Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del domingo de la Virgen María del Pilar – (12/10/2025)
Según la tradición, la Virgen María se apareció al Apóstol Santiago en Zaragoza sobre una columna para consolarlo ante el escaso éxito de su predicación y confortarlo en la tarea de anunciar a Jesucristo resucitado. Esta columna o pilar se ha convertido en signo de la presencia de María en esta tierra. Los Papas han concedido a esta conmemoración la categoría de fiesta litúrgica, por lo que, en España y en Hispanoamérica, se antepone al domingo que hoy correspondería celebrar.
– Supongo que ya has felicitado a mi Madre en un día tan notable para vosotros -me ha dicho Jesús cuando ha llegado a la cafetería-.
– La he bendecido abrazado a ese “pilar” que nos dejó como promesa de que no nos faltaría la fortaleza en la fe, la seguridad en la esperanza y la constancia en el amor. Es un gran consuelo -le he dicho después de acercar los cafés a nuestra mesa-.
– ¿Cómo os va a faltar, si ella ha acompañado a mi Iglesia desde que el Padre me llevó a su Gloria y me sentó a su derecha? -ha corroborado él sonriendo con satisfacción-.
– Así es. En los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 12-14), que hoy se han leído en la Misa, se dice que, cuando los Doce se quedaron sin ti, se retiraron a orar y a esperar al Espíritu Santo, que les habías prometido, y con ellos estaban algunas mujeres y María, tu madre…
– Ella no podía estar en otro lugar -ha añadido-. Desde que el ángel Gabriel le anunció que, si aceptaba, sería mi madre, supo qué es estar cubierta por la sombra del Espíritu Santo. Luego la acompañó durante toda su vida y la mantuvo firme al pie de la cruz, dolorida, pero esperanzada…
– … mientras el grupo de los Doce estaba desaparecido -le he interrumpido-. Bueno, todos menos Juan. ¡Menuda panda de cobardes elegiste para formar aquel grupo!
– No los juzgues tan de prisa. Todavía no habían sido cubiertos por la sombra del Espíritu Santo, que les dio la valentía que necesitaban para ser mis testigos hasta el confín de la tierra. ¿Es que tú y tus hermanos cristianos sois ahora más intrépidos? -me ha dicho apaciguándome-.
He mirado hacia el suelo, al darme cuenta de que me había pasado, me he tomado un sorbo de café y he cambiado de tema.
– Pero aclárame por qué no dejaste continuar a aquella buena mujer que soltó un piropo a tu Madre cuando estabas hablando a la gente. ¡Son tan hermosas sus palabras tal como las ha recogido el evangelista! (Lc 11, 27-28): “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”.
– Pero si no le impedí que siguiera. Todo lo contrario; reforcé sus palabras al decirle: «Mejor, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». ¿Quién como mi Madre fue capaz de responder: que se haga lo que Dios quiere? ¡Y de mantener la palabra durante toda su vida!
– Gracias, Jesús, por aclararme las ideas otra vez. Estoy ansioso por unir mi voz a la de los infanticos y cantar: “Este pueblo que te adora, de tu amor favor implora y te aclama y te bendice abrazado a tu pilar”. Mis padres me contaron que, cuando yo era un bebé, dejaron que un infantico me acercara hasta el manto de tu Madre en el Pilar de Zaragoza. Supongo que aquel gesto algo habrá influido en mi fe y en mi vocación -he dicho emocionado mientras él apuraba su café-.
– Por supuesto. Por algo cantáis que ese pilar es “faro esplendente y rico presente de caridad”. Ella acompañó los primeros pasos de mi Iglesia y sigue acompañando la fe y la esperanza de quienes se acogen a su intercesión… Y recoge ya tus cosas que hay que dejar libre la mesa.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles, 1, 12-14.
Entonces se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón, el Zelotes y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (11, 27-28)
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».
Palabra del Señor.