Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del III Domingo del Tiempo Ordinario – B –

Hoy, el evangelista escribe que «cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios». Recuerdo que en otro de estos cafés dominicales pregunté a Jesús por qué se marchó a Galilea; entonces ya me lo aclaró y no le repetiré la pregunta. Pero querría aclarar otra cosa del evangelio de este domingo (Mc 1, 14-20). Me ha sorprendido la prontitud con que aquellos cuatro pescadores siguieron a Jesús. ¿Estaban cansados de faenar en el mar de Galilea y vieron en Jesús una oportunidad de mejorar?

– Acabas de hacerme una pregunta “moderna” -me ha dicho en cuanto le he planteado mi sospecha-. Entonces no tomábamos café en las tertulias porque el café aún no se había popularizado en el país de los judíos. Tampoco estaban tan obsesionados como vosotros en mejorar eso que llamáis su “estatus social y económico”, ni tenían las oportunidades que ahora tenéis. Muchos se contentaban con sobrevivir lo más dignamente posible…

– Pero supongo que también entonces les atraía el dinero y el bienestar -he replicado con mi taza de café en la mano-. Tú mismo lo diste a entender en la parábola de aquel propietario que obtuvo una copiosa cosecha y construyó unos nuevos graneros pensando que en adelante ya podría vivir tranquilo.

– Por supuesto; la tentación de tener más también les rondaba a ellos, aunque las oportunidades que tenían para cambiar de trabajo fueran pocas -me ha respondido y, poniendo la taza entre sus manos, ha añadido-: pero, ¿qué podían esperar de mí?

– Pues una prebenda importante en el Reino cuya cercanía anunciabas. ¿No fue la madre de dos de aquellos primeros pescadores que te siguieron la que un día te pidió los primeros puestos de tu Reino para sus hijos?

– Así es, y mi respuesta sembró la perplejidad en ella y en los Doce. Recuerda que les dije: «sabéis que los grandes oprimen a la gente con su poder, pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande, será vuestro servidor» (Mt 20, 20-28). Y cuando hablé a la muchedumbre al pie de la montaña recalqué: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. Mirad las aves del cielo que no siembran ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mt 6, 25-34). No iba a engañarlos: venirse conmigo no era el mejor camino para conseguir eso que llamáis triunfar en la vida -me ha dicho fijando sus ojos en mí-. Sin embargo, me siguieron.

– Pero cuando los llamaste en la orilla del lago aún no habías dicho esas cosas -he replicado-.

– Es cierto; lo oyeron poco a poco y no se desencantaron ni se echaron atrás. Lo que importa es que fueron fieles hasta el final. Recuerda lo que hablábamos el domingo pasado: los evangelistas, al escribir sus memorias, nunca olvidan que me vieron y palparon resucitado. Impresionados por esta experiencia, ponen en los gestos y palabras de los discípulos lo que al principio sólo fue una intuición; por eso, dicen que me siguieron sin titubeos y que renunciaron a lo poco que tenían. Todos menos uno, es cierto. El Iscariote no supo entender que lo que perdía al seguirme valía menos que lo que ganaba, si continuaba a mi lado…

Que tu Espíritu nos dé arrestos para reaccionar como reaccionaron tus discípulos y como lo han seguido haciendo tantos hermanos y hermanas en todo tiempo y lugar, también ahora y aquí. Jesús, irse contigo es una aventura, pero quienes se atreven dicen que son felices.

– No sólo lo dicen; lo son. El Padre nunca se deja ganar en generosidad -me ha dicho mientras pedía la cuenta-.