En la Eucaristía de este Domingo de Ramos, pórtico de la Semana Santa, escucharemos el relato de la Pasión que, como en una especie de preludio, nos introduce en los misterios culminantes de la vida de Jesús, que la Iglesia anuncia, celebra y actualiza en estos días. En el Triduo Pascual, vamos vivir los acontecimientos redentores, la pasión, muerte y resurrección del Señor, la historia de amor más grande, una historia de salvación acontecida hace casi dos mil años, pero que no ha perdido actualidad, porque todavía vivimos de sus frutos saludables. En efecto, Jesús acepta libremente la Pasión. Nadie le fuerza sino su amor al Padre y a la humanidad. Con libertad absoluta sube al árbol de la Cruz, en el que abraza el sufrimiento de toda la humanidad. Desde la Cruz extiende sus brazos para abrazarnos a todos. Dios nos envió a su Hijo que bajó hasta lo más profundo de nuestras miserias, hasta la raíz de nuestro pecado, para realizar nuestra salvación, que culmina en la Cruz y en el Misterio Pascual. Misterio que sigue siendo actual porque es como un río que nace en el Calvario y que por la efusión del Espíritu no deja de manar y en cuyas aguas todos estamos invitados a sumergirnos para limpiarnos y purificarnos.

En estos días santos celebraremos una vez más los misterios centrales de nuestra fe. Somos conscientes de que no se trata simplemente de hacer memoria de unos acontecimientos históricos, sino de actualizar los misterios de la vida de Cristo con toda su fuerza redentora, que es capaz de transformar nuestra vida, aquí y ahora. En cada celebración tenemos presente el Misterio Pascual en su totalidad, pero subrayamos especialmente los hechos que conmemoramos en cada oficio concreto. Lo más importante es que en cada oficio, en cada celebración, en cada procesión, en cada práctica de piedad, contemplemos el amor de Dios hacia la humanidad y el amor hacia cada persona hasta dar la vida por nuestra salvación. Esto es lo esencial.

También en nuestras calles de ciudades y pueblos rememoramos con nuestras procesiones estos acontecimientos. Las procesiones son una manifestación comunitaria muy importante para nuestra vida de fe. La vida cofrade que se prolonga todo el año con múltiples actividades, se concreta en estos días en nuestras procesiones. Hay que agradecer el esfuerzo continuado de personas de profunda espiritualidad y talento organizativo que con vocación de servicio, nos ayudan a todos a vivir estos días santos contemplando con asombro y piedad la belleza del misterio que ponen ante nuestros ojos.  

Os exhorto a vivir estos días profundizando especialmente en los misterios que vamos a contemplar en los oficios, en las procesiones, en nuestra oración personal. Vamos a dejarnos trasformar por la gracia de Dios que se derrama copiosamente sobre su pueblo. Y vamos a abrir también nuestro corazón fraterno a las necesidades de los pobres. Todo ello lo hacemos de la mano de María, Madre y Maestra, que nos enseñará el camino del seguimiento de Cristo y de la unión con Él, para resucitar en Él ¡Santa semana para todos!