El tiempo de las luciérnagas

Poco antes del comienzo de la penúltima pandemia (la de la COVID-19), me encontraba visitando a una familia de una de las comunidades cristianas de la misión de Dandanda. Recuerdo que era una noche sin luna, con algunas pocas estrellas y con la oscuridad y el silencio que siempre rodeaban a esta zona rural remota de Zimbabue, donde la electricidad y el agua eran y serán siempre una quimera en la vida de sus pobladores.

Después de cenar, una de las pequeñas de la casa, me dijo que le acompañase fuera de la cocina, pues quería mostrarme algo que era importante para ella. Al principio, le puse varias excusas, pues era noche cerrada y me asustaba un poco que fuera de las chozas que componen la casa familiar, pudiéramos encontrarnos con alguna serpiente. No obstante, decidí acompañarla tras haber encendido la linterna de mi móvil. A unos metros de la valla de la casa, entre unos arbustos, la niña -que portaba una botella pequeña de plástico- me pidió que me acercara en silencio y apagara la luz de mi móvil. Yo no entendía nada de todo aquello. Al instante, vi que la niña atrapaba “algo” entre la maleza y lo introducía en su pequeña botella. Cuando me lo enseñó, una pequeña luz emergió del interior de la botella. La luciérnaga se había encendido. Las risas de la niña mostrándome que ella también tenía una linterna, me hicieron comprender el significado de ser “Luz” en medio de la oscuridad. El juego continuó y conforme acercaba “su linterna de luciérnaga” a los arbustos, otras luciérnagas se iban encendiendo en medio de la noche. Esta sencilla “transfiguración” me ayudó a comprender, que una sola luz es suficiente para encender la oscuridad más profunda de nuestras vidas.

Reflexión

Esta parábola de la luciérnaga, me ha ayudado a reflexionar sobre el tiempo de incertidumbre que como humanidad estamos viviendo en el mundo entero. Muchas personas tras el confinamiento de la pandemia, continúan “bloqueadas” mental y/o espiritualmente, “escondidas” detrás de las mascarillas que nos ofrecen protección, pero también la justificación necesaria, para seguir viviendo “en una noche profunda” sin ser capaces de descubrir los destellos de la luz de Jesucristo en los pequeños detalles de nuestra vida.

Hay que asumir los cambios que como humanidad estamos viviendo y descubrir las llamadas que el Espíritu nos hace a través de estos signos de los tiempos. Como Iglesia se nos llama desde el Sínodo -que comenzará en el mes de Octubre- a caminar juntos, desde la comunión, participación y misión. Una luz de esperanza, si somos capaces de hacerlo nuestro como bautizados y bautizadas; abandonando el criterio del “siempre se ha hecho así” (EG 33); perdiendo el miedo a salir a lo desconocido, a equivocarnos y a quedar manchados y salpicados por haber intentado abrir caminos nuevos en medio de la situación presente de incertidumbre; y dando nuevas respuestas que se nos están demandando desde las diferentes dimensiones humanas…

Vivimos tiempos de Sínodo, de ofrecer esperanzas nuevas, de cambiar aquello que ya no responda al proyecto de Dios, de soñar un mundo más humano donde quepan aquellos que hoy son “descartados” por los poderes de este mundo, de caminar juntos, de sinergias compartidas… ya no son tiempos “de francotiradores”, de grupos o iglesias encerradas sobre sí mismas o de nostálgicos que claman por un tiempo ya pasado que no volverá…

No estamos en un tiempo de prisas, de querer “recuperar el tiempo perdido”, de estrés por hacer, por llegar, por mantener… es un tiempo de búsquedas de silencio, de interioridad, como lugar de encuentro con la verdad más honda que nos habita, con la cotidianidad como el escenario fundamental donde nos jugamos el perder la vida o ganarla (cf Mc 8, 35)… y para eso nos toca, como Iglesia, levantar el puente de la cultura de la escucha, de valorar la persona por encima de todo, del acompañar y del dejarse acompañar, en la que nada de lo humano le sea ajena. En este momento no se nos pide tanto que tengamos éxito, como que seamos fieles a la llamada de Jesucristo y a los compromisos adquiridos.

Hoy nos toca “recrear” la espiritualidad del cuidado, como un reto a nuestro modo de ser, estar, hacer y relacionarnos en el mundo y en la Iglesia, estando atentos a lo pequeño, lo marginal, lo frágil como lugar donde Dios se nos revela…como en una pequeña luz. Es el tiempo de las luciérnagas. ¡Es nuestro kairos!