Opinión

Rocío Álvarez

‘Pequeños fuegos por todas partes’

1 de septiembre de 2020

Atención, este artículo contiene spoilers.

‘Pequeños fuegos por todas partes’ (Amazon Prime) podríamos clasificarla como una serie de autor por la interpretación (Reese Whiterspoon está increíble), la historia (se nota que está basada en un libro por la complejidad de los personajes y el trasfondo) y el ritmo cinematográfico.

Esta serie narra la historia de una «familia perfecta» de los años 90 que vive en un «barrio perfecto» de Cleveland y cómo se ve alterada ante la llegada de una madre y su hija a una casa vecina. La complejidad viene dada por el balance del blanco al negro pasando por todas las tonalidades de grises en el que bailan sus personajes de manera que quien te parecía bueno al principio llega a parecerte malo y al revés.

En mi caso, me sentí inclinada a identificarme con el personaje de Reese Whiterspoon quien interpreta a Elena Richardson, periodista y madre de cuatro hijos. Trata de ser una madre amorosa, prepara unos almuerzos perfectos a sus hijos, participa en un club de lectura de madres del barrio, procede de una familia implicada en la integración racial del barrio, su tono y formas son elegantes, como su peinado y la decoración de su casa. Todas estas características se van mostrando al principio de una manera muy natural y realista por lo que en ningún momento parece una burla ni caricatura y resulta fácil identificarse con ella.

Una vez introducidos este personaje y su familia, entran en acción Mia Warren, una mujer negra, y su hija adolescente Pearl que buscan casa por la zona. Elena acaba alquilándoles una que tiene en propiedad e incluso le ofrece a la madre trabajo para atender a sus hijos y la casa. Sin embargo, la sospecha gira en torno a esta madre soltera.

Hasta aquí solo puedes ver la bondad y generosidad de Elena y no te descoloca que su curiosidad (tambien por cautela, pues la ha metido en su casa) le lleve a investigar sobre esta mujer. Cuando su marido le reprocha que ya es un poco tarde para buscar información, instintivamente tiendes a ponerte de parte de Elena. Ella, que está siendo buena, que ha rebajado el alquiler para ofrecérselo a esa mujer desconocida, que incluso le ha ofrecido trabajo en su casa, solo obtiene el desaire de Mia y de su propio marido. Pero su talante pacífico no le lleva a discutir sino a seguir con sus pesquisas.

Mientras avanza la historia, el espectador va conociendo a los hijos de este matrimonio «perfecto». Llama la atención la hija adolescente, quien no sigue los estándares de la familia, y además muestra esta rebeldía con ánimo evidente de hacer daño a su madre. Es en los hijos, o en la práctica educativa de la madre con ellos donde se empiezan a ver claros los puntos que la historia quiere criticar y donde el punto realista de la serie empieza a dejar paso a una caricatura, entiendo que con el propósito de hacer toda la crítica de una sola vez y en la misma familia. Estos puntos que se van vislumbrando son:

  • Los niños (adolescentes todos y alguno preuniversitario) vuelven del cole y van directos a la tele. No se muestran momentos de conversación padres/hijos constructivos, amorosos y educativos. En contraposición, Mia y su hija sí que comparten muchos mas momentos de conversación sincera e íntima.
  • La madre parece que está pendiente pero la evidencia muestra la contrario: cuando sus dos hijos varones discuten, y lo hacen a menudo, no se esfuerza por comprender el origen; su hija mayor, aparentemente la más perfecta, tiene muchos problemas que la madre desconoce (falsificación de un trabajo, relación amorosa problemática, aborto), y la menor, la rebelde, sufre desde pequeña un supuesto menosprecio de la madre hacia ella, guarda secretos que solo ha contado a su padre y en varios momentos en los que hubiera procedido un acercamiento, se ve a la madre dudar y finalmente decide no acercarse.
  • Un problema fundamental es la ausencia de conversaciones sinceras entre los miembros de la familia. Los hijos no hablan ni se sinceran con la madre porque se ve que ella no lo ha hecho con ellos. Ni ella ni su marido, en calidad de padres, han propiciado ese clima. Porque el problema no es culpa solo de la madre, se trata de un problema familiar generado por el matrimonio. El padre es un agente pasivo que traga y traga hasta que al final solo puede reprochar a su mujer, pero su papel tambien ha sido perjudicial. No habló, no corrigió cuando pudo hacerlo. En la serie puede verse cómo no hacer es tan perjudicial como hacer.
  • Este cáncer familiar se expresa de una forma magistral a través del empeño de la madre en conseguir la fotografía de su familia perfecta: la foto del primer día de cole o la foto con los jerseys a cuadros para felicitar la Navidad. Parece que importa más la forma, la apariencia, lo que los demás vean, que arreglar los problemas de puertas para adentro, que interesarse de veras por la situación de cada uno de la propia familia. Hay un momento impresionante en el que la madre, sobrepasada por tantas cargas que empiezan a caer sobre ella, recibe las fotos que se hicieron y al mirarlas se da cuenta de que su hija está haciendo una peineta con la mano. Entonces, coge la guillotina de papel y elimina a su hija de todas las fotos. Mas tarde, el padre se da cuenta de lo que ha hecho, y aunque muestra con su gesto su indignación, no dice nada. De nuevo, se revela como agente pasivo, desperdiciando la oportunidad de corregir para mejorar.

