El arzobispo Vicente Jiménez Zamora ha presidido en la tarde del viernes 10 de julio, a las 19.00 horas, la misa funeral por el eterno descanso de quien fuera presidente de la Diputación General de Aragón, entre 1995 y 1999, Santiago Lanzuela Marina, fallecido el 16 de abril de 2020.

El Arzobispo, en este funeral institucional organizado por la DGA, ha pronunciado la siguiente homilía:

“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).

Un saludo muy especial para Vd., querida esposa de D. Santiago Lanzuela, Dª Manena; hijos: Santi y esposa Noa; y José Mari; familia y amigos.

Hemos venido a esta  Catedral del Salvador (La Seo) de nuestra Archidiócesis de Zaragoza para celebrar la Santa Misa por el eterno descanso de nuestro querido y recordado hermano D. Santiago Lanzuela Marina, exPresidente del Gobierno de  Aragón, a quien el Señor llamaba a su presencia el pasado día 16 de abril de 2020, víctima de la pandemia del Covid-19. Agradezco como Arzobispo y Pastor la iniciativa y el encargo de nuestro Gobierno de Aragón de celebrar este funeral institucional, de acuerdo con la familia. Un funeral, que nos une a todos en la mesa común de la fraternidad en la Eucaristía.

La muerte nos ha golpeado duramente. La pandemia del Covid-19 ha causado el sufrimiento más desgarrador en el corazón de muchas familias, que han visto enfermar y morir a sus seres queridos, en muchas ocasiones sin poder ofrecerles la compañía y el consuelo que hubieran deseado.

Miles de muertos pesan sobre la piel de España y ella les debe un homenaje público de gratitud. Juan Ramón Jiménez termina su poema: “Las carretas del pueblo nuevo”, con este verso: “Cómo lloran las carretas que se llevan del monte los troncos muertos…Y caen los golpes desde la torre del campanario sobre los campos talados que huelen a cementerio”. Golpes que hoy redoblan nuestro dolor ante nuestros hermanos que nos han sido arrancados de nuestro lado, por una torrentera de muerte (cfr. Olegario González de Cardedal, ABC, tercera página, 26.04.2020). 

Tenemos el sagrado deber de hacer duelo público. Por dignidad de hombres, por fidelidad de familia y por solidaridad de ciudadanos no podemos dejar que se vayan de este mundo sin más, casi a escondidas, sin despedirles, sin rendirles honor, sin agradecer sus vidas, sin lamentar públicamente sus muertes, sin ponerlos en las manos amorosas y creadoras de Dios. 

Esta Misa de funeral por el eterno descanso de D. Santiago Lanzuela es un signo de fe y una ofrenda de oración, atravesada por el dolor, por el recuerdo agradecido y por el consuelo de la esperanza. “La gratitud es el perfume de la memoria del corazón” (R. Guardini). No podemos caer en la herejía del olvido ni en la amnesia de “la ingratitud, que es hija de la soberbia” (M. de Cervantes). “Ingrato –decía Séneca, es quien niega el beneficio; ingrato es quien no lo restituye; pero de todos el más ingrato es quien lo olvida”.

Nos hemos reunido para rezar por D. Santiago Lanzuela. No debéis esperar en mi homilía ni un juicio de valor sobre su persona y trayectoria política, que dejamos a Dios y a la historia, ni tampoco un elogio fúnebre, que ya han realizado en su momento el Sr. Presidente del Gobierno de Aragón, el Sr. Presidente del Partido Popular de Aragón, las Instituciones, el pueblo llano a través de innumerables muestras de gratitud a su querida familia y los Medios de Comunicación Social.

D. Santiago Lanzuela no se ha presentado desnudo ante Dios. El Bautismo ha sido su vestido, las buenas obras su equipaje, el único que tiene valor en la hora de la muerte, porque nuestras obras nos acompañan. Como dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor”. Y este amor, fruto de su fe cristiana, hecho entrega sacrificada al servicio de Aragón y España en la noble y difícil tarea de la política, en momentos de graves dificultades históricas, es el que sí puedo elogiar en esta hora de su muerte. Él fue el sexto Presidente de todos los aragoneses entre el 7 de julio de 1995 y el 2 de agosto de 1999.

Durante su presidencia logró un gran desarrollo social, económico y cultural de Aragón; alguno de los importantes proyectos e infraestructuras llevan su impronta. La Diócesis de Teruel y Albarracín le está muy agradecida por la creación de la Fundación Santa María de Albarracín. La Diócesis de Zaragoza con su Arzobispo al frente le estamos muy agradecidos por su valiosa y decisiva contribución a la restauración de esta Catedral del Salvador (La Seo),en la que nos encontramos,  que durante 25 años estuvo cerrada al culto, a las celebraciones litúrgicas y al turismo. Sin su impulso y apoyo no hubiera sido posible recuperar esta joya de la Seo, Catedral de los Obispos y Arzobispos de Zaragoza desde tiempos de la conquista de Aragón y de Zaragoza, el año 1118.

El legado familiar, histórico, moral y político de D. Santiago Lanzuela nos enriquece, nos alecciona y nos interpela. Nos recuerda el amor a la familia y la educación de los hijos. Nos advierte que la obligación de entregar la vida por Aragón y por España, no solo es deber de los gobernantes y de los partidos políticos, sino de todos los ciudadanos. Todos somos responsables de construir la casa común  y de promover el bien común, empezando por los pobres y vulnerables, especialmente en estos momentos de grave crisis social, económica y laboral, a causa de la pandemia. Solamente reconstruiremos la sociedad con la ayuda de Dios y con nuestro esfuerzo común y solidario en concordia con todos.

La muerte y el dolor, con la progresiva disolución del cuerpo, es el “máximo enigma de la vida humana”, afirma el Concilio Vaticano II, GS, n. 18. “Mientras toda imaginación humana fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre[…] Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera” (GS 18).

Por el Bautismo, hemos escuchado en la primera lectura de San Pablo en la carta a los Romanos, fuimos sepultados con Cristo en su muerte, para que lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.

La vida nueva caracterizó la rica biografía de nuestro hermano D. Santiago Lanzuela desde su Bautismo y niñez en el seno de una familia cristiana turolense.  La vivencia de su fe sencilla tuvo su expresión en la formación de una familia cristiana con Dª Magdalena (Manena) su esposa fiel; en la educación católica de sus hijos, Santi y José Marí;  y en la forma de enfrentarse al dolor y a la muerte en circunstancias tan dolorosas durante la pandemia.

¿Cómo no vamos a esperar, con confianza, que nuestra oración perseverante por D. Santiago Lanzuela haya encontrado el eco gozoso de las palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan, que acabamos de proclamar? Dijo Jesús a la gente: “Todo lo que me da el Padre vendrá a mí y el que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 37-40).

En esta Eucaristía, fármaco de inmortalidad y prenda de resurrección, elevamos al Señor nuestra oración por su eterno descanso y pedimos a la Virgen María en la advocación para él tan querida de Ntra. Sra. del Pilar que conforte a su familia, que ha dado ejemplo de entereza humana y fortaleza cristiana,  e interceda por la buena gestión del Gobierno de Aragón en la reconstrucción de esta tierra y de este pueblo después de la crisis sanitaria, social, económica y laboral.

Concédele, Señor, el descanso eterno y brille para él la luz eterna. Descanse en paz y que en el cielo lo veamos. Amén.