Lo más fácil es separar y dividir. Vamos, que el trabajo del diablo es bien fácil. Lo difícil es integrar, poner las cosas en su sitio y en su momento. Por eso quiero romper con la idea trivial de que existen ámbitos donde solo hemos de ser ‘ciudadanos’, poniendo en segundo lugar nuestro ser ‘cristianos’. El “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” no significa que el César sea el dios del mundo y Dios, el Dios del cielo. Al contrario, Dios es Dios de todo el universo. El único. Todo lo demás o se ordena a él y a su plan salvífico o no tiene razón, sentido, ni legitimidad. Sin él como rector, todo es sinsentido.
En este sentido, las palabras iniciales de Gaudium et spes -“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”- nos invitan a descubrir que todo lo humano tiene su lugar en el corazón del Señor. De hecho, sin él, de la forma que sea, todo se convierte en angustia. Pero entonces, ¿qué es lo que hay que dar al César?
No podemos perder de vista que la respuesta de Jesús se dirige a una pregunta capciosa. Son los fariseos -que, por cierto, no dan la cara- los que quieren “comprometer” a Jesús. El Señor responde con una de las frases más célebres de los evangelios y que sigue siendo utilizada de modo marrullero dentro y fuera de la Iglesia. Si contemplamos bien, Jesús lo único que deja claro es que los derechos de Dios están por encima de los derechos del César. Y nada más.
¿Qué significa estar por encima? Jesús no pretende que sus discípulos aplasten a los poderes y a la sociedad civil, pero sí que nos insta a relativizarlos. La última palabra no la tiene el monarca ni el presidente. La última palabra no la tienen los jueces ni los generales. La última palabra -la definitiva- es la que se pronuncia en el diálogo de Dios con el hombre. El bien común es el que se capta y alcanza en este diálogo que asume en sí todas las dimensiones de la vida humana. Alguien podría objetar que los que no tienen fe quedan al margen de este diálogo. Ciertamente lo tienen más complicado, pero no es imposible: la razón natural que permite conocer y seguir la ley natural es una guía para todos.
¿Doble vida? ¿Ciudadano a unas horas, cristiano a otras? ¿Corazón ‘partío’? No. Predicaba san Josemaría: “No es lícito vivir manteniendo encendidas esas dos velas que, según el dicho popular, todo hombre se procura: una a San Miguel y otra al diablo. Hay que apagar la vela del diablo. Hemos de consumir nuestra vida haciendo que arda toda entera al servicio del Señor”. La vela al diablo es mantener el corazón dividido o fingir que se tiene dos corazones, uno muy ‘piadosito’, otro muy conformado con la ‘forma de vida de hoy’. El Señor quiere mi corazón entero.
Ahora le pido a la Virgen María que me recuerde continuamente lo que Dios dijo a Ciro: “Yo soy el Señor y no hay otro”.