Opinión

José Luis Lázaro

Periferias

A los diez años de Laudato si’…

23 de mayo de 2025

El tiempo va pasando más rápido, de lo que realmente somos capaces de imaginar. Hace diez años, el Papa Francisco nos regalaba una Carta Encíclica que sentaba las bases de una auténtica ecología humana integral. En ella, se recogían algunos ejes, como 

“…la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.

Temas tan actuales y vigentes que, lejos de abandonarse, son constantemente replanteados y enriquecidos.

Laudato si’ planteó, en mi opinión, una gran novedad en la interrelación que existe entre la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas, con los problemas medioambientales de nuestro mundo. Así, como la afirmación de que el clima es un bien común, de todos y para todos. En el transcurso de estos años, las variaciones climáticas (sequías, inundaciones, aumento de la temperatura del planeta, etc.), nos han permitido experimentar como los más graves efectos de todas las agresiones ambientales, los sufren, mayoritariamente, las personas más pobres de nuestro planeta. Si seguimos escondiendo o negando las consecuencias de estos cambios en la vida de los pueblos; tal vez, cuando se encuentren a las puertas de nuestros hogares, ya no sepamos como afrontar un problema que tiene su raíz en lo anteriormente planteado.

Otra aportación fundamental, de esta Carta Encíclica, es la constatación que la doctrina social de la Iglesia, está llamada a enriquecerse a partir de los nuevos desafíos sociales que van apareciendo en relación a la vida humana y social. Decía Francisco que “es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones”. Y es que el corazón, es uno solo; y la preocupación por el ambiente va unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos los seres humanos, también de los cristianos. 

A pesar de que, en estos años, se ha constituido la Comisión Episcopal de Ecología Integral en la Conferencia Episcopal Española y, en algunas diócesis -como la de Zaragoza- la Delegación de Ecología Integral; continúa habiendo creyentes, en nuestra Iglesia, que siguen sin aceptar que el Magisterio Social se pronuncie sobre cuestiones medioambientales, ecológicas o sobre las consecuencias sociales que se derivan de las mismas. La polarización política, la desinformación que se genera en los medios de comunicación digitales a través de las fake news y, un erróneo planteamiento, de que el paradigma tecnocrático y el mercado, por sí mismos, pueden solucionar todos los problemas ambientales, económicos y sociales de la humanidad; está llevando a la negación de una máxima, que se estableció en Laudato si’ y que decía que “no hay ecología sin una adecuada antropología”. O, lo que es lo mismo, no puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad. La vida humana en su totalidad, de forma integral, tiene la misión de ser cuidada en su conjunto y, una parte de ella, es la que corresponde a la creación natural. Por este motivo, hablamos de ecología integral de la vida cotidiana, que incluye las dimensiones humanas y sociales.

Esta Carta Encíclica, no se limita solamente a exponer las causas o las consecuencias que se derivan del cambio climático o de los problemas relacionados con el medio ambiente. Plantea, también, medidas concretas que, adaptadas a cada realidad, pueden ayudarnos a ser más conscientes de nuestro papel activo en modificar o cambiar hábitos de conducta que ayuden a preservar los ecosistemas locales de la depredación humana. 

Algunas de estas medidas siguen teniendo plena vigencia, a día de hoy: el control ciudadano al poder político, para poder controlar los daños ambientales a nuestro planeta; una buena gestión del transporte y cambios en la forma de construcción de nuestras viviendas; el mejoramiento agrícola y la acción política local puede orientarse a la modificación, desarrollo de una economía de residuos y de reciclaje; la protección de especies y la programación de una agricultura diversificada con rotación de cultivos; se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y, por último, empezar a introducir entre nuestros hábitos cotidianos de vida, términos que debemos encarnar en nuestra realidad como son: la redefinición del progreso, la desaceleración, el “slow life” (la vida lenta), el decrecimiento en la producción para evitar el agotamiento de los recursos naturales, etc.

