aparece, directamente e indirectamente esta cuestión, que tengo la intuición que es uno de los malentendidos que el hombre moderno de hoy esta viviendo. Voy a ofrecer unos puntos de reflexión aclaratorios:

  1. No podemos confundir el aliento del hombre (capacidad natural que el hombre tiene de ser “capax Dei”) con la vida del Espíritu Santo.
  2. La estructura del hombre no es el Espíritu Santo.
  3. El Espíritu Santo es don, no es problema de conciencia ni del resultado de un proceso de iluminación de las facultades superiores.
  4. Si no diferenciamos, corremos el serio peligro de hacer de la experiencia del Dios cristiano una filosofía religiosa trascendental, negando la libertad de Dios. ¿Os suena lo que estoy diciendo?
  5. No podemos confundir la filosofía del ser con el acontecimiento salvador y liberador de la muerte de Jesús.
  6. El hombre, es por naturaleza, un ser espiritual y trascendente, pero no naturalmente creyente.
  7. Nuestra capacidad de trascendencia solo puede alcanzar a Dios, si Dios mismo quiere. Eso pertenece a la libertad de Dios.
  8. El Espíritu Santo es don libre de Dios, es la vida de Dios y no del hombre. La da como quiere, a quien quiere y cuando quiere. Y no pertenece a la estructura del hombre.
  9. Esta confusión nace de la tendencia del corazón humano a querer controlar a Dios a través de filosofías religiosas universales del ser.
  10. Todo se reviste de experiencia religiosa, pero no de fe.
  11. En el tiempo actual se hace indispensable diferenciar entre ética, espiritualidad, experiencia religiosa, experiencia mística y experiencia cristiana.
  12. La experiencia religiosa universal del ser (estructura del hombre religioso) es muy diferente de la fe que viene del acontecimiento histórico de la salvación de Jesús.
  13. Cuando el ser sustituye al tu (al Otro, la relación), la identidad cristiana pierde su raíz.
  14. No hagamos a Dios según la lógica plausible de la cultura de hoy, con esa sutil tendencia a igualar todo, a buscar el común denominador y a adecuarnos a lo común (¿Os acordáis del árbol de Porfirio?).
  15. Es diferente el espíritu humano que el Espíritu Santo. El agua moja a todos por igual (esto es reducir la fe a sabiduría), pero no como el agua del bautismo. ¿Dónde pones tu vida: en tus posibilidades o en las de Dios?
  16. No trato de oponer estos caminos, sino de diferenciar, para poder discernir.

Gracias a Kimusan, puedo entender con más clarividencia porque el Papa en su última Exhortación Apostólica “Gaudete et Exsultate”, escribe lucidamente en el numero 94 sobre los dos peligros que hoy podemos vivir los cristianos que dificultan recibir la llamada a la santidad: fascinarnos con las nuevas formas de gnosticismo y vivir un nuevo pelagianismo.

Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas”.

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