INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón
1.- Oración introductoria.
Señor, ayer celebramos tu fiesta, la fiesta del corazón, la fiesta del amor. Hoy, trasvasamos esa misma fiesta a tu madre. ¿No es el corazón de una madre el lugar de la mejor fiesta para cada hijo? Y el corazón de María fue en este mundo el lugar privilegiado para ti, Señor. Era la cuna donde Tú descansaste de niño. Allí aprendiste a escuchar el latido del corazón de una madre, de todas las madres y de toda la humanidad.
2.- Lectura reposada del Evangelio: Lucas 2, 41-51
María y José iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
3.- Qué dice el texto
Meditación-reflexión.
Quiero comenzar mi reflexión con estas palabras de María: Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Y me da devoción poner una admiración en estas palabras: ¡TU PADRE Y YO! Tu padre y yo siempre estamos juntos. Jamás discutimos y menos ahora. Tu padre y yo sólo vivimos para ti. Eres el centro de nuestra ocupación y preocupación. Por ti trabajamos de día y contigo soñamos de noche. Si tú te pierdes, nosotros desaparecemos. San José es el hombre sencillo, humilde, nunca aparece. Por eso María tiene interés en sacarlo a la escena, aunque sólo sea para nombrarlo, aunque sólo sea para decir que es un esposo maravilloso y un padre encantador ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi padre? Y nos dice el mismo texto: “Pero ellos no comprendieron”. Tampoco le pidieron ninguna explicación. “Aceptaron el misterio y cargaron con él”. Si hubieran intentado abrirlo, lo hubieran estropeado. El misterio es de Dios y sólo de Dios. El misterio es lo que rebasa al hombre, le trasciende, le supera, y, al mismo tiempo, le estremece y le fascina. Y es precisamente ese MISTERIO el que María conserva en su corazón. Es la riqueza suprema de un Dios Inmenso, Infinito, que el hombre apenas puede vislumbrar. Respecto al Evangelio, conviene unir dos frases: “Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos”. (Jn. 20,30) Y la del evangelio de hoy: “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. Muchas palabras, muchos signos, mucha vida de Jesús no ha quedado consignada por escrito. Pero no hay que temer. Todo está conservado cuidadosamente en el corazón de la Virgen. María es el “quinto evangelio”, el más amplio, el más rico, el más gustado, el más experimentado. No dejemos nunca de ir a beber en la fuente de este quinto evangelio.
Palabra del Papa.
“Jesús permaneció en esa periferia durante treinta años. El evangelista Lucas resume este período así: Jesús “estaba sujeto a ellos [es decir a María y a José]”. Y uno podría decir: ‘Pero este Dios que viene a salvarnos, ¿perdió treinta años allí, en esa periferia de mala fama?’. ¡Perdió treinta años! Él quiso esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. “Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. No se habla de milagros o curaciones, de predicaciones —no hizo nada de ello en ese período—, de multitudes que acudían a Él. En Nazaret todo parece suceder ‘normalmente’, según las costumbres de una piadosa y trabajadora familia israelita: se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas… todas las cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años. “¡Pero qué desperdicio, padre!”. Los caminos de Dios son misteriosos. Lo que allí era importante era la familia. Y eso no era un desperdicio. Eran grandes santos: María, la mujer más santa, inmaculada, y José, el hombre más justo… La familia”. (S.S. Francisco, Audiencia General del 17 de diciembre de 2014).
4.- ¿Qué me dice hoy a mí este evangelio ya comentado? (Silencio)
5.-Propósito. Cuando me encuentre triste, solo, sin ganas de leer el evangelio escrito, voy a ir al evangelio de María. Allí encontraré la respuesta concreta, medida y recortada para mí hoy.
6.- Dios me ha hablado a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.
Gracias, Dios mío, por tu madre. Gracias porque nos la dejaste también a nosotros antes de morir. Es un bonito regalo. Tiene manos de madre, pies de madre, ojos de madre, pero ante todo, tiene CORAZON DE MADRE. Ella no es meta sino camino. Ella no quiere ser protagonista de nada. Su ilusión es siempre darnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. ¡Gracias, Señor!
ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA
Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén