Hace unos días leía en un periódico este titular que me gustó: “el mundo, pendiente de un balcón”. Sí, hemos escuchado, visto y vivido en estas semanas pasadas unos acontecimientos que ha movilizado la atención de todo el mundo: el fallecimiento del Papa Francisco y la elección del sucesor, León XlV.
Fue fascinante y elocuente contemplar la enorme plaza de San Pedro, la famosa vía de la Conciliación, y todas las calles que conducían el féretro del papa Francisco hasta la magnífica iglesia de Santa María la Mayor, pasando por el coliseo y foros imperiales, abarrotadas de gente, emocionadas, llorosas, despidiendo a una persona, el Papa, que tanto amaban y que lo sentía cercano, entrañable y humano. Sus ojos vidriosos y tristes trasmitían pena, orfandad por el adios de una persona muy querida.
La eucaristía funeraria de despedida, se convirtió, milagrosamente, también, en ocasión para que dos jefes de Estado pudiesen encontrarse y hablar lejos de las tensiones palaciegas y mediáticas. Tal vez los gritos de paz que Francisco tanto predicó, pudo arrancarles deseos nuevos de entendimiento, de acuerdos, de paz.
Sí, podemos afirmar rotundamente que no hay en todo el mundo el fallecimiento de una persona que atraiga, sin tensiones ni presiones, una asistencia tan multitudinaria como fue la despedida del Papa Francisco. No hay duda que su magisterio, su fuerza evangelizadora, su cercanía y preocupación por cada persona cautivó al mundo entero, y por ello todos los jefes de estado y estamentos sociales querían despedirse de él.
No ha sido tampoco menos la atención, el interés y la curiosidad que despertó la fumata blanca que, el día 8 de mayo, iluminó la tarde primaveral romana: ¡¡tenemos Papa!!. Ese fue el grito que se oyó en todos los rincones del mundo. Ese humo y la logia de la basílica de San Pedro volvieron a ser el centro de atención de los habitantes de Roma, de todos los turistas, y de todos los medios de comunicación. Otra vez la plaza más emblemática de la iglesia y el estado más pequeño de la geografía mundial se convertían en el centro de atención más mediático de todos los acontecimientos posibles.
Debo confesar que han sido dos momentos muy importantes para todos, y en particular para mí. Al Papa Francisco lo conocí en los años 90 en las congregaciones plenarias que organizaba en la Dicasterio de la vida consagrada y sociedades de vida apostólica, de donde surgieron importantes documentos. Eran tres días intensos de trabajo sobre diversos temas de la vida religiosa. Ahí comenzó una relación cordial y, amistosa entre nosotros. Posteriormente me invitó a su casa en Buenos Aíres, durante un viaje a Argentina; me felicitó personalmente con motivo de mi nombramiento como obispo en mi oficina de Roma; y siendo ya obispo, después de una eucaristía en la capilla de Santa Marta, mi invitó a un encuentro privado con él en los palacios apostólicos; sin olvidar diversos encuentros como obispo en visitas “ad limina” y en audiencia generales. Tenía una memoria prodigiosa para acordarse de numerosos acontecimientos y de personas.
Al Papa León XlV lo conocí al inicio del tercer milenio cuando era superior general de nuestros hermanos Agustinos. Participaba en las reuniones semestrales que celebraba la Unión de Superiores Generales (USG) y un servidor asistía, como representante del Dicasterio de la vida consagrada. Eran tres días de reflexión sobre diversos temas importantes de vida religiosa, pero también servían para entablar relaciones cordiales entre todos los participantes. Tal vez como agustinos establecimos una mayor conexión afectiva. Posteriormente nos comunicamos por correo con motivo de algunos eventos importantes, como su nombramiento de Prefecto para el Dicasterio de los Obispos y, recientemente, tuve también la oportunidad de enviarle mi último libro, al que me respondió invitándome a visitarlo en Roma.
Al margen de estas relaciones personales, me atrevo a afirmar que disfrutamos de un Papa extraordinario, Francisco, que pasará a la historia por su fuerza carismática, evangelizadora, mediática, humana, denodado predicador de la paz, defensor del medio ambiente, de atención y preocupación por las periferias existenciales de pobreza y marginación, etc. Sí, un gran Papa.
Y estoy seguro que su sucesor, León XlV, sabrá acoger lo principal de la enorme riqueza que nos dejó su antecesor, pero dándole su impronta propia, sabiendo interpretar y aplicar el evangelio a nuevos contextos eclesiales, culturales e históricos que estamos viviendo. Los medios de comunicación nos dicen que ha sido acogido muy positivamente, con entusiasmo, y que está despertando grandes esperanzas. Su preparación intelectual, su conocimiento del mundo, su labor evangelizadora y misionera, y dotes de gobierno, nos hacen concebir que el Espíritu Santo ha sabido guía a los Cardenales del cónclave para escoger al mejor. Estoy seguro.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR