Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo del Bautismo del Señor – B –

En este primer domingo después de las Navidades, la Iglesia presenta a Jesús ya adulto, y nos recuerda, en la primera lectura y con palabras del apóstol Pedro, «lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea» (Hch 10, 34-38). Según el evangelio de este domingo (Mc 1, 7-11), la gente bajaba hasta el río Jordán para ser bautizada por Juan, que proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias». Pero creo que hubo algo así como un altercado entre Jesús y Juan, que se negaba a bautizarlo. Espero que Jesús me lo aclare …

– Pasó lo que tenía que pasar -me ha dicho cogiendo una de las tazas humeantes que ya estaban sobre la mesa-. El evangelista Marcos es muy escueto al narrar mi vida, pero Mateo fue más explícito y escribió que Juan intentó disuadirme diciendo: «Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».

– Juan estaba en lo cierto. Acababa de decir a la gente: «Yo os he bautizado con agua, pero el que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo». Parece mentira que, conociendo a Juan, no pensaras cuál iba a ser su reacción al verte en la cola como uno más, pidiendo ser purificado -he dicho cogiendo la otra taza y disponiéndome a tomar un sorbo-.

– Todo tiene su explicación -me ha respondido como si quisiera descubrirme un secreto-. Mateo añadió: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos todo lo que Dios quiere». Con estas palabras le aclaré por qué quería ser bautizado; Juan lo entendió y me bautizó al instante.

– Pero, ¿qué quería el Padre: qué te consideraran un pecador como todos? -he replicado con cara de no entender lo que Jesús y Juan se traían en las manos-.

– No era eso exactamente, sino algo parecido pero distinto -me ha dicho con su paciencia infinita-. El Padre quiso que me encarnara en vuestra carne pecadora para que me hiciera solidario con vosotros y experimentara vuestras contradicciones y luchas íntimas, y sin embargo fuera fiel a su voluntad. Así es como, durante mi oración en Getsemaní, pude decir: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y lo dije de verdad; la fidelidad al Padre fue tan dolorosa que me hizo sudar gotas espesas de sangre que cayeron en tierra (Lc 22, 41-44), pero mi solidaridad con vosotros es tan real que contáis en vuestra propia entraña con la misma fortaleza del Padre y del Espíritu que entonces me confortó, y sois capaces de hacer el bien, aunque os cueste y os duela.

Mientras Jesús hablaba, yo he tenido los ojos clavados en él, dejándome penetrar por cada una de sus palabras. Luego, cada uno hemos tomado un sorbo de café y le he dicho:

– Precisamente he leído en estos días de Navidad que en el siglo III el mártir san Hipólito escribió que la Palabra hecha carne nos diviniza y lo explicó así: «Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen y asumió al hombre viejo, transformándolo. Si no hubiera sido de nuestra misma condición, sería inútil que nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo? Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos…»

– Ahora entiendo qué real es la solidaridad de Dios con nosotros. ¡Lástima que haya padres que no facilitan el Bautismo a sus hijos y los dejan sin experimentarla! -he concluido-.