Iglesia en armonía

“UNIDA, FRATERNA, HOSPITALARIA, PUERTAS ABIERTAS A TODOS. A TODOS, TODOS, TODOS”.

“Rígida, acorazada contra el mundo, tibia. Que se rinde ante las modas del mundo. Cansada, replegada en sí misma”.

Las dos afirmaciones son, recordaba la semana pasada, del Papa Francisco. La primera afirmación orienta hacia la armonía. La segunda, hacia el chirrido y la discordancia.

La armonía ocurre cuando existe un equilibrio y una conveniente y adecuada proporción, concordancia y correspondencia de unas cosas con otras. La armonía es agradable a los sentidos, por ejemplo, a la vista, como los colores. Algo en armonía generalmente es algo realmente bello, alegre, agradable, relajante y sosegado.

En la música, la armonía es el arte de unir y de combinar sonidos diferentes, pero acordes y agradables al oído, que son emitidos simultáneamente.

En la literatura, se denomina armonía a la variedad agradable de sonidos, pausas y medidas que resulta tanto en el verso como en la prosa por la adecuada combinación de las sílabas, las voces y las cláusulas empleadas.

La expresión ‘tener armonía con’ o ‘vivir en perfecta armonía’ puede significar tener un acuerdo, una buena amistad o relación, una relación de paz, una buena comunicación y una buena correspondencia o compatibilidad de opinión y de acción con alguien o con un grupo.

Son algunas definiciones de armonía que he encontrado en búsqueda por internet. Una búsqueda suscitada por esta afirmación de Francisco en su homilía en la apertura de la primera sesión del Sínodo 2023-2024 (4 octubre 2023): “El protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo. La gran obra del Espíritu Santo no es la unidad sino la armonía. Él nos une en la armonía de todas las diferencias y que no es síntesis, sino un vínculo de comunión entre partes desiguales”.

La armonía es la forma más perfecta de la unidad. La armonía no es uniformidad. La unidad, tampoco. La uniformidad puede ser el mayor de los aburrimientos. O puede crear armonía e incluso belleza. Como, por ejemplo, la uniformidad de un desfile de cualquier entidad social o militar cuya uniformidad crea armonía e incluso belleza y aplausos. Porque la armonía es bella. Para que exista la armonía son necesarias las diferencias que se unen y se enriquecen mutuamente creando… la armonía.

El Espíritu Santo crea las diferencias: sus dones o carismas, “El mismo Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Cor 12,11). Siempre “para el bien común” (1 Cor 12,7)

Los dones del Espíritu Santo son “desiguales”, distintos. Todos necesarios. Nunca enfrentados o enfrentadores. Regalados y llamados para crear ‘armonía’, belleza, complementariedad. La autenticidad de un don o carisma del Espíritu Santo se revela en si sirve o no al bien común. Al bien de la Iglesia, de la comunidad concreta, de las personas que se relacionan con el agraciado. Y, claro, como no podía ser menos, al bien del que recibe el carisma.

Es auténtico todo carisma si crea armonía, fraternidad, sencillez. Si crea amor encarnado y entregado, no amor escrito en papeles “muy clericales” que vuelan por los aires sin destino comprometedor. 

Como pensaba escribir sobre este tema, me viene como anillo al dedo esta frase del Cardenal Omella el pasado 20 de este mes en la apertura de la Asamblea Episcopal: “La división socava la armonía, debilita la resistencia y dificulta la consecución de metas comunes. Nos enfrentamos a desafíos significativos, y la única manera de superarlos es trabajando juntos como un solo cuerpo, una única voz. La unidad no significa la ausencia de discrepancias, sino la voluntad de abordar las diferencias con respeto y empatía, buscando siempre el bien común”.

Esta armonía comienza por una actitud a la con mucha frecuencia se refiere Francisco: la escucha.

“Más prioridad que la palabra, está la prioridad es la escucha”, dice en el mismo discurso.