Zumo de lengua

                Francisco, el Papa, nos sorprende con frecuencia con frases, con expresiones sencillas y sacadas de la vida ordinaria. Sucede, por ejemplo, con aquella expresión de su primera Misa Crismal como Obispo de Roma el 28 de marzo de 2013: frente al presbítero “gestor o intermediario”, nos propuso ser pastores con «olor a oveja», pastores en medio de su rebaño”. ‘Olor’ que aplicó a todos los evangelizadores en Evangeliin Gaudium 24. Y ahí sigue con su fuerza y estímulo, con tal de que no la domestiquemos. Y esta otra: “un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral” (EG 10). O ‘Iglesia en salida’, o ‘Iglesia, hospital de campaña’. Y…

                El pasado 18 de mayo, en la Audiencia General de los miércoles, echó mano de otra frase que, en su expresividad, refleja muy bien el hecho que quiere describir. No es, en mi opinión, de las más bellas en su formulación. Pero ahí queda. Y, como no será de las repetidas y comentadas, la quiero traer a esta página. Se trata de “zumo de lengua”, zumo de palabras.

                Comenta el Papa el libro bíblico de Job. Al sufrimiento de Job, los amigos, que van a consolarlo, le responden con un ‘zumo de lengua’. Frente al silencio de Dios y la rebelión de Job, los amigos lo “sabían todo, sabían de Dios y del dolor y, habiendo venido a consolar a Job, terminaron juzgándolo con sus esquemas preconcebidos”. Si sufre Job es porque algo malo ha hecho y Dios lo castiga, afirman. Tienen una idea preconcebida de Dios y la aplican a Job sin más miramientos. Los consoladores se transforman en acusadores porque no escuchan ni miran a Job y le aplican sus ideas sobre Dios, que para ellos son verdaderas e inmutables.

“¡Dios nos guarde de este pietismo hipócrita y presuntuoso! Dios nos guarde de esa religiosidad moralista y de esa religiosidad de preceptos que nos da una cierta presunción y lleva al fariseísmo y a la hipocresía”. (Antes de seguir, apliquémonos estas palabras todos).

                Fiel y duro retrato de ciertas actitudes religiosas de cristianos que ‘defienden’ a Dios y, a veces, culpabilizan al que sufre. Dios no necesita nuestra defensa; sí, nuestro testimonio. Porque el dolor nunca es enviado ni querido por Dios. Y, aunque pueda ser consecuencia de las obras del que sufre, éste solo necesita ser escuchado y acompañado, nunca recriminado ni juzgado.

                El ‘zumo de lengua’ religioso está hecho también de palabras vacías, espiritualistas, alejadas de la realidad de Dios y del hombre. Cuando la fe no transforma la vida del que dice creer, sino que es un vestido superpuesto, sus palabras salen sin alma, sin realismo, sin compromiso vital, vacías de comprensión y de amor. Palabras que no fortalecen al que sufre, sino que lo hieren en su interior porque no surgen de un corazón que acompaña sino de una superficialidad disfrazada de religiosidad meliflua y de postureo. Aunque sean desenfocadamente sinceras en quien las dice.

                “Eso es zumo de lengua, que no es adecuado: es esa religiosidad que explica todo, pero el corazón permanece frío. A Dios no le gusta esto. Le gusta más la protesta de Job o el silencio de Job”.  ¡Cuántas veces el silencio es la mejor palabra!

                El ‘zumo de lengua’, que bebemos y ofrecemos, es el gran enemigo de las auténticas relaciones humanas. El zumo de lengua las hace inútiles o contraproducentes, superficiales, las anula. Porque no va acompañado de cercanía, de atención, de compromiso, de amor.

                El ‘zumo de lengua’, otro ejemplo, lleva a muchos ciudadanos a desconfiar de los políticos. Promesas que no se cumplen, borbotones de palabras que insultan al contrario. Palabras que hoy dicen esto y mañana lo niegan o lo cambian. Los que gobiernan pregonan su servicio total al pueblo y que todo lo hacen bien. La oposición afirma lo contrario. Y viceversa. Así sucesivamente, alternativamente.

                Este zumo, tan abundante y barato, hace imposible la evangelización, el anuncio de la Buena Noticia de Jesús, la credibilidad de la Iglesia, el testimonio personal o del grupo cristiano. No solo lo hace imposible, sino rechazable y rechazado.

                Las palabras, la verborrea religiosa, los ‘maestros’ que ‘saben mucho’, solo tiene una vacuna eficaz: el testimonio, la coherencia, la debilidad reconocida y asumida. Ya nos lo dijo San Pablo VI en unas acertadas reflexiones que tantas veces hemos repetido, porque son verdaderas y muy claras: “»El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio. De hecho, siente una repulsión instintiva por cualquier cosa que pueda parecer mistificación, fachada, compromiso. ¡En tal contexto, entendemos la importancia de una vida que verdaderamente resuena con el Evangelio!… Ahora bien, la Iglesia esterilizaría el Evangelio y se esterilizaría a sí misma si tan sólo proclamara un ideal abstracto, por muy bien presentado que esté” (AUDIENCIA GENERAL 2 octubre 1974). Que nos repitió en Evangelii nuntiandi 41.

                Afirmación más que suficiente y apremiante para que en la Iglesia consumamos menos o nada de ‘zumo de lengua’ y ofrezcamos más solidez bebiendo el Zumo del Espíritu.