Mucho se ha hablado de la aportación de Elías Yanes a la Transición española, de su compromiso con la Conferencia Episcopal y sus hermanos obispos, de su empeño pastoral en la archidiócesis de Zaragoza. IGLESIA EN ARAGÓN quiere hablar del hombre, del sacerdote. De don Elías, simplemente. Lo hacemos con Antonio González Mohino, quien fue su secretario personal desde 1990 hasta su muerte.
¿Cómo fueron las últimas semanas? Desde las navidades pasadas el agotamiento de don Elías era notorio. Celebró la misa hasta que pudo y los últimos días recibió la comunión de mis manos. Le pregunté si quería recibir la unción de los enfermos y me dijo inmediatamente que sí. La recibió con gran devoción, en presencia de su grandes amigos Alicia y Félix. Todos los días al caer la tarde rezábamos con él la oración de Teresa de Jesús ‘Solo Dios basta’. Tuvo un manto de la Virgen del Pilar, que yo lo llamo ‘Fuente de la Sabiduría’, durante las últimas semanas de su vida en esta tierra. Lo miraba con cariño.
¿Cómo rezaba don Elías? Desde muy temprano, un poco antes de las seis, rezaba el oficio divino y a las siete de la mañana celebraba la misa, cuando no tenía que ir a alguna tarea pastoral que incluyera la eucaristía. A lo largo del día, recitaba el oficio a las horas correspondientes. Después de comer, paseando, rezaba el rosario. Sus devociones eran al Cristo de La Laguna, a la santísima Virgen y a San José, a santa Teresa de Jesús, a san Juan De la Cruz, al santo Cura de Ars. Hay que destacar su devoción a la Virgen de las Nieves, patrona de la isla de La Palma, de cuyo santuario era capellán honorario. Y también cómo todos los domingos, a lo largo de sus 28 años como arzobispo de Zaragoza, tras celebrar la misa de una en el altar mayor del Pilar, daba gracias en la Santa Capilla, mirando a la Virgen sobre la Columna.
¿Y la santísima Trinidad? Sus libros sobre la Trinidad eran, evidentemente, fruto de su oración incesante a lo largo del día. Cito una pastoral, ‘La Trinidad en nosotros’, un libro, ‘En espíritu y en verdad’, y el que creo que es su testamento espiritual, ‘Hombres y mujeres de oración’. A mí me sirven personalmente para mi oración, y creo que a muchas religiosas, especialmente a las de vida contemplativa.
¿Cómo celebraba la eucaristía? Me impresionaba, cuando decía la misa con él en estos últimos meses, la devoción al celebrarla, incluso cuando no podía arrodillarse después de la consagración, se esforzaba por hacerlo. Celebraba la misa de modo pausado, sin correr, atento a las lecturas y al rito litúrgico. Anualmente, hacía sus ejercicios espirituales -también dirigía muchas tandas-, generalmente los organizados por la Conferencia Episcopal en Monte Alina, en Pozuelo de Alarcón. En enero de 2006, el cardenal Rouco había invitado al arzobispo de Buenos Aires, el entonces cardenal Bergoglio, a dirigirlos, fue cuando se conocieron don Elías y él, y comenzaron una buena amistad. Siete años más tarde, el ya papa Francisco llamó a don Elías por teléfono -era julio de 2013-, diciéndole: “Don Elías, tengo que hablar con usted. Mi secretario le indicará cuándo puede usted venir a Roma”.
¿Se produjo esa entrevista? Claro, en septiembre de 2013 y duró una hora. Fue en la residencia ‘Santa Marta’. Yo tuve la gracia de acompañarle a Roma. Le dijo el Papa, recordando los ejercicios de 2006: “Usted, don Elías, me ganaba siempre en llegar a la capilla para la oración”. Puede ser que lo llamara porque veía en él un hombre espiritual y con larga experiencia pastoral. Al acabar la entrevista, el Papa nos acompañó al ascensor, don Elías le dijo que no hacía falta, a lo que Francisco contestó con humor: “Me quiero asegurar de que ustedes se marchan”.
