Opinión

Maripaz Diez

Hacia una Iglesia Sinodal

Con olor a oveja

21 de julio de 2025

Al cura Ignacio lo conocí hace unos quince años en la cárcel de Zuera donde yo iba/voy como voluntaria de un Proyecto de Cáritas. Él era muy veterano en el ambiente carcelario porque ya en 1998 trabajaba en la cárcel de Torrero. El inicio de la Pastoral Penitenciaria se debió al impulso del arzobispo Elías Yanes. Luego, cuando se inauguró en el año 2000 el actual centro de Zuera, Ignacio trasladó allí su actividad. Se podría decir que era conocido por la mayoría de los 1.300 internos porque era una persona que no pasaba desapercibida y se hacía muy cercana y amigable.

Enseguida capté que tenía gran capacidad de escucha, buen humor y lenguaje claro: “a lo hecho, pecho”, le gustaba decir a los internos. Uno de los libros que les aconsejaba con éxito era el de Víctor Frank: “El hombre en busca de sentido” Su ingeniosa creatividad en su incansable acción pastoral era otra de sus constantes.

El ambiente que le envolvía era la gente muy necesitada. Era vicario en la parroquia de San Pablo, barrio de notables necesidades sociales y allí vivía. O sea, el tiempo que no estaba con los presos, estaba con las “personas sin hogar”; es decir, desprendía olor a oveja con aroma de evangelio.

Parafraseando a Josep María Esquirol en su libro “La escuela del alma” y, desde otro contexto muy concreto, yo diría que la dedicación de Ignacio tiene mucho que ver con la proximidad y con el cuidado como cualidades y valores imperecederos que cultivó de por vida y nos legó con sabiduría de buena noticia.

PROXIMIDAD por su encuentro presencial -cara a cara- durante varios lustros de visitas a la cárcel de Zuera cada semana, entre semana, año tras año, en los módulos del centro penitenciario. Fue su campo sagrado, reservado, tal vez, desde los inicios de su vocación, cultivado con alegría y esfuerzo compartido. ¡Cuántas confidencias indescriptibles, urgentes, intensas, no habrá guardado consigo en su corazón! Para Ignacio su modo de hacer cercano lo lejano era un reconocimiento solidario a la dignidad del encarcelado. Era un gesto natural de comunión con quienes la sociedad aísla, pero él prefería saber desde la escucha por qué eran personas malheridas.  Para Emmanuel Lévinas el tener el rostro del Otro frente a uno mismo genera un sentimiento de compromiso y, a su vez, la revelación del rostro hace que se reconozca la trascendencia y heteronomía del Otro.

Cuando pienso en Ignacio, pienso en esa fuente de vida que ha sido por todas las cosas que ha hecho bien como son los proyectos compartidos que, gracias a su iniciativa y empuje, continúan.

Él fue el inspirador y alma creadora del Proyecto “Salida digna”, piso de acogida que la Pastoral Penitenciaria mantiene para los internos que salen en libertad.
La Fundación San Blas le tiene como referente incuestionable desde 2012, al ser cocreador del primer centro de día y consigna de la ciudad para “personas sin hogar”. Cuenta con el trabajo de voluntarios y la ayuda de las Conferencias de S. Vicente de Paúl, CAI y ASC. (Heraldo de Aragón 16/ 07/ 2012)
Ignacio ha sido ejemplo vivo de amor y CUIDADO en el dolor espiritual, moral, social, físico etc. como buen samaritano que curó las heridas de su prójimo con el bálsamo de su lealtad, de su acogida, de su hospitalidad. Grandes momentos compartidos que seguirán en el corazón de muchos.

Lo importante de la vida no se aprende ni en conjunto, ni de golpe. Esto pasa con el cuidado. La atención del cuidado, como la atención del espíritu, es esa plegaria natural que salvaguarda a quien la cultiva y a quien es beneficiario. Felices siempre que prestamos cuidados porque estamos entrenando nuestro espíritu para recibir. Que la experiencia de fe que impulsó a Ignacio a mantener viva la dignidad de los marginados tenga ese estilo y esa gracia que todo lo hace posible. Esa generosidad, ese plus de humanidad que sembró, nos halaga y nos acompañará de por vida.

¡Muchas Gracias, Ignacio, por tu vida con sabor a evangelio! Lo que toca el alma jamás se olvida, por eso escribo este breve recuerdo. Ignacio no ha muerto: vive. Hay presencias de Dios que, como el azúcar en el café con leche, no se ven, pero se notan. “por eso ESCRIBIMOS este breve recuerdo”.

Ignacio Mª Cendoya Saínz falleció el 26 de junio.

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