También tuvimos nuestro propio tiempo para la oración entre los que vinimos de las cárceles y nuestros dos acompañantes de la Pastoral. Una tarde, nos acercamos a la Gruta donde se apareciese la Virgen a Bernadette, y en una urna que hay bajo la roca, echamos nuestras peticiones a María, y las de nuestros compañeros de prisión, yo llevaba alguna de mi centro penitencial. Y también aproveché para acordarme, pedir y dar gracias por mi padre, fallecido el pasado mes de febrero, y mi madre, actualmente con alzhéimer. Cerré los ojos, mi corazón dio un vuelco. El mundo enmudeció por unos instantes, una intensa calma precedió a la visión. Me vi durante un instante en un pequeño cuarto, donde mi madre, postrada en una cama, presidida en la cabecera por una crucecita y una imagen de María, dormía. Yo me acercaba, le acariciaba las manos, los brazos y la cara, y le besaba la frente. Al fondo, en una puerta iluminada, estaba mi padre, de pie, sonriendo, contemplándonos, y me decía: “Siempre estaré a tu lado“. Nuestras almas estaban unidas, lo sentí. Mi corazón empezó a latir con intensidad, abrí los ojos y volví a la gruta con mis compañeros. En ese instante me sentí un privilegiado, mimado por mi Madre, Ntra. Santísima Madre de Lourdes.

Tanto tiempo de fraternidad, de liturgia, de penitencia, de comunión, de oración, de paz, me ha ayudado a reencontrarme con Cristo, con la fe en Dios Padre Todopoderoso… y con mi destino.

Durante mi estancia en prisión he intentado estar atento a todo lo que a mi alrededor ocurría, intentado sentir la presencia cotidiana de Jesús. En todas mis oraciones con insistencia pedía a Ntro. Santo Padre que no me abandonase, que me abriese los ojos del corazón, que me ayudase a comprender, a estar preparado, a discernir cual era el camino que para mí tenía preparado.

Y esos cuatro días en Lourdes, en el Santuario de Ntra. Madre que lleva su nombre, lo he visto con meridiana claridad. El camino que debo de seguir es el Suyo, el del Señor, el de este su humilde servidor trabajando por su Reino de Amor, el de canalizar mis esfuerzos y oraciones hacia los más necesitados. Es mucha la ayuda que se puede prestar. Sí, también material, cómo no; pero sin olvidar la moral, la espiritual, infundir ánimos, optimismo y esperanza…, es tan importante.

Entre rejas he pretendido adquirir una rica y enriquecedora experiencia que me pueda servir para la gran misión que Él me tiene encomendada. ¿Quién puede estar mejor capacitado para comprender, empatizar y ayudar al preso que el que también ha estado en una penitenciaría como interno?

Lo que durante meses en prisión he intentado fraguar poco a poco necesitaba de ese empujón. Lo que antes suponía unas pequeñas ascuas del Amor del Señor, con la ayuda de Ntra. Sra. de Lourdes y de Santa Bernadette, se han avivado hasta convertirse en un intenso fuego por el que lucharé para que nunca se apague. Realmente regresé al internamiento fortalecido y afianzado en mis creencias.

NOTA DEL TESTIMONIANTE

Nada de lo anterior es ficción. El argumento sentimental, espiritual, los personajes, la aventura que se describe, son hechos enteramente reales.

Me sentiría hondamente satisfecho si este pequeño testimonio se pudiese sumar a la larga lista de experiencias trascendentales, de milagros, que, por intersección de Ntra. Santísima Madre de Lourdes, se han producido y producirán.

Como se puede leer dibujado en el retrato que hay sobre el altar de la Basílica del Rosario de dicho Santuario, una espectacular imagen de la Virgen con las manos abiertas:

A JESÚS POR MARÍA

Javier Valenzuela Recio
Centro Penitenciario de Daroca