Coincidiendo con el Día del Seminario que se celebra el 19 de marzo y cuyo lema este año es ‘Levántate y ponte en camino’, entrevistamos al rector del Seminario Metropolitano de Zaragoza, Javier Pérez Mas. Con él hablamos de la necesidad de rezar por las vocaciones, de crear hogar en el seminario y del camino a la felicidad. 

  • ¿Cual es el panorama actual del Seminario metropolitano de Zaragoza?

Actualmente hay catorce seminaristas mayores, once de Zaragoza, dos de Teruel y Albarracín y uno de Huesca. Cuatro de ellos están ya en la etapa pastoral, que es el último curso, previo a la ordenación sacerdotal. Y cinco están haciendo el curso introductorio. Y en el Seminario Menor hay cinco seminaristas (dos de Zaragoza, dos de Teruel y Albarracín y uno de Tarazona).

  • ¿Qué podemos hacer para que se predispongan más jóvenes a recibir la llamada al sacerdocio? ¿Qué debemos cuidar mejor como sociedad y en las familias?

San Agustín tenía una máxima llena de sabiduría: “espera como si todo dependiera de Dios, actúa como si todo dependiera de ti”. Esta es la manera de situarse ante la pastoral vocacional: lo primero, pedirle a Dios que mande “operarios a su mies”. Nuestra primerísima preocupación como Comunidad cristiana es rezar, con fe e insistencia, para que Dios nos regale vocaciones sacerdotales. Con esta convicción hemos retomado en nuestras diócesis de Aragón la iniciativa de hacer cada primer domingo de mes una petición especial por las vocaciones sacerdotales, que aparece publicada en la Hoja diocesana.

Pero, obviamente, no basta con rezar. Es necesario que impulsemos actividades encaminadas a facilitar que los jóvenes puedan plantearse en serio la opción de ser sacerdotes. Tanto en las familias como en nuestras comunidades cristianas yo priorizaría tres retos: fomentar una verdadera experiencia de Dios, educar en la generosidad y en la fuerza de voluntad. Son tres aspectos sin los cuales es muy difícil que salga adelante una vocación sacerdotal.

Es indispensable que haya familiaridad de trato con Dios para facilitar que, si les llama al sacerdocio, se lo tomen como una verdadera opción de vida. Pero también es muy importante educar en la generosidad, en pensar en hacer el bien a los demás. Detrás de toda vocación sacerdotal está el gusto de ayudar y servir a las personas, de buscar siempre el bien del otro. Y finalmente la virtud de la fortaleza, sin ella es prácticamente imposible ser hoy día sacerdote. En la cultura actual el joven vocacionado ha de tener la fuerza suficiente para ir contracorriente, para optar por un estilo de vida que choca con el que están viviendo la mayoría de los jóvenes de su alrededor.

  • ¿Cómo creáis hogar en el Seminario?

Este es un tema esencial en la formación del Seminario. La vocación sacerdotal puede parecer que nada tiene que ver con el ambiente de hogar, porque al no casarnos, no se forma una familia. Pero pensar esto es un gran error. El sacerdote no se ordena para actuar solo, sino que se ordena dentro de un presbiterio, de una diócesis. Es fundamental tener mentalidad familiar, donde considero a mis compañeros sacerdotes como verdaderos hermanos; donde mi relación con los fieles de mi parroquia es semejante a la que hay en una familia, donde se respetan las diferencias, pero se viven en un clima de unidad. Donde no va cada uno a lo suyo, sino que me importa y me interesa la vida de los demás. Educar a los seminaristas en los valores de la familia es algo fundamental. Yo suelo decirles a los seminaristas que los buenos sacerdotes son aquellos que hubieran valido perfectamente para ser buenos esposos y padres de familia.

Por eso considero esencial crear un ambiente de hogar en el Seminario, que sea una escuela de comunión. Para ello, fomentamos la vida comunitaria: rezar y celebrar la Eucaristía juntos, cuidar los momentos de las comidas para contarnos cosas, el rato de café tertulia en la sala de estar, hacer planes de ocio juntos, etc. Para mí, las tertulias en la sala de estar después de comer y cenar tienen tanto valor formativo como las charlas que se puedan dar sobre un libro o documento eclesial, o como los retiros espirituales de cada mes, porque en esos ratos de café aprendemos a compartir vida, a interesarnos los unos por los otros.

  • ¿Por qué merece la pena dejarlo todo y seguir la vocación?

Porque lo que merece la pena en esta vida es ser feliz, y Dios es capaz de llenar tu vida de felicidad. Cuando uno dedica su vida a intentar hacer la vida feliz a los demás es cuando encuentra su propia felicidad. Cualquier éxito humano que no te haga sentirte feliz no compensa. Y cuando uno sigue su vocación es cuando se siente bien, se experimenta una paz interior que llena de gozo la existencia. Uno se siente en su sitio, encuentra sentido a su vida. Y por ser feliz, al seguir la llamada de Dios, merece la pena dejarlo todo.