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Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

“Con persecuciones» (Mc 10, 30)

2 de febrero de 2022

“Si pensamos en dos mil años de historia de la Iglesia, podemos observar que -como había preanunciado el Señor Jesús (cfr. Mt 10,16-33)- no han faltado jamás a los cristianos las pruebas, que en algunos períodos y lugares han asumido carácter de verdaderas y propias persecuciones. Pero, éstas, a pesar de los sufrimientos que provocan, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia. El daño mayor, de hecho, ella lo sufre de aquello que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades corrompiendo la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, empañando la belleza de su rostro”.[1]

Afirmación que no fue algo nuevo en Benedicto XVI. En el vuelo a Lisboa en mayo de 2010,preguntado sobre los pecados-delitos sexuales de miembros de la Iglesiareconocióque «los sufrimientos de la Iglesia provienen precisamente del interior de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia. En una palabra, debemos volver a aprender estas cosas esenciales: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales. […] Pero también que las fuerzas del bien están presentes y que, al final, el Señor es más fuerte que el mal”.

No es una llamada a la autoflagelación, ni a una actitud defensiva por norma, sino al reconocimiento del pecado en la Iglesia y de lo que no hace bien para que la conversión necesaria y la fidelidad al Evangelio sean cada vez más auténticas. Y la situación en España, vista desde un lado u otro (Iglesia-sociedad; Ministerio Pastoral-Gobierno; víctimas-victimarios; calle-cristianos de a pie…), actualmente no atraviesa sus mejores momentos en diferentes temas, hechos y opiniones.

Sin embargo, para los cristianos permanece la llamada a una reacción y comportamiento serenos y constructivos de no devolver mal por mal, sino vencer al mal con el bien (cfr. Rom 12,17.21). Y “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo” (1 Ped 3,15-16)

Para el Cardenal Amigo, cuyo artículo[2] me ha sugerido este comentario de hoy y el de la semana pasada, la actitud serena y adulta y, por tanto, cristiana, o más cristiana, incluye estas “actitudes (que) son

una permanente disponibilidad para escuchar y servir a todos,

el acercamiento a las personas más diversas,

la comprensión que manifiesta ante las distintas situaciones de las gentes,

el diálogo continuo y permanente con los sectores más diferentes,

el discernimiento para orientar,

la actualización y renovación a la que anima a unos y otros”.

Esta actitud de escucha, de cercanía afectiva, de diálogo con los diferentes, de apertura y renovación, se hará realidad, se hace ya realidad, en muchos lugares, grupos y personas que hacen viva y presente, en palabras del cardenal, “una Iglesia centrada en Cristo, servidora del hombre, pobre para los pobres, misericordiosa, sensible ante los acontecimientos y con los brazos abiertos para acoger y para servir, que acude a las periferias, sencilla y auténticamente evangélica, con espíritu de profecía y denuncia y sabiendo mirar, desde la más auténtica luz del Evangelio, con los ojos de la misericordia”.

Por si esto fuera poco, en esta semana, nos ha llegado otro texto muy autorizado y como ‘anillo al dedo: “Nosotros podemos y debemos juzgar situaciones de pecado –violencia, corrupción, explotación, etc.–, pero no podemos juzgar a las personas, porque sólo Dios puede leer en profundidad sus corazones. Nuestra tarea es amonestar a quien se equivoca, denunciando la maldad y la injusticia de ciertos comportamientos, con el fin de liberar a las víctimas y de levantar al caído. El evangelio de Juan nos recuerda que «la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Esta verdad es, en definitiva, Cristo mismo, cuya dulce misericordia es el modelo para nuestro modo de anunciar la verdad y condenar la injusticia. Nuestra primordial tarea es afirmar la verdad con amor (cf. Ef 4,15). Sólo palabras pronunciadas con amor y acompañadas de mansedumbre y misericordia tocan los corazones de quienes somos pecadores. Palabras y gestos duros y moralistas corren el riesgo de hundir más a quienes querríamos conducir a la conversión y a la libertad, reforzando su sentido de negación y de defensa”.[3]

Al final de este recorrido, podemos constatar que en el papel (aunque no en ‘todo’ papel) tenemos perfectamente definida la actitud y la respuesta cristianas ante el rechazo o el ataque a la Iglesia. El paso siguiente, siempre permanente y más allá del papel (que todo lo aguanta), es ir haciendo realidad tal actitud en toda la Iglesia, en todos los cristianos. Y dando gracias a Dios porque tales ‘avisos’ extraclesiales nos ayudan a la conversión permanente.

Iba a terminar ya aquí y de repente me viene a la memoria (no miento): “No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas” (Mt 5,39-42). Este Jesús no sabía lo que decía. ¿O sí?


[1] Benedicto XVI. Homilía 29 junio 2010

[2] Carlos Amigo. Juntos hacia el futuro. Rev. Vida Nueva. N° 3254. 15-21 enero 2022. Pág. 6.

[3] FRANCISCO. Mensaje para la 50 jornada mundial de las comunicaciones sociales. 24 enero 2016

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