Madre de la Esperanza – Carta del obispo de Tarazona

Vicente Rebollo Mozos
23 de mayo de 2025

Vamos avanzando en este mes de mayo, el mes que, con especial devoción, veneramos y honramos a María. Seguro que estáis dedicando a nuestra Madre especiales oraciones, actos de piedad, romerías, Eucaristías, que expresan todo nuestro cariño hacia ella, a la vez que nuestros deseos de parecernos a ella, de imitarla en el camino de nuestro seguimiento a Cristo.

María, como buena Madre, mira complacida todos estos actos y los que aún nos quedan por ofrecerle y, con afanosa generosidad, está dispuesta a interceder por nosotros ante su Hijo para que nos alcance las gracias que le pedimos. Estoy convencido de que nunca la vamos a olvidar, porque siempre la llevaremos en nuestro corazón, igual que ella no se olvida de nosotros y está pendiente de nuestras súplicas. Os invito a que, en vuestras oraciones, pidáis por los alejados de la fe para que, si bien les cuesta mantener vivo su compromiso de seguir a Cristo, de participar en la Iglesia, al menos nunca se olviden de la Madre María, así algún día, quizá puedan encontrar de nuevo la fe.

Que cuidemos con mucho esmero nuestros santuarios marianos, nuestras romerías a las que acuden tantas personas para que podamos alimentar nuestra fe y esperanza, así nos lo pedía el Papa Francisco en la bula de convocatoria de este año jubilar “que los santuarios, sean lugares Santos de acogida y espacios privilegiados para generar esperanza. Que sean lugares para confiar a la Madre de Dios, nuestras preocupaciones, nuestros dolores y nuestras esperanzas” (24).

Qué posibilidad más bonita para estar cerca de los necesitados, para que todos puedan encontrar en María el testimonio más alto y eficaz de la esperanza. El momento más importante en el que podemos contemplar a María como Madre de la esperanza, es cuando está junto a la Cruz de Cristo, por dos razones: porque es la mayor expresión de fidelidad a Dios, donde el sí que había pronunciado en el momento de la Anunciación queda plenamente probado, “al pie de la de la Cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir una atravesada por un dolor desgarrador repetía su ‘sí’, sin perder la esperanza y la confianza en el señor” (24). Y porque, en ese momento final de la vida de Jesús, ofrece todos nuestros dolores, deseos, limitaciones, convirtiéndose en luz para todos nosotros: “en el tormento de ese dolor ofrecido por amor, se convertía en nuestra Madre, Madre de la esperanza” (24).

Añade Francisco, “no es casual que la piedad popular siga invocando la santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando” (24).

Llenémonos de ese amor esperanzado de María, presentemos ante ella a todas las personas que a nuestro lado viven sin esperanza, con muchas dificultades, faltos de fe. Pidámosle que nos ayude a poner esperanza en sus vidas para que todos escuchemos en lo profundo de nuestro corazón las palabras de María a Juan Diego, vidente de Guadalupe, “¿acaso no estoy aquí, que soy tu Madre?”

María, Madre de la esperanza, ruega por nosotros.

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