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Dios es más grande que nuestro corazón (1Jn.3,19)

Raúl Romero López
3 de agosto de 2020

Salmo 86

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1Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado;

2protege mi vida, que soy un fiel tuyo; salva, Dios mío, a tu siervo, que confía en ti. 3Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día;

4alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor;

5porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. 6Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica.

7En el día del peligro te llamo, y tú me escuchas.

8No tienes igual entre los dioses, Señor, ni hay obras como las tuyas.

9Todos los pueblos vendrán | a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre:

10«Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios».

11Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad;

mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre.

12Te alabaré de todo corazón, Dios mío; daré gloria a tu nombre por siempre,

13por tu gran piedad para conmigo, porque me salvaste del abismo profundo.

14Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí, una banda de insolentes atenta contra mi vida, sin tenerte en cuenta a ti.

15Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,

lento a la cólera, rico en piedad y leal,

16mírame, ten compasión de mí. Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava. 17Dame una señal propicia, que la vean mis adversarios y se avergüencen, porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

INTRODUCCIÓN

El salmo 86 carece de originalidad literaria. H. Gunkel dice de él que “hay pocas cosas que llamen la atención”. Y B. Duhm ha llegado a decir que “es un conjunto de citas”. Con todo se puede hablar muy bien de Dios apoyándose en la tradición. El autor del salmo es un hombre muy piadoso. Comienza con una serie de súplicas confiadas y, como sin darse cuenta, se siente fuertemente atraído por Dios, como aquel que, bañándose a la orilla del mar, se sintiera seducido para bucear aguas más lejanas y profundas. Allí no toca fondo. El salmista se siente inundado por el mar abismal de Dios. El salmista comienza a olvidarse de sí mismo y a poner a Dios en el centro de su corazón. Al final acabará con una súplica, casi repitiendo las palabras del comienzo, pero dándoles un nuevo contenido. Ha sido tocado por la novedad de Dios. El salmo es un canto al amor entrañable de Dios. Y de ese Dios el salmista se siente orgulloso.

DESARROLLO

“Dios tiene una inclinación especial hacia el pobre” (v. 1).

El salmista pide a Dios que se abaje, que incline su oído hacia él. Él está arriba y nosotros abajo. Él está en la altura y nosotros en nuestras bajezas. Dios no inclina su oído al engreído fariseo, pero sí al humilde publicano.

“Soy un pobre”. Se trata de un pobre de Yavé, es decir, de uno que no tiene bienes materiales, es perseguido injustamente, no tiene amigos. En esas circunstancias acude a Dios y pone en él toda su confianza. El pobre de Yavé sólo tiene a Yavé. ¡Nada más! ¡Y nada menos!

“Sólo soy un fiel tuyo” (v. 2).

Sólo un fiel. ¿Para qué más? El salmista no lo dice en plan de arrogancia. Ha sido fiel porque Dios ha estado con él y le ha sostenido. Por puro don. Se lo recuerda a Dios para agradecérselo. No he confiado ni en el dinero, ni en la fama ni en el poder. Ni tampoco en mí mismo. Me he fiado plenamente de Ti. Y he sido feliz en la vida. Y lo que he sido hasta ahora, quiero continuarlo hasta el fin de mi vida. Como tu siervo Abraham, como tu siervo David, como tu siervo Moisés. Como tantos siervos tuyos anónimos que son fieles, viven felices, y no lo cuentan a nadie. Les basta con que se entere Dios, su Dios y nadie más.

“¿El Dios de la ciencia? ¡No! El Dios de la experiencia” (v 3).

El salmista no hace una afirmación racional: Dios existe. Afirma que Dios es su Dios, el Dios de su vida, el Dios en quien ha puesto el corazón, el Dios que es el centro de su ocupación y de su preocupación. Este Dios vivencial es incompatible con otros dioses. Todo el día tiene puesto su pensamiento en él. No hay fisuras ni grietas en su fe. El racionalismo ha hecho mucho daño a la fe bíblica. Nos hemos dedicado mucho tiempo a buscar razones para “demostrar” que Dios existe. Y poco a “mostrar” a Dios a través de nuestra vida.

