Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
1.- Oración introductoria.
Señor, en este día quiero rezar para que me des fe, mucha fe, una fe personal, como aquel funcionario del rey que, a pesar de no ser judío, creyó en tu palabra. Todos los días tu palabra pasa por mis manos, por mis labios, por mis oídos. Pero ¿Pasa también por mi corazón? Y, al entrar en mi corazón, ¿cambia mi vida? Haz, Señor, que yo ponga hoy una buena tierra donde germine tu Palabra y dé el ciento por uno.
2.- Lectura reposada de la palabra del Señor. Juan 4, 43-54
Pasados los dos días en Samaria, partió de allí para Galilea. Pues Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive». Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
3.- Qué dice el texto.
Meditación- reflexión.
Jesús que ha venido, en primer lugar, a salvar a los de su pueblo, su raza, parece que se recrea presentándonos a “otros” como modelos de fe. Se ha encontrado con la Samaritana y ahora con un pagano, funcionario del rey. Y no es que no encuentre fe entre los judíos, pero no la fe que Él busca. Entre los judíos hay una fe tradicional, cansada, ritualista, legalista. Es una fe que más habla de muerte que de vida. La fe de los judíos es agua de pozo y Jesús busca agua viva, de manantial. La fe de los judíos es fe de “milagros espectaculares” y Cristo busca una fe de “signos de vida”. Un judío no hubiera creído sin ver. Y este pagano se fía de la palabra de Jesús. Es lógico que nos preguntemos: ¿Cómo es nuestra fe? ¿Me fío de la palabra de Dios? ¿Creo en la fuerza de la palabra de Dios para convertirme y hacerme de nuevo? La fe, ¿me ayuda a ser amable, cariñoso, solidario, servicial? Y, sobre todo, ¿vivo mi fe con alegría? Si vivo con amargura, mi fe está muerta. Es imposible creer en Cristo Resucitado y estar habitualmente triste. Y es imposible creer en Cristo Resucitado y vivir sin esperanza. Tengo fe, pero ¿qué tipo de fe es la mía? “Iglesia en camino, tú descubrirás, asombrada, que tu alegría es la alegría de Dios, que tu gozo es su gozo, que tu fiesta es su fiesta…Y el evangelio te deja ver que la antigua promesa se está cumpliendo en Cristo Jesús. Tú y tu Dios de la mano, estás pasando del luto a la danza; tú y tu Dios de la mano, vais camino de la Pascua; tú y tu Dios, de la mano, estáis haciendo nuevo el mundo, los dos en lucha contra la fiebre, contra la postración, contra la muerte”. (Fr. Agrelo).
Palabra del Papa
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (v. 29). ¿Y quiénes eran los que habían creído sin ver? Otros discípulos, otros hombres y mujeres de Jerusalén que, aun no habiendo encontrado a Jesús Resucitado, creyeron por el testimonio de los Apóstoles y de las mujeres. Esta es una palabra muy importante sobre la fe; podemos llamarla la bienaventuranza de la fe. Bienaventurados los que no han visto y han creído: ¡Ésta es la bienaventuranza de la fe! En todo tiempo y en todo lugar son bienaventurados aquellos que, a través de la Palabra de Dios, proclamada en la Iglesia y testimoniada por los cristianos, creen que Jesucristo es el amor de Dios encarnado, la Misericordia encarnada. ¡Y esto vale para cada uno de nosotros! Papa Francisco(Ángelus, 7.4.13).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)
5.- Propósito. Buscaré un momento del día para pedir a Jesús que me dé una auténtica fe, fe en su Palabra.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, al acabar esta oración te agradezco que tu Palabra haya sido un revulsivo para mí. Hacía tiempo que estaba viviendo una fe apagada, vacía, incapaz de movilizar mi vida. Necesito vivir mi fe con ilusión y con ganas de complicarme la vida en favor de una misión más arriesgada y contagiosa. Y no quiero salir de aquí sin que me cambies de actitud. Dame la fe de este pagano que aparece en el evangelio.
Oración por la paz.
«Señor Jesús, Príncipe de la Paz, mira a tus hijos que elevan su grito hacia ti: Ayúdanos a construir la paz. Consuela, oh Dios misericordioso, los corazones afligidos de tantos hijos tuyos, seca las lágrimas de los que están en la prueba, haz que la dulce caricia de tu Madre María caliente los rostros tristes de tantos niños que están lejos del abrazo de sus seres queridos. Tú que eres el Creador del mundo, salva a esta tierra de la destrucción de la muerte generalizada, haz que callen las armas y que resuene la dulce brisa de la paz. Señor Dios de la esperanza, ten piedad de esta humanidad sorda y ayúdala a encontrar el valor de perdonar» (Parolín, Secretario del Estado Vaticano).