Me llamo Javier y pronto cumpliré 58 años. Nacido en un pequeño pueblo turolense, Blancas, y residente desde hace más de medio siglo en Zaragoza.

Escribir es una afición que reconforta, que ilusiona y que llena de orgullo a los que con mayor o menor acierto plasmamos sobre el papel todo aquello que nos inquieta. Pero si lo escrito es sobre María, todavía gratifica más, porque se abren de par en par las puertas del corazón de uno, que canta sin cesar sus glorias y grandezas.

En mi vida no me he caracterizado precisamente por ser perfecto en el camino hacia Dios, aunque ciertamente a veces lo he intentado. En ocasiones he sido algo, o bastante, malo. Soy débil y pecador. No en vano ahora estoy cumpliendo condena, de la que además soy culpable, en la prisión de Daroca (Zaragoza). Tres años de los cuales llevo año y medio cumplidos, desde hace año y tres meses en el módulo 4 de respeto del citado Centro Penitenciario.

En este tiempo es mucho lo que he aprendido y experimentado acerca del amor, de la verdad, de la fe, de la vida… del sufrimiento en mayúsculas y de la cruz. En ocasiones cansado de luchar y pelear. Es lo que conllevan las vidas intensas. Pero constantemente acompañado, con mis dudas, mis lágrimas y bajones, de ese Señor de la Cruz que vive con los presos, que es uno de ellos, de Nuestro Señor. El que día a día me ha empujado, en mi camino personal y espiritual, a pesar de todos los pesares, hacia delante. Hacia Él.

Desde muy niño mis padres (Ruperto y muy especialmente mi madre Pilar) han impulsado en mí, con su ejemplo, su testimonio vital y enseñanza de la fe, la devoción a la Virgen María.

Hace aproximadamente dos meses, Manolo, miembro de la Pastoral Penitenciaria de Zaragoza, junto con Ángel, educador del módulo 4 de respeto de la prisión de Daroca, donde como he contado llevo residiendo una temporada, me ofrecieron la posibilidad de una salida programada o terapéutica a la localidad de Lourdes, como voluntario en una peregrinación al Santuario de Ntra. Sra. de Lourdes. No conocía físicamente el lugar, aunque sí sabía de su existencia.

Naturalmente dije que sí al instante. Me sentí enormemente agradecido con la Pastoral y con la dirección del Centro Penitenciario por contar y confiar en mí. Desde entonces estuve mentalizándome día tras día para una peregrinación que si por sí sola ya era enormemente atractiva, se añadía el pequeño detalle, o no tan pequeño, de hacerla desde mi celda. Os aseguro, y ahora tengo la experiencia para decirlo, que no es lo mismo acudir como voluntario a este tipo de actividades partiendo desde el salón del comedor de uno que desde un centro penitenciario.