La lectura de los recientes datos de escolarización de alumnos en los centros de Educación Infantil y Primaria sostenidos con fondos públicos de nuestra ciudad, es decir, de las opciones que las familias hacen a la hora de elegir colegio para sus hijos, pone de relieve que la escuela católica concertada presentaba una oferta de 2.367 plazas escolares para la que ha obtenido una demanda de 2.343 solicitudes, o lo que es lo mismo, se han cubierto el 97.7% de las vacantes que aquella ha ofertado a la sociedad para el curso 2019/2020.
Podemos decir que es una buena noticia. Prácticamente se han cubierto el 100% de las plazas escolares ofertadas por nuestras escuelas. En ese sentido, la sociedad aragonesa sigue confiando ampliamente en nuestro modelo educativo y en la medida en que representamos el 38.53% de la oferta de plazas escolares. Sin embargo, siendo los números importantes y satisfactorios, no podemos caer en la autocomplacencia.
Más allá de cuestiones de política educativa, se hace imprescindible acometer una reflexión en el ámbito eclesial al hilo del proceso de escolarización. Y para ello hemos de partir de un dato importante y revelador: el 25% de los alumnos en edad de escolarización se encuentran en los barrios de la zona sur de Zaragoza. Un porcentaje que se va a incrementar en los próximos años, especialmente en Arcosur. Y así es como en los barrios de Arcosur, Valdespartera, Montecanal y Rosales del Canal, la población joven va en aumento y los niños en edad de escolarización también.
Y la pregunta que surge entonces es: ¿qué presencia tiene la escuela católica en estos barrios? La respuesta es fácil, ninguna.
En las circunstancias familiares actuales hemos de tomar verdadera conciencia de que la escuela católica constituye, más allá de otros lugares tradicionales, una plataforma privilegiada de evangelización. Francisco ha vuelto a poner de relieve que “la escuela católica sigue siendo esencial como espacio de evangelización de los jóvenes. Es un lugar privilegiado para la promoción de la persona, y por esto la comunidad cristiana le ha dedicado gran atención, ya sea formando docentes y dirigentes, como también instituyendo escuelas propias, de todo tipo y grado” (E. A. Christus Vivit n. 222).
Una escuela que no sólo constituye un lugar de educación en la fe para algunos niños, sino que para muchos constituye el único lugar de iniciación cristiana, un auténtico espacio, cuando no el único, para el primer anuncio. La escuela católica constituye de este modo y para estos niños una oportunidad única de encontrar un lugar en el que les hablen de Dios, porque en su familia o bien no hay sitio para Dios o se vive como si Dios no existiese. Familias para las que la parroquia no constituye, por más que nos duela, ningún referente.
El hecho de que en los nuevos barrios del sur no exista escuela católica constituye una llamada de atención a la Iglesia en su conjunto. Hemos de tomar conciencia, como reflejan los documentos de la Congregación para la Educación Católica, que hemos pasado de un modelo de escuela católica para católicos a una escuela católica en clave misionera, en la que la nueva evangelización de los niños y jóvenes a través de la educación constituye la razón de su existencia. Así es como “hoy día, a causa del avanzado proceso de secularización, la escuela católica se halla en situación misionera, incluso en países de antigua tradición cristiana” (SCEC. Educar al diálogo intercultural en la escuela católica n. 57).
Se trata de una necesidad imperiosa que como Iglesia deberíamos abordar. Una situación que interpela a todos cuantos en la misma tenemos responsabilidades en el ámbito educativo y que nos debería llevar a pasar de la toma de conciencia a la acción. No podemos, como señala Francisco, “bunkerizar” la escuela católica, “organizados solo para la preservación” (E. A. Christus Vivit n. 221), sin asumir desde la misma, con valentía y determinación, las necesidades de la nueva evangelización, en vista a su renovación y relanzamiento “en salida” misionera.