Damos gracias a Dios que nos ha permitido vivir la Semana Santa y acoger con alegría la Resurrección de Cristo. El tiempo de Pascua nos prepara para vivir la fiesta de Pentecostés para, bajo la acción del Espíritu Santo, sentirnos enviados a anunciar con audacia el Evangelio.

Es verdad que vivimos momentos complicados. La secularización de nuestra tierra y la crisis provocada por la pandemia nos interpelan profundamente. A la hora de evangelizar no terminan de salirnos las cosas como nos gustaría y en ocasiones tenemos la sensación de que las propuestas que hacemos no son significativas para nuestros contemporáneos. Pareciera que un mensaje que ha sido tan relevante en nuestra historia, hoy se hubiese difuminado y venido a menos.

La realidad nos cuestiona y la falta de eficacia nos desalienta, sencillamente porque sigue habiendo un enorme deseo en la Iglesia y en el corazón de los cristianos de anunciar el Evangelio. Es nuestra razón de ser. Proponer a Jesucristo, su persona y su mensaje de salvación, sigue siendo para nosotros una gozosa obligación de la que no podemos ni queremos apartarnos: “¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!” ( 1 Cor 9,16).

Por ello, observar nuestra realidad y nuestro trabajo debe introducirnos en un deseo de renovarnos a la hora de hacer las cosas. El papa Francisco nos habla de conversión personal y conversión pastoral (cfr. Evangelii Gaudium). La conversión nos mueve a descubrir aquellas cosas que podemos mejorar y a ponernos decididamente a ello, tanto a nivel personal como a la hora de llevar adelante nuestra tarea pastoral como Iglesia diocesana. 

La conversión es siempre necesaria. Es el mejor antídoto contra el inmovilismo paralizante que nos puede llevar en ocasiones a observar una realidad reincidente que hemos hecho nuestra y que se convierte en un lastre que nos impide abrir nuevos horizontes en nuestra evangelización. En muchas ocasiones nuestras parroquias y comunidades están sencillamente a la espera de que la gente pueda venir, sin embargo, nos cuesta mucho manejar recursos que nos lleven a salir al encuentro de los que están alejados de la vida de la Iglesia o sencillamente ausentes. 

Sí, hablar de conversión personal y pastoral estimula nuestra creatividad y nos mueve, con la ayuda del Espíritu, a buscar nuevos caminos de evangelización que son posibles incluso en nuestro horizonte más inmediato. ¡Y seguro que los encontraremos! 

Os animo a vivir personalmente y en nuestras parroquias, comunidades religiosas, asociaciones, delegaciones diocesanas y colegios, esta Pascua con ese doble anhelo de conversión personal y pastoral. Entiendo que es el primer paso que debemos dar para ir preparando nuestro camino pastoral en los próximos cursos. ¡A ello os animo!