¿De dónde le venía esa experiencia? De su trabajo pastoral como sacerdote en Tenerife, con jóvenes de Acción Católica; como catequista y como catequeta en Madrid; de su trabajo pastoral, ya como obispo auxiliar, en Oviedo; de su experiencia como secretario general de la CEE, al lado del cardenal Tarancón; y, sobre todo, de su servicio como arzobispo de Zaragoza. Recibía muchas visitas. Cuando empecé como secretario particular suyo, en octubre, de 1990, me hizo una sola indicación: “Los sacerdotes son prioritarios a la hora de recibir visitas”. Don Elías recibía a todo tipo de personas y se enriquecía con lo que le aportaban. Puedo testimoniar que personas muy sencillas, que habían venido con un cierto miedo, salían reconfortadas y me lo comentaban con alegría.
¿Qué relación directa tuvo don Elías con los papas? Con Pablo VI, él me comentaba siempre, sobre una entrevista que tuvo cuando era obispo auxiliar de Oviedo y don Gabino, obispo residencial, cómo le habían manifestado al Papa su preocupación por la situación en Asturias en aquel momento. Pablo VI les dijo: “Tienen que tender siempre la mano a todos, aunque no lo merezcan”. Juan Pablo II, en sus dos visitas a Zaragoza, se alojó en el palacio arzobispal y don Elías le cedió su propia habitación. Con Benedicto XVI, aparte de las visitas que le hizo en sus ocho años de papa, tengo como anécdota que ambos recibieron el palio arzobispal el mismo día, uno como arzobispo de Munich, otro como arzobispo de Zaragoza. Con Francisco, la total sintonía, que se demostró en la entrevista a la que he aludido.
El arzobispo y el secretario… Cuando don Elías era arzobispo residencial era muy reservado para los asuntos diocesanos. No me contaba nada y yo tampoco le preguntaba. Se ceñía a su consejo episcopal y le gustaba que los vicarios fuesen discretos. Después, cuando pasó a la condición de emérito, me hacía algunas confidencias, de las cuales estoy muy agradecido, porque con ellas he aprendido a ser mejor sacerdote.
¿Era director espiritual? Cuando era sacerdote dirigía a personas con las que mantuvo siempre una gran relación, sobre todo, epistolar. Siendo arzobispo de Zaragoza, era más difícil para él desempeñar este papel, no obstante, algunas personas, podían hablar con él de temas espirituales. Cuando pasó a emérito, incentivó las ‘Jornadas de Espiritualidad Trinitaria’, que había iniciado en Zaragoza algunos años antes y que han dado muchos frutos de vida cristiana. Él mismo siempre tuvo un confidente espiritual y confesor.
La biblioteca y el estudioso. Don Elías ha sido un gran intelectual. Él me comentaba que, siendo niño en La Palma, acudía con asiduidad a la ‘Biblioteca Cosmológica’, donde se empapaba de todo tipo de libros. De ahí, que su cultura fuera tan amplia y que se interesara por tantos temas, entre ellos, el mundo de los astros. Evidentemente, sus estudios se centraron en la Filosofía y la Teología. Siendo obispo, cuando iba a Roma, se pasaba largas horas en la librería Leoniana, buscando y comprando libros. Don Ricardo Blázquez siempre me decía: “Don Elías no viaja, sino con su maleta llena de libros”. Libros en italiano, francés, alguno en latín y, por supuesto, en castellano. En sus lecturas era bastante universal: dogmática, cristología, espiritualidad, historia, Sagrada Escritura. Leía a Zubiri y a Ortega y Gasset. Don Elías, un hombre muy generoso, legó ya en vida su rica biblioteca -más de diez mil volúmenes- al Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón, el CRETA. Se reservó una parte, unos tres mil libros, que ahora pasará a engrosar el legado anterior.
Hablemos de legados, ¿cuál es la herencia de don Elías? Yo diría en primer lugar, su gran amor a la Trinidad, a la Virgen y a la Iglesia, a la que ha servido con total fidelidad. También, su gran amor a los hombres, a la dignidad humana, al desarrollo de los pueblos. Yo he recibido de él el testimonio de su profunda espiritualidad y de su apertura al mundo, su espíritu de diálogo, con todo tipo de personas, de cualquier signo político, me ha enseñado a ser comprensivo con los defectos de los demás, a ser misericordioso, a ser amable y justo, a ser discreto y humilde.