Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXIX domingo del Tiempo Ordinario – (19/10/2025)
Después de la fiesta de Santa María del Pilar, hemos vuelto a escuchar la lectura continuada del Evangelio según san Lucas (Lc 18, 1-8) con una parábola en la que aparecen dos personajes: un juez injusto y una viuda pobre. Este juez es el prototipo del hombre corrupto y desaprensivo: no teme a Dios ni le importan los hombres; la viuda, que, al parecer no tiene dinero para sobornar al juez, tiene, en cambio, una perseverancia tan intensa que la lleva a importunar al juez un día tras otro pidiendo que le haga justicia. ¿Con qué intención utilizó Jesús esta pintoresca parábola? Es lo que voy a preguntarle cuando lo tenga a mi lado con los cafés sobre la mesa…
– ¿Con qué intención dijiste esa parábola? -le he dicho cuando lo he tenido delante de mí-.
– Con la de recordaros que debéis orar sin caer en la desesperanza -me ha respondido serenamente y ha añadido-: Mis discípulos iban a verme sufrir y morir injustamente sin que el Padre lo impidiese y se iban a escandalizar, tal como predije cuando caminábamos hacia el monte de los Olivos después de mi última Cena: «Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. Pero después de mi resurrección iré delante de vosotros a Galilea» (Mc 14, 26-28). No sólo ellos iban a ser tentados de desesperanza; también los cristianos de los primeros años de mi Iglesia, cuando el evangelista Marcos escribía su Evangelio, iban a vivir en un mundo hostil que terminó en duras persecuciones, mientras ellos se preguntarían por qué Dios no intervenía para salvar la Iglesia de su Hijo…
– No hace falta que me des más explicaciones -he dicho después de acercarle una taza de café-. La situación de unos y otros era parecida a la cualquiera de nosotros cuando rezamos insistentemente pidiendo la paz o algo que es bueno o ante las dolorosas situaciones y problemas que nos salen al paso cada día, y parece que Él está sordo y se desentiende de nuestro dolor. También entonces nos sentimos tentados por el escándalo.
– Por eso conté la parábola de la viuda y el juez inicuo -ha concluido-. Tenéis que aprender de la perseverancia de la viuda. La enseñanza que quise inculcar con esa parábola no es otra que ésta: el Padre, que es más compasivo que aquel juez corrupto, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche? La oración insistente y constante es la otra cara de la fe y un ejercicio de inconformismo con los valores de este mundo. Y también os ayuda a encontraros con vosotros mismos, porque reconocéis lo que os falta y que Dios es mayor que vosotros. Es necesario que oréis siempre sin desfallecer hasta que yo me encuentre definitivamente con vosotros. ¿Lograréis mantener vuestra fe y vuestra esperanza hasta que llegue ese momento?
– Intentaré aprender de esa pobre viuda que nos pusiste como ejemplo -he respondido admirando a la viuda-. Para empezar, hoy vuelvo a pedir por los misioneros y para que siembres en nosotros más vocaciones misioneras. Celebramos el DOMUND, la “Jornada por la evangelización de los pueblos”; años atrás, nuestro país fue fecundo en vocaciones misioneras; ahora son los curas de los países de misión los que atienden muchas de nuestras parroquias. ¿Qué ha pasado?
– Que habéis dejado de orar con constancia e insistencia, y eso os ha llevado a conformaros con los valores de este mundo. ¿Por qué te sorprendes? -me ha preguntado fijando en mí sus ojos-.
– Porque soy un inconsciente -he dicho avergonzado-. Prometo perseverar en la oración por las vocaciones misioneras y también por la paz en nuestro mundo, como no deja de recordarnos el papa León.
Luego he consultado mi reloj y me he acercado a la barra para pagar nuestros cafés.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (18, 1-8)
En aquel tiempo, Jesús, les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os aseguro que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
Palabra del Señor