“El cielo no está arriba ni abajo. Está en un corazón poseído por Dios que es Amor” (v.4).

La alegría plena, la alegría verdadera a la que alude el salmo no se da a ras de tierra. Dios está arriba y el alma debe elevarse por encima de la tierra para conseguir esa alegría. El mundo produce placer pero no alegría; produce prosperidad, pero no felicidad. Todos los días en Misa el sacerdote nos invita a levantar el corazón. Sólo cuando lo tengamos levantado hacia el Señor, no de palabra sino de obra y de verdad, seremos plenamente felices.

“Si amas a Dios estarás en el cielo estando en la tierra. No se eleva el corazón como se eleva el cuerpo. Para elevarse el cuerpo es suficiente cambiar de lugar; para elevarse el corazón hay que cambiar de querer” (San Agustín).

“El hombre nunca debe cortar el cordón umbilical que le une con Dios”. (v.7).

Hay una relación entre los verbos: llamar y escuchar. El hombre llama y Dios escucha. Entre Dios y el hombre no hay un muro que los separa sino un puente que los une. El puente es la oración. Por la oración el hombre se abre a Dios y Dios baja hasta el corazón del hombre. Por la oración el hombre está en hilo directo con Dios. Su vida es un diálogo, un coloquio, una conversación con él. ¿Qué sería del hombre si Dios no le escuchara?

VV. 8-13. En el centro del poema se pone este himno de acción de gracias y no es sino una contemplación de las obras que Dios despliega en el mundo y en la historia:

“Un hombre feliz con su Dios” (v.8).

El salmista sabe por propia experiencia lo que es Dios. Ha tenido quizás experiencias negativas, momentos en que no ha estado del todo anclado en Dios. Todos los demás dioses han sido ídolos de barro. Le han dejado triste y vacío. Por eso ahora, se puede dirigir a Dios con admiración ¡Eres genial! ¡Eres único! ¡Ninguno, ni todos los dioses juntos pueden compararse contigo!

Las obras realizadas por Dios responden a su categoría de ser el Dios de los dioses.  «¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, sublime en santidad, temible en proezas, autor de prodigios?» (Ex.15,11). ¿Quién no ha tenido ídolos en el corazón? También el salmista. Lo importante es tener experiencia de que los ídolos nos han dejado vacíos y Dios nos ha llenado del todo.  

“A los salmistas y profetas les gusta soñar. No rompamos sus sueños” (v. 9).

Este versículo puede aludir a Is 2,2-3: «Hacia él afluirán todas las naciones, vendrán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor».

La visión del profeta es majestuosa. Se imagina grandes masas de hombres como ríos que suben hacia Jerusalén. Los ríos siempre bajan. Aquí suben, van contra corriente, arrastrados por una fuerza interior y superior. Todos irán a adorar al Señor, a postrarse en su presencia. Gente que va contra la corriente de sus instintos y pasiones, contra la tendencia a adorar ídolos. Aquí hay que situar el espíritu de las Bienaventuranzas. Lo normal es que las riquezas, el poder, el placer, nos arrastren hacia abajo. Lo importante es encontrarse con Jesús que “tira hacia arriba”. Nos seduce y nos fascina. 

“El salmista está orgulloso de su Dios. Nosotros, en el Nuevo Testamento, ¿sentimos ese orgullo por Jesucristo?” (v.10).

También este texto puede tener relación con Ex 15,11: «¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú sublime en santidad, temible en proezas, autor de prodigios?» El poeta abre el cántico con una profesión de fe según el monoteísmo afectivo y piadoso más que teórico. No existen dioses ni obras como Yavé. La unicidad divina es querida por judíos, cristianos y musulmanes.

«Ninguno es como tú … Nuestros hermanos los musulmanes han vuelto a tomar esta profesión de fe como fundamento de su doctrina religiosa. Bajo esta fórmula realiza Moisés el canto del Mar Rojo» (Emanuel, comentario judío a los salmos).

Todos los pueblos lo reconocerán en esta triple fórmula: Verán al Creador en Sión, sede de su presencia; se postrarán en adoración y proclamarán su fe glorificando el Nombre Divino.

