Poner a prueba a Dios

José Antonio Calvo
24 de octubre de 2017

El domingo pasado vimos cómo los fariseos ponían a prueba a Jesús con la pregunta capciosa sobre los impuestos: “¿Es lícito pagar impuesto al César o no?”. Hoy vuelven a la carga: “¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?”. Como si no lo supieran… Entre medias, los saduceos le habían preguntado sobre la resurrección de los muertos, contándole una historia rocambolesca sobre una mujer que va casándose y quedándose viuda de siete hermanos. Quieren dejar en ridículo al peligroso nazareno que habla con una autoridad a la que no estaba acostumbrado el pueblo elegido. Quieren dejarlo en ridículo, para conseguir que sus adeptos se desencanten y se disuelvan.

No solo tienta a Jesús el demonio en la cuarentena con la que inicia su ministerio público. También los hombres, con su incapacidad humana, se atreven con Dios. ¡Cuánta ignorancia! Quieren dividir lo que está unido -sí, han pensado bien, se trata de una tentación diabólica-. Continuamente el Señor tiene que hacer frente a ella y dejar las cosas bien claras: “No explotarás a viudas ni a huérfanos. Si los explotas…”. Ya saben, si por un lado pedimos misericordia y por otro explotamos al hermano, entonces “se encenderá mi ira y os mataré a espada”. Lo ha dicho el Señor, lo hemos leído en la primera lectura y, a la aclamación del lector -“¡Palabra de Dios!”-, hemos respondido diciendo “¡Te alabamos, Señor!”. Pero no nos quedemos en la amenaza, además sabemos de la compasión de nuestro Dios que no deprecia corazones contritos y humillados; vayamos a la defensa que Dios hace de sus hijos necesitados. Una defensa tan indiscutible, que hará decir a san Ireneo que “la gloria de Dios es que el hombre viva”.

En el colmo de la división, podríamos llegar a separar el amor a Dios del amor al prójimo. Como si la acción de santa Teresa de Calcuta fuera exclusivamente amor al prójimo y la contemplación de santa Teresa de Jesús fuera mero amor a Dios. Las dos Teresas -estas dos grandes Teresas- vivían en el mismo amor, vivían a Dios y este amor divino es el que sostuvo su vida cristiana. Este amor es el mandamiento. Vivir en el amor es el mandamiento y el don de Dios.

Fariseos y saduceos no entendieron nada. Qué lástima que no pudieran siquiera entrever el sentido y el valor del Padrenuestro y de la Eucaristía. Con su servirse de Dios para explotar al prójimo, se incapacitaron para entrar en la Iglesia del Padre común y de los hermanos reunidos; se incapacitaron para recibir el pan partido y compartido que es Cristo dándose y dándonos vida. Tentar a Dios, ponerlo a prueba, sitúa al ser humano al borde del camino, donde la semilla no arraiga.

Está concluyendo el mes del Rosario, pero que no decaiga el Rosario de cada día: seguro que nos ayuda a amar sin distinción.

No vamos a leerla en la liturgia del próximo domingo, pero la conclusión del capítulo 22 de san Mateo es un cambio de tornas. Ahora es el Señor el que pregunta. Y “ninguno pudo responderle nada ni se atrevió en adelante a plantear más cuestiones”. Cómo me va sonando esto a acontecimientos finales… Jugar con Dios no tiene perdón, no hay vuelta de hoja. En todo caso, tenemos ahora a la Virgen María. Está concluyendo el mes del Rosario, pero que no decaiga el Rosario de cada día: seguro que nos ayuda a amar sin distinción.

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