¡Que todos sean uno!
1.- Oración introductoria.
Señor, hoy necesito la fuerza del Espíritu porque mi oración, basada en tu palabra, me lleva a alturas de vértigo, a cimas insospechadas. Me pides que viva “en unidad con mis hermanos” pero no con una unidad cualquiera sino con la que Tú tienes con el Padre. Sólo si antes me envías tu Espíritu Santo podré conseguir algo tan sublime.
2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 17, 20-26
No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.
3.- Qué dice el texto bíblico.
Meditación-reflexión
Las palabras del evangelio de hoy son escalofriantes, sublimes, estremecedoras. Jesús ha pedido al Padre que caigamos en la cuenta del amor que ese Padre nos tiene. Y este amor es tan inefable que es el mismo con que el Padre ama a Jesús. Personalmente me parece que, además de todos los pecados que tenemos, el gran pecado es que pasamos la vida “sin enterarnos de todo lo que el Padre nos ama”. Y esto trae serias consecuencias: si no arrancamos de esta raíz, no podemos amarnos como hermanos, no podemos tener unidad entre nosotros y, lo que es más grave, nos quedamos sin argumentos convincentes a la hora de expresar nuestra verdadera fe al mundo. Si los cristianos no estamos unidos, no sólo no revelamos sino que “velamos”, “ocultamos”, “desfiguramos” el verdadero rostro de Dios. Jesús es realista y sabe que la unidad entre nosotros es difícil, más aún, es imposible sin la ayuda del Señor. Por eso Jesús ha rezado al Padre para que esto se pueda cumplir. Cuando el mismo amor de Dios “manifestado a través de su Espíritu” venga a nosotros e inunde nuestros corazones, podremos convertir “el desierto en vergel”, “la tierra en cielo”, y “el infierno en paraíso”. Es el milagro del amor. Enseñar a ser queridos y a querer, esa es la gran enseñanza de Jesús.
Palabra del Papa
“En el Evangelio de hoy, Jesús reza al Padre con estas palabras: “Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos y yo en ellos”. La fidelidad hasta la muerte de los mártires, la proclamación del Evangelio a todos se enraízan, tienen su raíz, en el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, y en el testimonio que hemos de dar de este amor en nuestra vida diaria. […] ¿Cómo es mi fidelidad a Cristo? ¿Soy capaz de “hacer ver” mi fe con respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Me percato del que padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas a los que debo amar? Por intercesión de la Santísima Virgen María y de los santos, pidamos que el Señor colme nuestra vida con la alegría de su amor. Así sea. (Homilía de S.S. Francisco, 12 de mayo de 2013).
4,- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)
5.-Propósito: Una oración especial para que me entere, de una vez, lo que el Padre me ama.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración
Al acabar esta oración, me siento desbordado al manifestarnos Jesús lo que el Padre nos ama. Nos ama tanto como a su hijo Predilecto. Por eso hoy me uno a la misma oración de Jesús al Padre: que el amor con que Tú me has amado a mí esté en ellos. Sí, que el amor del Padre corra por nuestras venas y así seremos hermanos de verdad. A veces los cristianos jugamos con palabras bonitas, incluso con palabras sacadas del evangelio. Pero cuando las palabras son sólo palabras, nos estamos engañando. Dame, Señor, tu amor para que pueda amar; dame tu Palabra, para que pueda hablar; dame tu verdad, para ser auténtico, para ser verdadero.