“Dios se merece todo nuestro corazón, sin partirlo” (v.11).

Los profetas han hablado muchas veces del corazón humano. Hay que dárselo enteramente al Señor. Jeremías habla de una ley interior, escrita en el corazón (Jer 31,33). Ezequiel pide poner un corazón nuevo: cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne (Ez 36,26). Dios no acepta un corazón partido, dividido. No puede ser de muchos dueños. Todo el corazón debe ser para el Señor.

Así el hombre podrá cumplir el principal mandamiento de la ley: «Amar al Señor con todo el corazón» (Dtn 6,5).

«En el temor de tu nombre». El que ama a Dios con todo el corazón sólo tiene un miedo: perder ese amor. El temor no nace del miedo a un castigo sino del miedo a no amarle, del miedo a defraudarle.  

“Sólo cuando todo nuestro corazón es de Dios lo podemos amar con todo el corazón” (v,12).

Una vez liberado el corazón de los ídolos y entregado del todo a Dios, el salmista se dedica plenamente a la alabanza. Una alabanza perfecta porque su corazón está todo lleno de amor. Los salmistas, hombres de Dios, nos enseñan que “en la alabanza a Dios” está la fuente de nuestra verdadera alegría.

Este deseo de alabar al Señor y bendecirle puede darse incluso en condiciones adversas. Escuchamos una bonita plegaria de Bonhoeffer mientras estaba preso en un campo de concentración: “Señor Jesucristo, tú fuiste pobre e indigente, fuiste prisionero y abandonado como yo; tú conoces la infidelidad de los hombres; tu permaneces junto a mí, cuando nadie permanece a mi lado; tú no me olvidas y me buscas y quieres que te reconozca y que me vuelva hacia ti, Señor, oigo tu llamada y la sigo. ¡ayúdame!”

“Ante cualquier adversidad sólo hay un lugar seguro: Dios” (v.14-16).

Ahora el orante se siente encerrado como en una prisión. Alrededor tiene una banda de enemigos. Dios no puede quedar indiferente allá en su cielo dorado.

El salmista acude al amor de Dios, no un amor cualquiera sino al amor entrañable, al que toca su misma entraña de Padre. Tiene su mirada vuelta a Dios y ésta le llena de paz y esperanza: «El Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz» (Num. 6,25-26).

“En el A.T era normal pedir señales a Dios. En el N.T. sólo hay una señal: Jesucristo Resucitado” (v.17).

El pedir una señal es normal en el Antiguo Testamento. Gedeón pedía una señal que garantizase su misión (Jue 6,17).  Isaías invita al rey Acaz a pedir una señal (Is 7,11). También aquí el salmista pide una señal a Dios. Una señal de doble efecto: que se avergüencen los enemigos y que él reciba el consuelo y la ayuda que necesita. Y así, con ese tono de confianza, termina el salmo. Nosotros  los cristianos tenemos La gran Señal: Jesús Vive, ha resucitado y nos ha abierto una puerta a la esperanza que ya nada ni nadie podrá cerrar.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

José Bortolini: “La actividad de Jesús estuvo orientada hacia los pobres e indigentes de su tiempo, a los que confía el reino (Mt. 5,3), atendiendo a sus clamores, libertándoles y mostrándose con ellos rico en amor y fidelidad (Jn. 1,17). Afirmó que no rechazaba a ninguno que el Padre le había confiado, ni alejaba a los que se acercaban a Él (Jn.6,37). Cuando ya no había esperanza, sacó a algunos de las profundidades de la muerte y los devolvió a la vida (Jn. 11; Lc. 7,11-17; Mc. 5,35-43)”

Jacquet: “Dios se revela mejor en lo que concierne a su naturaleza, en su incansable misericordia que en su omnipotencia”

E. Beauchamp: «La oración del salmo 86 no se confunde con cualquier grito de sufrimiento ante una divinidad amiga. Se siente ya el anticipo y diálogo amoroso y confiado del evangelio: Pedid y recibiréis».

