En poco tiempo el Espíritu Santo ha soplado cambios a nuestra querida Iglesia en este año especial de Gracia, y me voy a centrar en las reflexiones que nos ha regalado ya nuestro nuevo Papa León XIV.
Primero, en un discurso de apenas 30 líneas centrado en la paz para el mundo (primera bendición Urbi et Orbi de Leon XIV) donde ha citado más de diez veces el concepto de sinodalidad o su sinónimo de caminar juntos o unidos, y además esta hermosa frase de San Agustín: “soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros”, que sigue así: “la condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación..” y que pertenece a una homilía del obispo de Hipona que la tradición de la Iglesia medita en nuestro oficio de lecturas (sermón 340).
Además, en su primera homilía (9 mayo, Santa Misa cardenalicia en la Capilla Sixtina) evoca el tesoro (“Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo”) que Dios, a través de la sucesión apostólica transmitida en el ministerio de Pedro, deposita en él como nuevo obispo de Roma, y cito: “me confía este tesoro a mí, para que con su ayuda, sea su fiel administrador en favor de todo el Cuerpo místico de la Iglesia” y dice de nuevo: “por la santidad de sus miembros, de ese pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquél que los llamó de las tinieblas a su admirable luz”, y termina: “estamos llamados a dar testimonio de la fe gozosa en Jesús Salvador… para que Él sea conocido y glorificado, gastándonos hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo”.
Así pues, y escuchando con avidez las primeras palabras del Santo Padre, donde su propia entrega y responsabilidad necesitan indispensablemente del “cuerpo místico de la Iglesia y de la santidad de sus miembros”, siendo él, como dice San Agustín, autoridad para vosotros, pero por gracia uno más con vosotros, he recordado algunos puntos del Documento final del Sínodo (DF) donde se hace referencia a la estrecha relación entre la vocación, la santidad a la que todos estamos llamados como bautizados, y la conversión sinodal. Tres afirmaciones en concreto: La sinodalidad implica una profunda conciencia vocacional y misionera, fuente de un estilo renovado en las relaciones eclesiales (DF nº 141); se vive y se testimonia juntos, entrelazando nuestras vocaciones (DF nº 154); y las diversas vocaciones eclesiales son expresiones múltiples y articuladas de la única llamada bautismal a la santidad y a la misión (DF nº 57-67).
La conversión sinodal invoca un nuevo estilo de relaciones entre nosotros desde la única llamada final de todos a la santidad. “Hemos sido llamados porque somos amados” dijo Francisco en 2023 a los jóvenes de la JMJ en Lisboa. De aquí surge la Iglesia que celebramos con alegría ahora en tiempo de Pascua, de una comunidad de llamados que es una comunión de misiones. La vocación aúna identidad y misión: es imposible ser comunidad sinodal sin discernir nuestra vocación.
“El Señor resucitado acompaña la vida de la Iglesia desde el futuro”, nos dijo el presidente de la CEE Luis Argüello en Zaragoza en marzo 2025, “viene a nosotros como peregrinos y nos anima al anuncio y a la misión renovada en la época que nos toca vivir”. Hay un proceso hasta llegar a la Iglesia sinodal en misión renovada. También León XIV nos lo recuerda: “Pedro, en su respuesta, asume ambas cosas: el don de Dios y el camino que se debe recorrer para dejarse transformar” (9 mayo Santa Misa cardenalicia en la Capilla Sixtina). Dios y su palabra de amor nos interpelan. Tras esta llamada, el sujeto empieza un proceso de discernimiento al llamado (DF nº 86), donde se pregunta para qué y para quién, y conduce a una “asamblea de llamados” que es la comunidad en misión. La vocación surge en la comunidad y la comunidad surge de la llamada, se trata de un estrecho intercambio.
Eloy Bueno, teólogo, experto y facilitador en el Sínodo de la sinodalidad, nos dijo en su ponencia del congreso nacional de vocaciones en Madrid en febrero 2025: “es en el entramado de las relaciones personales donde toman forma los carismas, las vocaciones y los ministerios. Es en el seno de la comunidad eclesial donde se alimentan, para a su vez enriquecer a ésta y darle contenido de realidad. Una Iglesia sinodal es más capaz de relaciones que hagan transparentar la gracia de Cristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu, y así irlas traduciendo y concretando en opciones vocacionales de cada uno de los bautizados”. El discernimiento vocacional personal es a la vez comunitario.
Así pues, la llamada vocacional es transversal a toda la vida de la iglesia. Sinodalidad es formar el cuerpo místico de Cristo, ser Iglesia, donde la cabeza es Cristo y cada miembro ejecuta una misión (1 Co 12, 12-30). Recordemos el lema del Sínodo: “Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión”. Los tiempos nuevos traen misiones renovadas; a ésto nos anima el Sínodo de la sinodalidad. Estamos destinados a apoyarnos unos en otros en este proceso vocacional, personal y comunitario, “ser puentes”, como nos dice ya el Santo Padre. Está claro que somos diferentes, pero a todos nos une nuestra fragilidad, el amor de Dios y el seguimiento a Cristo Jesús para la misión. Que la oración y el discernimiento en el Espíritu, la audacia evangélica y la esperanza paciente en este año jubilar, y junto a nuestro nuevo papa León XIV, sean nuestras armas para asumir nuevas misiones juntos y entregarnos a ellas.