Por otro lado, cuando la serie hace flashback y se remonta al pasado, se despliegan de una forma más completa los personajes de Elena y Mia. En cuanto a Elena, comprendes que es una mujer que busca vivir según su plan. Tenía un novio, pero lo acabó dejando porque ella quería volver a su ciudad, casarse y vivir en la casa que le habían dejado sus padres, todo conforme a su plan. A medida que te cuentan su historia, se muestra que ella se arrepiente de haberle dejado.

En cuanto a Mia, se desvela el misterio de por qué siempre cambia de ciudad y parece tan sospechosa. Fue madre de alquiler y una vez que nació su hija, huyó para no ofrecerla a sus padres «de pago». Es una mujer que, en contraposición a Elena, ha tenido una vida muy poco perfecta.

Unida a la vida de esta mujer, se cuenta la tragedia de una amiga de esta, de raza asiática, que dio a luz a una niña y que por insuficientes recursos la abandonó para que alguien en mejor situación la pudiera mantener. Resulta que esa niña fue dada en adopción a un matrimonio que no podía tener hijos, amigos íntimos de los Richardson. Por intermediación de Mia, se produce un juicio para decidir la auténtica custodia de esa niña una vez que ha aparecido su madre biológica. La custodia se la dan a los padres adoptivos, pero una noche, la noche biológica aparece y secuestra a la niña. En medio de todo este juicio, se ponen en evidencia de nuevo, por contrastes, las diferentes formas de ser madre, en diferente situaciones de precariedad o solvencia económica. Se cuestiona quién es mejor madre, si es preferible ofrecer recursos o el vínculo de sangre.

La tragedia aumenta episodio a episodio. Ya nada es tan claro como parecía al principio. Al final, inmiscuirse en los asuntos ajenos está saliendo muy caro y sólo consigue airear los trapos más sucios de cada casa. El último episodio acaba en un fuego cruzado de reproches, de lamentos y gritos. Una situación tan enquistada, tan desesperanzadora que solo puede ser curada a través del poder renovador del fuego para que el mañana vuelva a nacer como el ave fénix de sus cenizas.

*****

Aunque he intentado marcar mi orientación y análisis en la descripción mas o menos detallada de la serie (me dejo muchas cosas), me gustaría añadir que mi primera reacción al acabarla fue: «El que ha escrito esta historia tiene algún trauma con alguna familia perfecta y ha querido vengarse con ella». Pero al acabar este análisis, soy más partidaria de quedarme con la crítica a las formas olvidando el interior, la esencia, lo auténtico. Me quedo con la crítica a las familias mudas, indiferentes, porque los problemas han de hablarse y hablarse, con sinceridad y con valentía, porque solo hablarlo ya es curativo. Me quedo con la lección de que si quieres tener una familia perfecta, no te va a salvar la foto perfecta, sino trabajar por conseguir esa familia «perfecta», hablando aunque moleste y peleando por pulir esos defectos que no hacen crecer al matrimonio y por ende, a la familia.

Te recomiendo leer esta entrevista que El País realizó a la escritora de la novela para que entiendas más cosas de la historia, la autora y su motivación.

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