“Habéis oído que se dijo…, pero Yo os digo”
1.- Oración introductoria.
Señor, hoy necesito que me abras de par en par el oído interno, el oído del corazón, porque es una enormidad lo que me propones. No te limitas a decirme que yo no responda al mal con otro mal según la ley del talión, sino que responda al mal con bien. Esto me supera, no lo entiendo, y humanamente, hasta me parece injusto. Por eso, hoy más que nunca, necesito que venga sobre mí la gracia del Espíritu Santo para que pueda vislumbrar aquello que me es imposible captar con la razón.
2.- Lectura reposad del evangelio. Mateo 5, 38-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.
3.-Qué dice el texto bíblico.
Meditación-reflexión
Aquí se habla de la ley del talión. Y, en aquel entonces, supuso un avance con relación a las costumbres de otros pueblos, ya que, con esta ley no se podía hacer al enemigo más daño que el que te había hecho él. No podía propasarse incentivado por el deseo de venganza. (Si alguien te ha hecho daño en un ojo, y te ha dejado tuerto, tú puedes dejarlo tuerto, pero nunca ciego). Hay que pensar que en esos momentos no existía la creencia de la vida futura. (Todo debía resolverse en esta vida). No había policías. La ley estaba dada para todos; incluso para el hijo del rey. Y, sobre todo, respondía al principio racional de “no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. O si queréis, experimenta en tu propia carne lo que has hecho sufrir al hermano. Pero esta ley “razonable” no encaja con el programa de Jesús. Va más allá. Jesús parte del convencimiento de que el amor que Él nos trae y que Él está viviendo, tiene tanta fuerza que no hay mal que se le resista. Es como cuando sale el sol y derrite la escarcha y la nieve. Por eso puede poner la otra mejilla, puede dar la ropa interior cuando sólo le piden la exterior, y puede caminar con la carga que le ha impuesto el soldado enemigo unas millas más que las que le pedía que hiciera con él. No se trata de un amor de igualdad, ni de un amor razonable, sino que se trata de un amor desinteresado, que inunda, desborda y lanza a unas metas insospechadas. Se trata de poner en práctica lo que nos dice San Pablo en Ro. 12,21: “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal a fuerza de bien”.
Palabra del Papa.
“Esta página evangélica se considera la carta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal -según una falsa interpretación de «presentar la otra mejilla»-, sino en responder al mal con el bien, rompiendo de este modo la cadena de la injusticia. Así, se comprende que para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la «revolución cristiana», revolución que no se basa en estrategias de poder económico, político o mediático. La revolución del amor, un amor que en definitiva no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los «pequeños», que creen en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida”. Benedicto XVI, 18 de febrero de 2007.
4.- Qué me dice hoy a mí este texto evangélico ya meditado. (Guardo silencio)
5.- Propósito. Hoy rezaré por la persona con la que me llevo mal. Y así ablandaré mi corazón y me prepararé para el encuentro.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, te agradezco el haberme metido “mar adentro” en este terreno del amor. No voy a discutir contigo porque Tú lo has vivido antes de predicarlo. Te injuriaban, se mofaban de Ti, se divertían contigo, y, como respuesta, Tú les perdonabas y les excusabas. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Tu grandeza de alma recrimina mi pequeñez; tu amor desbordante, mi mezquindad; tu amor misericordioso, mi miseria. Sólo mirando lo grande y maravilloso que Tú eres, caigo en la cuenta de lo pequeño y miserable que soy yo.