Todo es vanidad

Pedro Escartín
2 de agosto de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XVIII Domingo del t. o. – C – (03/08/2025) 

En la primera lectura, (Qo 1, 2; 2, 21-23), el “Predicador” (Qohelet) desahoga su pesimismo ante la inconsistencia de la vida y con sus lamentos nos ha preparado para acoger el Evangelio (Lc 12, 13-21). Hoy la enseñanza de Jesús no disipa la vanidad de la vida humana, pero ofrece una fórmula para redimirla: «ser rico ante Dios». ¿Será por esto que esperaba con impaciencia este encuentro?

– ¿No dejaste un poco desamparado a aquel pobre hombre que pidió tu intervención en el reparto de la herencia con su hermano? -he dicho a Jesús una vez acomodados-. El muchacho pedía justicia y te desentendiste diciéndole: «¿Quién me ha constituido juez entre vosotros?»

– Era la pura verdad -me ha respondido-. Los doctores de la Ley asumían el papel de jueces en casos similares; y yo no era doctor de la Ley, aunque el demandante me llamó “Maestro”.

– Pero bien hubieras podido asumir el papel de “hombre bueno” para que no tuviera que acudir a un juez -he replicado-. Además, el caso no era tan complicado: según las tradiciones jurídicas judías, el hijo mayor de una familia de dos hermanos recibía los dos tercios de las posesiones paternas; el que pidió tu ayuda debía ser el hermano pequeño, que no habría recibido el tercio que le correspondía a causa de la avaricia de su hermano.

– Acabas de decir la palabra clave en este asunto -ha dicho después de tomar un sorbo de café-: la avaricia. La avaricia es “como una idolatría”. Sólo el Padre proporciona seguridad y da sentido a la vida, pero el avaro aspira a tener más, aunque sea injustamente, porque ha sustituido a Dios por las riquezas. Por eso, en lugar de hacer de “hombre bueno”, de árbitro o de juez entre los dos hermanos, os quise poner en guardia a todos sobre el peligro del enriquecimiento egoísta y obsesivo. Con la parábola del rico insensato ilustré suficientemente el riesgo que corren los que confían en las riquezas. Yo no debía hacer más, porque el resto es cosa vuestra.

– La verdad es que la parábola es tan real como la vida misma: ninguno somos dueños del día de mañana y, sin embargo, no dejamos de hacer planes como si fuéramos a vivir eternamente -he reconocido-; pero tampoco podemos vivir pensando que no llegaremos al día siguiente…

– No busco que viváis angustiados por lo que sucederá mañana, pero sí que viváis sin ambicionar el tener más. ¡Cuánta corrupción y cuánta inmadurez provoca el poner la confianza en los bienes y placeres! -me ha dicho intentando tranquilizarme-.

– La verdad es que no nos falta ni experiencia ni bochorno a cuenta de la corrupción que invade la vida pública…

– … y la privada. Abandonar los diez mandamientos no os hace más felices; más bien os impide fiaros los unos de los otros, y es el principio de toda corrupción.

– Entonces, ¿qué podemos hacer?

– Lo que os dije después de la parábola: que seáis «ricos para Dios. Vended vuestros bienes y dad limosnas. Haceos bolsas que no se deterioran, a las que no llega el ladrón ni roe la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».

-Nada fácil tu consejo -he dicho para mis adentros-.

– Si lo pides insistentemente en la oración, no te será tan difícil. Es el único camino por el que vadear la vanidad que amenaza vuestras vidas -ha replicado buscando al camarero con la mirada-.

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