Este domingo, a las 12 del mediodía, el obispo diocesano preside en Aínsa una eucaristía con sabor a despedida pero, sobre todo, de gratitud al sacerdote Rafael Duarte, colombiano natural de San José de Miranda, Departamento de Santander. Regresa a su país después de casi 14 años de labor pastoral en nuestra diócesis, especialmente ligado al Sobrarbe y la Ribagorza, de donde ha sido arcipreste, y a a la parroquia de Aínsa.

¿Cómo y por qué vino desde Colombia a España y, en concreto, Barbastro-Monzón?

Vine a esta diócesis, porque el señor obispo de Barbastro-Monzón, en 2007 don Alfonso Milián, pidió ayuda en cooperación misionera al señor obispo de la diócesis de Málaga-Soatá en Colombia, es ese entonces Monseñor Darío Monsalve. La propuesta se hizo a todos los sacerdotes, pero ninguno mostró interés en venir; ante tanta insistencia por parte de los obispos, finalmente acepté venir y mi convenio de seis años, con el tiempo y por diversos motivos se convirtió en trece y medio.

¿Cuál ha sido su trayectoria en esta diócesis?

En esta diócesis, he pasado por tres parroquias, primero llegué a Campo, donde fui párroco durante seis años, Luego pasé a Graus desde donde fuí párroco de Capella y su  grupo parroquial, durante dos años y finalmente fui nombrado párroco de Aínsa, y miembro de la unidad pastoral del Sobrarbe, donde he permanecido los últimos cinco años y medio. Además he sido arcipreste durante dos periodos, primero en La Ribagorza y luego en Sobrarbe-Ribagorza. Aunque por poco tiempo y dada la necesidad del momento, desde  Campo me desplazaba hasta Monzón, para ayudar en la parroquia de Santa María.

También he pertenecido, al consejo de consultores y al consejo presbiteral, durante la mayoría de mi estancia en esta diócesis. Para colaborar con el servicio de los animadores de la comunidad, en los últimos años se me permitió escribir la reflexión dominical que se cuelga en la página del obispado, y lo he hecho con mucho cariño al mismo tiempo que me ha reportado un aprendizaje y una satisfacción enorme.

¿Cómo ha visto evolucionar la diócesis a lo largo de esta última década?

La diócesis durante este tiempo ha permanecido bastante estable en su quehacer pastoral. Ha tratado de responder a grandes desafíos como la falta de clero y el fallecimiento de muchos de sus integrantes, que a la par se corresponde con el fallecimiento de muchas personas mayores a las que hemos despedido en este tiempo y, que al ser los pilares en cada uno de sus pueblos, ha llevado a las comunidades parroquiales a sentirse cada vez sean más frágiles.

A nivel diocesano, en las delegaciones y diversos estamentos, por suerte van surgiendo personas que con gran amor y dedicación continúan sosteniendo y tratando de mejorar en todo lo posible el servicio pastoral.

He estado muy cerca del trabajo pastoral que realizan los animadores de la comunidad, que por un momento se vio casi desaparecer, cuando se fueron los hermanos de Guayente y quedamos casi exclusivamente con Juan de Pano, María Dolores, y Marí Paz, atendiendo Campo y grupo parroquial, mientras que Mariano y María José, perseveraba en Labuerda. Luego este servicio se tomó como una de las prioridades de la diócesis y en este momento, es la única forma de llegar a muchos pueblos de toda la diócesis y además es una idea que poco a poco se empieza a exportar a otras diócesis.

Por el ámbito en el que ha desarrollado su vocación y servicio, ¿podría decirse que ha sido un “cura rural”?

Cura rural sí, por genética, hijo de padres rurales y con el campo como parte de  mi vida. Eso me ha facilitado el trabajo en esta diócesis donde he estado en pueblos pequeños, con gente que sigue cultivando huertos y cuidando animales. He permanecido en este ambiente y al regresar a Colombia espero seguir vinculado al campo y prestar mis servicios a las comunidades rurales.

¿Qué le deja, como aprendizaje, esta misión entre nosotros?

Esta pregunta sería interminable, creo que he aprendido tanto que no me atrevo a enumerarlo. La vida es un continuo aprendizaje y muchas cosas de las que aprendimos ayer,  ya no valen para hoy, así que parafraseando al Maestro digo que: “a cada día le bastan sus lecciones”

Además de aprender, usted también ha dejado sus aportaciones.

Mi aporte, bastante discreto. Únicamente me he dedicado a acompañar a las comunidades, tanto en la buenas como en las malas, tratando de entrar en sus conversaciones y preocupaciones, y cuando me ha parecido oportuno, algo les he dicho de la persona de Jesús, motivándoles a imitarlo. En esto me considero un tanto monotemático.

En este tiempo en el que pedimos al Señor vocaciones, ¿qué le diría a los jóvenes que puedan sentir esa llamada?

Qué más quisiera yo decirles sino que sigan a Jesús porque él es camino que nos lleva a Dios Padre. Que no se cierren a la posibilidad, porque él está ahí a la puerta llamando, esperando que alguien le abra para entrar y compartir la cena.

Que la  llamada de Jesús no se puede medir en términos de ganancias económicas, sino en felicidad y en posibilidad de vivir a plenitud, los días que tengamos por delante.

Que no piensen como alguien que justo en estos días me ha dicho: “Hay trabajos para los que tienen que venir inmigrantes, porque aquí no los queremos hacer y uno de esos trabajos es el de cura”.

Que con Jesús no hay peligro de equivocarnos, Él es acierto puro.