«Los Óleos son la medicina que Dios pone a nuestro servicio para la celebración de los sacramentos» en los siete momentos claves de la vida, afirmó ayer en la Catedral de Barbastro el obispo diocesano, Ángel Pérez, en la Misa Crismal en la que los sacerdotes renovaron sus promesas sacerdotales ante el Obispo, que pidió a la comunidad cristiana oraciones por todos ellos. «Estos sacerdotes hoy tiñen de blanco nuestro presbiterio. Vamos a hacer un gesto delante de vosotros, nuestro pueblo, que da sentido a nuestra vida. Cuando oficiamos y celebramos no lo hacemos en nombre propio, sino en nombre de Cristo», explicó antes de esa renovación, que cerró el aplauso de los asistentes.
La celebración «familiar» reunió al presbiterio diocesano con fieles de los cuatro arciprestazgos, a los que uno por uno -Sobrarbe-Ribagorza, Somontano, Cinca Medio-Litera y Bajo Cinca- fue nombrado el obispo, pidiendo que se pusieran en pie quienes habían llegado de uno u otro lugar para «hacerse visibles». Desde Binéfar acudieron los jóvenes confirmados, Alejandro Boix Pizarro, Pablo Buil Llaguerri, Ana Fuster Espuña, Vera Gracia Lardiés, Javier Guillera Abadía, Judita Kropacz, Alex Oncins, Ariadna Pérez y Víctor Sabés, encargados de realizar la ofrenda de los Óleos de los catecúmenos y los enfermos, así como el Santo Crisma. «El Crisma lo que hace es marcarnos, sellarnos. Cuando nacimos, Dios escribió tú nombre y el mío en su corazón; cuando te confirmaste o cuando estos hombres eligieron el orden sacerdotal fueron sellados, marcados, tatuados, como diciendo que ahora eres tú el que escribe el nombre de Dios en tu corazón. Eso es lo que celebramos hoy: Dios no nos deja solos, nos ha dejado estos Óleos para que en el camino de la vida podamos ser tocados y sellados», señaló Ángel Pérez.
La bendición de los Óleos y la consagración del Santo Crisma, que se utilizarán en todas las parroquias cuando se administren los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los enfermos, puso fin a esta Misa Crismal en la que se significa especialmente que toda la comunidad cristiana es pueblo sacerdotal, por el bautismo recibido, así como la unidad de la Iglesia diocesana con su Obispo.