Jesús anuncia una familia dividida

Pedro Escartín
16 de agosto de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XX Domingo del t. o. – C – (17/08/2025)

Menos mal que el párroco nos ha advertido que, en la Biblia, con la palabra fuego se simboliza muchas veces la presencia del Espíritu Santo, tal como ocurrió el día de Pentecostés. El mismo Lucas describe la irrupción del Espíritu Santo sobre los Apóstoles en el día de Pentecostés (2, 1-4) en forma de lenguas de fuego. El fuego simboliza el ardor con el que los discípulos fueron capaces de testificar, frente a amenazas y prohibiciones, que Jesús había resucitado. Si no hubiera escuchado esta advertencia, la primera frase del Evangelio de hoy (Lc 12, 49-53) me habría producido la turbadora impresión de que Jesús era un pirómano…

– Si los de Seprona hubieran escuchado tu Evangelio en este domingo, me temo que habrías terminado en el cuartelillo de la Guardia Civil. Sólo a ti se te ocurre proclamar ante la gente: «He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!» -he exclamado cuando hemos estado sentados frente a frente con el café entre las manos-.

Él ha soltado una carcajada y poniendo su mano sobre mi hombro ha respondido:

– ¡Tranquilo! La Guardia Civil sabe distinguir entre el fuego, provocado tantas veces por la maldad o la negligencia humanas, que abrasa los bosques que el Padre os ha regalado y es una desgracia muchas veces irreparable, y el fuego como símbolo del ardor con el que se defiende una idea o a una persona. En el Evangelio que se ha leído este domingo, utilicé la palabra fuego refiriéndome al Espíritu Santo, cuya presencia os purifica y, sobre todo, os proporciona la valentía que necesitáis para «hablar ante los jueces con palabras como espadas», tal como se dice en un precioso himno litúrgico. ¿No lo recuerdas?

– Sí; lo recuerdo y lo recito de vez en cuando: «Esta es la hora / en que rompe el Espíritu / el techo de la tierra, / y una lengua de fuego innumerable / purifica, renueva, enciende alegra / las entrañas del mundo. / Ésta es la fuerza / que pone en pie a la Iglesia / en medio de las plazas / y levanta testigos en el pueblo, / para hablar con palabras como espadas / delante de los jueces».

– Pues a esa renovación me refería cuando dije que ojalá ya estuviera el mundo ardiendo. Lo mismo que con la palabra “bautismo” me referí a mi muerte, ante la que no pude evitar el sentir angustia, pero que acepté gustosamente por sus benéficos efectos sobre vosotros.

– Pero a continuación anunciaste que habías venido a traer división, incluso en el seno de la familia: «el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre…» A veces, tu Evangelio me resulta complicado -he dicho sin poder contenerme-.

– No lo es, si te das cuenta de que con mi presencia en el mundo ha llegado el tiempo de la decisión, una decisión a favor del bien, pero que a veces choca con vuestros deseos. El profeta Miqueas (7, 6s) ya lo anunció al describir lo que pasa frecuentemente entre vosotros: que «el hijo deshonra al padre, la hija se alza contra la madre… y los enemigos son los de su propia casa. Mas yo esperaré en Yahvé, dice el profeta, y mi Dios me oirá». El Padre ha oído vuestra llamada y os ha querido abrir la puerta de su casa, que es “casa de paz”, pero es necesario que os decidáis a buscar una paz verdadera y no solo la tranquilidad que proponían los falsos profetas…

– ¿Sabes que este café me está resultando un poco amargo?

– Pues endúlzalo con el fuego del Espíritu que purifica las entrañas del mundo -me ha dicho sonriente indicándome que otros clientes necesitaban nuestra mesa-.

Al salir, nos han dicho gracias con cara de buenas personas. ¡No todo está perdido!

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