San Juan Crísóstomo: «Las oleadas son numerosas y peligrosas las tempestades, pero no tememos el naufragio: estamos consolidados sobre la roca. Aunque el mar se enfurezca, no demolerá la roca. Aunque las olas se agiten no podrán hundir la barca … Me importa poco cuanto el mundo considere como temible. Me río de sus bienes. Ni temo la pobreza ni deseo la riqueza. Ni tengo miedo a la muerte, ni deseo seguir viviendo, si no es para aprovechamiento espiritual».

Watson: «Ser feliz es tener el corazón abandonado en Dios y en su ley».

ACTUALIZACIÓN

La oración debe estar al alcance de todos. El Papa Francisco se dirige a tantos hombres y mujeres del mundo que, en el momento de la pandemia, ni siquiera van a tener un sacerdote a la hora de su muerte. Les dice que recen, que se dirijan a Dios, que le expongan su situación, su deseo íntimo de volver a Dios y que se confíen en  Dios Padre.

Tal vez en estos momentos debemos recordar una frase de Jesús a la Samaritana. “Vienen días en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn. 4, 23). Jesús nos habla de un Templo en el corazón de cada uno y, desde allí, el Padre escucha a todos.

O tal vez nos venga bien recordar aquellas bellas palabras de León Felipe: “Nadie fue ayer, ni va hoy ni irá mañana hasta Dios por ese mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol; y camino virgen Dios”.

PREGUNTAS

1.- ¿Sé convertir mi situación de limitación y pobreza en ocasión para afirmarme más en Dios?

2.- En mi grupo cristiano, en mi comunidad, ¿hay lugar para la alabanza, la adoración, la acción de gracias? ¿Sabemos compaginar la acción con la contemplación?

3.-Cuando amo a mis hermanos, cuando me entrego a los demás, ¿les doy un corazón partido? ¿Y no será ésta la mejor prueba para saber que no estoy amando a Dios con un corazón entero?

ORACIÓN

«Mantén mi corazón entero»         

Hoy, Señor, mi oración es más íntima, más profunda. Toca lo más nuclear de mi ser: el corazón. No voy a pedirte por mis manos, mis pies, mi boca, mi mente. Te pido por mi corazón. Te ruego que no lo tenga nunca partido, dividido. Te suplico que lo mantengas siempre íntegro para ti.

Que pueda amarte, alabarte, adorarte con todo mi corazón. Que, desde él, se eleve hacia ti mi mejor cántico, mi más dulce melodía, mi mejor concierto, sin que exista ninguna nota discordante.

¡Qué hermoso poder decirte a boca llena: mi corazón es tuyo, todo tuyo, todo entero para ti!

«Sin tenerte en cuenta a ti»

Hoy, desgraciadamente, hay muchas personas que organizan su vida, hacen sus programas, realizan sus proyectos sin tenerte en cuenta a ti. Y me pregunto ¿Qué pueden proyectar sin ti si tú eres el único horizonte de nuestra vida?

Ilumínales, Señor, porque están ciegos. ¿Acaso por taparse los ojos dejará el sol de existir? Dales tu luz y tu verdad. Que descubran en ti el único sentido de sus vidas.

“Alegra el alma de tus siervos, pues levanto mi alma hacia ti»

Señor, cuando tú no estás a mi lado, cuando no estás presente en mi vida, mi alma está triste, afligida. Mi alma está por los suelos. Es necesario que me alces, que me levantes, para que yo, en ese mismo instante, levante mi ánimo, mi ilusión, mi gozo, mis ganas de vivir.

Tú no eres para mí una vana ilusión, una bonita teoría. Eres el que me arrastra, me llama, me empuja hacia una vida plenamente feliz.

Gracias, Señor, porque te experimento como mi Dios, el único capaz de llenar plenamente ese deseo infinito de felicidad que has puesto en mi corazón. Contigo, puedo afirmar con tu siervo Francisco: «Mi Dios y todas las cosas».

Oración mientras dura la pandemia

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción, concede descanso eterno a los que han muerto por la pandemia del «coronavirus», consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor, glorificando juntos tu santo nombre. Por JNS.  Amén.

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