Mientras miles de jóvenes se dan cita en Roma con motivo del Jubileo de la Esperanza, resuena con fuerza una convicción que no puede quedarse en las calles y plazas del encuentro: la Iglesia necesita a los jóvenes, y los jóvenes necesitan una Iglesia en camino de conversión pastoral. No basta con que participen en eventos masivos o vivan momentos de gracia y fraternidad; urge abrir espacios concretos en nuestras parroquias donde puedan echar raíces y ser protagonistas.
El Magisterio lo ha repetido con claridad, especialmente desde Evangelii gaudium hasta el reciente Proyecto Marco de Pastoral con Jóvenes: necesitamos una Iglesia capaz de renovar sus estructuras y de adoptar nuevos lenguajes para que el anuncio del Evangelio siga siendo significativo. Y esto no es un añadido para jóvenes, sino parte esencial de la transformación misionera que el Papa reclama para toda la comunidad eclesial.
Por eso, la conversión pastoral no puede aplazarse ni reservarse a unos pocos agentes de pastoral. Es tarea de todos. Y los jóvenes no pueden quedar al margen de este proceso: deben ser escuchados, acogidos, acompañados y enviados. Dejar que sus voces, a veces incómodas, inspiren nuevas formas de vivir la fe y de ser Iglesia. No como una concesión generacional, sino como una fidelidad al Espíritu que todo lo renueva.
Integrar la vitalidad de estos encuentros jubilares en la vida ordinaria de nuestras parroquias es un reto y una promesa. Porque cuando los jóvenes se sienten en casa, la Iglesia renace.