Entremos más adentro

Por Sergio Pérez Baena, delegado de Catequesis de Zaragoza y Párroco de la Unidad Pastoral de Daroca

Entrar supone dejar de estar fuera. Más adentro significa que pensábamos que ya estábamos dentro. Este es el reto que la pandemia y el confinamiento vivido nos deja para la evangelización y la catequesis. En este tiempo de crisis y de prueba mundial se ha puesto de manifiesto que el gran giro antropológico que la evangelización vivió hace unas décadas llama de nuevo a nuestra puerta. Es momento de poner a la persona en el centro y ayudarla a entrar más adentro de sus experiencias. Es tiempo de acompañarnos y descubrir que dentro de nosotros y en aquello que nos rodea a diario hay un mundo por descubrir.

La pandemia ha hecho que comunidades parroquiales, movimientos, grupos apostólicos y familias hayan entrado más adentro. Se han puesto de manifiesto experiencias vitales que han unido y han hecho poner la mirada en aquello que nos da el ser, en aquello que nos configura, en lo que no podemos dejar atrás. Relaciones personales dentro de las familias o de las comunidades inimaginables en tiempos de “vieja normalidad” en donde todos vamos corriendo, viviendo la vida desde fuera de nosotros mismos, sin adentrarnos. Tiempos de miedo a la soledad, al sufrimiento y a la muerte que se han visto apuntalados por un sentir fraterno y solidario que está más en la esencia del ser humano de lo que la carrera global nos quiere hacer ver.

Momentos de búsqueda de sentido, de preguntas lanzadas al aire, de oraciones pronunciadas con corazón pobre, humilde y necesitado. Juegos y lecturas, recetas y trabajos, nuevas normas en los hogares y fuera de ellos, meses en los que los hijos han hablado con sus padres y en los que las familias han vivido la experiencia de vivir juntos la vida. La pandemia también nos da dado lecciones virtuales, en donde todos, especialmente sacerdotes, consagrados y catequistas han reorientado su tarea haciendo del mundo digital cauce de nueva evangelización.

La evangelización, la propuesta del Evangelio, nace de la misma esencia de lo que la Iglesia es, madre que se preocupa por sus hijos, madre que da a luz a sus hijos con dolor, pero con esperanza. La Iglesia, todo bautizado, está llamado a ser, testigo, fermento, sal y luz. Y es este mundo, el que nos creíamos controlado, es en esta realidad donde tenemos que entrar más adentro, más a la experiencia de cada persona, porque el Evangelio es palabra viva que habla al corazón.

Tendremos que poner a la familia en el centro, acompañarla para que sea realmente hogar. Las comunidades cristianas o serán samaritanas atentas a las necesidades de sus hijos o vivirán más aún la monotonía que da el estar alejado de la realidad. Y que podemos decir de la educación en el silencio, en la oración, en el trato a solas con Dios… ¡Estamos a años luz! Entremos más adentro. Eduquemos en la búsqueda de sentido, valoremos la vida cotidiana, las relaciones, los encuentros… el silencio. No aparquemos el sufrimiento ni la muerte y vivámoslo desde la fe en el Viviente. Purifiquemos la era virtual de todo su ropaje exterior porque no es la solución a los problemas vitales sino sólo medio de encuentro cuando no son posibles ni los diálogos a dos metros de seguridad.

El recién presentado Directorio de Catequesis otorga a la evangelización una misión muy acorde a los tiempos recios que estamos viviendo y nos dice que la evangelización significa “despertar procesos espirituales”. Es este un tiempo para continuar procesos, para iniciar nuevos o para reiniciar aquellos que se han visto tambaleados por la pandemia y sus brutales consecuencias, muerte, enfermedad, paro… Es tiempo de entrar más adentro, de dejarnos guiar y acompañar, de buscar dentro de nosotros lo que pensábamos estaba fuera. De ser conscientes de que somos seres habitados y que la epidermis por la que diariamente andamos es simplemente eso, epidermis.