Opinión

David López

Dios no cabe en una vitrina: Lo que frena la conversión pastoral (y cómo lo reconozco en mí)

9 de agosto de 2025

Desde que leí Evangelii gaudium por primera vez, no ha dejado de interpelarme una de sus intuiciones centrales: la necesidad de una conversión pastoral que devuelva a la Iglesia su dinamismo misionero. Francisco no hablaba solo de estructuras o métodos; hablaba del corazón de la Iglesia, y también del mío. Porque antes de cambiar formas, necesitamos dejar que el Espíritu renueve nuestras motivaciones más profundas.

A lo largo del tiempo, me he dado cuenta de que esta conversión no es algo que se da una vez y para siempre. Hay resistencias. Algunas son personales; otras están arraigadas en nuestras comunidades. El propio Francisco señalaba cuatro grandes riesgos que impiden esa transformación evangelizadora. Y cuando los leo, no puedo evitar preguntarme: ¿hasta qué punto me afectan también a mí?

1. Cuando la Iglesia se convierte en un museo

A veces, tengo la tentación de mirar al pasado con nostalgia. De aferrarme a ciertas formas, ciertos lenguajes, ciertas seguridades. Y entiendo lo que el Papa advertía: que corremos el riesgo de tratar a la Iglesia como una pieza de museo, un patrimonio que hay que conservar, más que una comunidad viva al servicio del Reino.

Cuando eso pasa, la Iglesia puede convertirse —en la práctica— en una posesión de unos pocos. Un lugar donde ya no se espera la llegada de nadie nuevo, donde lo importante es que todo siga igual. Pero yo quiero formar parte de una Iglesia que sea casa abierta, que no conserve su luz en una vitrina, sino que la ponga en lo alto para iluminar a todos.

2. Cuando la espiritualidad se vuelve prometeica y autorreferencial

También reconozco en mí esa otra tentación: la de creer que todo depende de mí. Que si las cosas no salen, es por falta de planificación, de estrategia, de esfuerzo. Y olvido que es el Espíritu quien convierte los corazones, no mis métodos, por buenos que sean.

Francisco llamó a eso una espiritualidad “prometeica y autorreferencial”. Me golpea fuerte esa expresión. Porque a veces, sin querer, dejo de vivir como discípulo y empiezo a actuar como si todo tuviera que sostenerlo yo. Necesito volver a confiar en la gracia. Volver a la oración. Volver al silencio que deja espacio a Dios.

3. Cuando la fe se encierra en el subjetivismo

Vivir la fe como algo meramente interior, emocional, privado… También me ha pasado. Me he refugiado en una espiritualidad individualista, sin comunidad, sin misión. Y sin darme cuenta, he reducido el Evangelio a una experiencia para “sentirme bien” en lugar de una llamada a salir de mí mismo y dar la vida por otros.

El Papa nos advertía de este riesgo: una fe sin rostro comunitario, sin carne, sin historia compartida. Una fe que no cambia nada. Lo contrario a lo que vivieron los primeros discípulos. Lo contrario a lo que el mundo necesita.

4. Cuando Dios se reduce a una idea útil

La expresión más dura —pero también más reveladora— de Evangelii gaudium es esa que habla de las manifestaciones inmanentistas antropológicas. La he tenido que releer varias veces para comprenderla. Y me doy cuenta de que lo que denuncia el Papa es algo muy actual: reducir la fe a una propuesta humana, sin referencia a lo trascendente.

A veces presentamos el cristianismo como si fuera una ética social, una espiritualidad de bienestar o un proyecto de mejora personal. Pero sin cruz, sin gracia, sin resurrección. Como si todo pudiera resolverse desde dentro, desde abajo. Como si Dios fuera prescindible.

Y no lo es.

Reconocer para convertir

Estos cuatro riesgos no son meras categorías teóricas. Son espejos. Y en ellos veo reflejadas muchas de las tensiones que vivimos quienes deseamos de verdad una Iglesia renovada. Por eso, cuando hablamos de conversión pastoral, no hablamos solo de cambiar la parroquia o reestructurar el organigrama. Hablamos, sobre todo, de dejar que el Evangelio nos toque otra vez. De permitir que Cristo nos descentre. De pedir al Espíritu que nos saque del miedo, del control, del cansancio.

El deseo de conversión pastoral empieza ahí: en reconocer lo que me frena, lo que nos frena, y pedir juntos el don de una Iglesia viva, libre, alegre. Una Iglesia que no se guarda la fe, sino que la comparte. Porque ha comprendido que no se trata de conservar el fuego, sino de encenderlo.

 

Este artículo se ha leído 88 veces.
Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas

Este artículo se ha leído 88 veces.