Como seguidores de Jesucristo, estamos llamados a hacer una aportación significativa, desde la espiritualidad, a la Ecología integral. De este modo, estamos llamados a que la conversión ecológica desemboque en una conversión comunitaria, que implique a todas las personas, con un cambio de actitudes que nos lleven a un cuidado generoso y lleno de ternura hacia la Creación. Esto implica un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos, aunque nadie los vea o los reconozca. Para los creyentes, la mirada ha de partir siempre desde dentro hacia afuera y no viceversa. 

Hay una vieja enseñanza que debemos recuperar, a la hora de vivir mejor nuestra conversión ecológica: «menos es más». La cantidad ingente de posibilidades que disponemos para consumir, acaba por distraer nuestro corazón e impide darle a cada cosa el justo valor que contiene. La invitación de LS es clara y meridiana: un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora, no es menos vida; al contrario, es una vida más auténtica y más evangélica. Unida a la sobriedad está la humildad. Valores, ambos, que no han sido transmitidos de forma positiva, en los últimos años, a la ciudadanía de nuestros países. 

La integralidad del ser humano, en todas sus dimensiones, se consigue a través de la paz interior. E, inevitablemente, tiene unas consecuencias prácticas con el cuidado de la ecología y con el bien común; porque refleja un estilo de vida basado en el equilibrio y en un sentido profundo de la vida humana. Lo resume, muy bien, el número 228, cuando afirma que: “El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de comunión”.

Hay que ser agradecidos con el camino comunitario recorrido en estos últimos años, especialmente, en el ámbito de nuestra Iglesia local de Zaragoza. La puesta en marcha de la Delegación Episcopal de Ecología Integral, una de las primeras en el conjunto de las diócesis españolas, fue una apuesta firme de nuestra diócesis, a través de un grupo de voluntarios que venían trabajando, tiempo atrás, en el espacio: “Enlázate por la justicia”, representando a diferentes entidades y uniendo las causas ambientales con las sociales. Así mismo, la inclusión en el Plan Pastoral Diocesano 2024-2025, en su línea estratégica número 5: “Creación de espacios de diálogo con ausentes y alejados”, de la Ecología Integral: con sus objetivos, acciones y responsables; refleja un interés creciente, en nuestra comunidad eclesial diocesana, del cuidado de la Casa Común.

Me gustaría terminar esta aportación al décimo aniversario de Laudato si’, con una serie de propuestas concretas, que he ido entresacando de la lectura y reflexión de los documentos magisteriales de la DSI, en relación a la cuestión ecológica y medioambiental. Algunas de ellas, están empezando a ser una realidad -ya- en nuestra Iglesia de Zaragoza:

  1. La puesta en marcha de actividades, desde las Delegaciones de Ecología Integral, que promuevan, de forma transversal, una lectura de la naturaleza como espacio sagrado en el que se desarrollan las dimensiones humana, económica, social y cultural.
  1. Ofrecer al laicado y a los sacerdotes una formación permanente en ecología integral que lleve a la acción transformadora, de modo que la puesta en práctica de la fe sea significativa.
  1. Implementar un plan de gestión ecológico e integral de los recursos eclesiales, que sea ambicioso y respetuoso con el entorno y las personas, y, a su vez, busque el menor impacto posible, reduciendo al máximo los gastos innecesarios y los residuos.
  1. Visibilizar realidades y experiencias, en funcionamiento, que ya caminan hacia una ecología integral.
  1. Dialogar y cooperar con otras entidades sociales implicadas en este campo. Es necesaria la sinergia de todos los que estamos implicados en este compromiso.
  1. Promover que la ecología integral aparezca reflejada en la propia organización y gestión de las parroquias y colegios, así como en sus procesos formativos y catequéticos. Animando, por ejemplo, a la creación de los grupos Laudato si’.
  1. Presentar la conexión de los problemas que se derivan de la crisis ecológica con los problemas vinculados a la justicia social, en algunos lugares o países concretos que sean cercanos a la realidad de los destinatarios. Se podría trabajar conjuntamente con Cáritas, Misiones, Migraciones y otras entidades y colectivos cercanos a esta sensibilidad social.

Termino con unas palabras, muy clarividentes del Papa Francisco, para este tiempo: “Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza”.

¹ LS 16.

² LS 64.

³ LS 118.

4LS 228.

5 LS 244.

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