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Dos curas rurales en estado de alarma

Ricardo Mur
30 de junio de 2020

Antes de comenzar a escribir, detallar que vivo en la villa de Biescas (provincia de Huesca y diócesis de Jaca) y que mi tarea pastoral  se desarrolla allí y en los pueblos vecinos, tanto al norte como al sur. Muy cerquita de Biescas, en Gavín, a 3 kilómetros, vive otro sacerdote, don Jesús Landa. Entre los dos atendemos la zona. Y los dos hemos vivido juntos, mano a mano,  lo que les voy a contar.

Aunque las cifras oficiales dan un censo cercano a los 1.500 habitantes para el municipio de Biescas, la realidad es que en invierno, en la villa no dormimos más de 600 personas y en el resto de núcleos, entre una docena de pueblos,  no pasan de  150. Eso sí, el censo estival puede aumentar en más de 13.000 personas.

Todo vino a raíz de un viaje a Benidorm y del  funeral de uno de los viajeros celebrado a principios de marzo. Como la familia es larga, el contagio se propagó a la velocidad del rayo entre Biescas y los pueblos del entorno. A partir del 14 de marzo, fecha del inicio del estado de alarma y del confinamiento, los contagios emergieron como las setas primaverales y los fallecidos empezaron a llenar los tanatorios.

MIsa en Santa Elena el 13 de junio.

La historia empezó como de la noche a la mañana. En la Residencia de Ancianos La Conchada sonó la alarma. Comenzaron a sucederse los contagios, tanto de residentes como de trabajadoras, siguieron los ingresos en el hospital San Jorge de Huesca, continuaron los fallecidos.

Nuestra tarea sacerdotal, estos días, ha consistido básicamente en estar aquí. Es la esencia del cura rural, más que hacer, estar, permanecer en los pueblos y con nuestros feligreses.  Porque los sacerdotes somos casi los únicos que quedamos en el mundo rural las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año. Y al permanecer, hemos podido acompañar a los vivos y a los difuntos lo mejor que hemos sabido, podido y nos han permitido las circunstancias. Maestros, profesores, médicos, enfermeras, bancarios,  secretarios, funcionarios diversos… cumplen muy bien su trabajo, pero, salvo excepciones honrosas, que las hay, cuando terminan su trabajo se van, no se quedan aquí. En el territorio solo quedamos los curas y alguno más.

«Concelebrar con el Papa«

Al  no poder celebrar eucaristías con público, orientábamos a nuestros habituales, sobre el medio más asequible para participar en la misma, bien por la radio, bien por la televisión, bien por internet. Incluso lanzamos la iniciativa “Concelebrar con el Papa”, en la que los sacerdotes, durante la Semana Santa, en lugar de celebrar a puerta cerrada en el templo, lo hacíamos en nuestras casas, frente al televisor, con el cáliz y la patena en la mesa del tresillo, concelebrando con Santo Padre y la Curia Romana, en la basílica de San Pedro de Roma.

A primera hora de la mañana, antes de abrir la iglesia o tomar el café, bien  la funeraria, bien las familias, ya nos avisaban de los fallecidos. Hubo días con dos y tres difuntos.  En algún momento, la funeraria local  llegó a gestionar cinco “cajas” en un  solo día. En un pueblo pequeño es un lío, porque no se habla de otra cosa y el miedo se contagia. Como la actividad presencial estuvo reducida a más que mínimos, nuestra atención personal a los enfermos y a las familias de los fallecidos debía ser por teléfono.

Comunicación fluida

Don Jesús y yo hablábamos todos los días y más de una vez por teléfono para comentar el estado de la cuestión. Si no llamaba el uno, lo hacía el otro. Nunca hemos estado tan cerca. Y vivimos solo a cinco minutos de distancia.

A las 12 del mediodía tocábamos las campanas. Cuando nos preguntaban el porqué, decíamos que era para rezar el ángelus por los enfermos y los difuntos, para aplaudir a los sanitarios y demás profesionales y para recordar a todos que nosotros dos estamos aquí, al pie del cañón, que no nos hemos ido.

Al no poderse celebrar en condiciones normales los funerales, si el difunto era inhumado, rezábamos un responso a pie de tumba o de nicho; si era incinerado, lo hacíamos en el tanatorio. Pero nunca con más tres personas, ni una más. Incluso en algún caso estuvimos solos el funerario, el cura y el enterrador. Jamás nos hemos sentido más tristes e impotentes. Por el contrario, en más de una ocasión la  Guardia Civil tuvo que evitar concentraciones masivas al margen de lo decretado.  De todo hemos tenido.

Detalle de Cáritas

La Residencia estuvo casi dos meses intervenida por el Salud. La labor del instituto público ha sido crucial y memorable. No nos dejaban entrar a nadie al edificio, faltaría más, pero la comunicación existía. Cáritas parroquial de Biescas les envío una caja de caramelos, con la oración del Papa,  a cada residente y el Domingo de Pascua les mandó unas torrijas como postre. A través de las ventanas, primero y luego en el jardín, podíamos visitar a los ancianos. Ha sido imposible celebrar con ellos físicamente la eucaristía, pero la seguían por la TV. Cuando nos la reclamaban, hemos sentido la más absoluta  impotencia.

Nuestros feligreses enseguida supieron que no se podían celebrar ni Primeras Comuniones, ni Confirmaciones, ni romerías…  Al principio hubo alguna reacción natural en contra, pero rápidamente todo el mundo asumió lo que el sentido común dicta. De la media docena de bodas que se anularon, más de  una se pudo haber celebrado. Pero nadie nos puede culpar al  respecto, cada uno es libre para tomar sus propias decisiones.

¿Sabían que para respetar el confinamiento, cuando no se podía circular, a don Jesús Landa, el cura  de Gavín, la misma Guardia Civil le llevaba a casa el pienso que necesitaba para sus animales? ¿Y sabían que, al quedarse la villa de Biescas sin prensa, para poder atender en condiciones la Delegación de Medios de Comunicación, me tuvieron que hacer un salvoconducto para poder circular diariamente, al margen de las obligaciones parroquiales, hasta la gasolinera de Senegüé, o Sabiñánigo, por el sur, o el mismo Escarrilla por el norte?  Total entre 25 y 30 kilómetros diarios… Pero lo que nadie se imagina es que esos viajes matutinos a por el paquete de prensa, en tiempo primaveral, y más en tiempos de confinamiento, eran una auténtica botella de oxígeno. Jamás la gasolina estuvo mejor empleada.

Polifacéticos

Los dos curas nos manejamos muy, pero que muy bien en lo doméstico, tanto en la cocina como en lo demás. Caso contrario, hubiésemos tenido  un verdadero problema. Más de uno ha lamentado estos días su falta de habilidades hogareñas o costumbre en estos menesteres.

Para los que conocen mi faceta de escritor, les diré que esperaba comenzar un nuevo libro hacia septiembre, y, debido al confinamiento, empecé a escribirlo en marzo y lo terminé a mediados de mayo. Trata sobre las espiritualidades modernas y la piedad popular, sobre la evolución última de la misma. Todavía tardaré unos meses a publicarlo, pero ya está hecho. Es aquello de que  los problemas, las catástrofes, las crisis, sean del signo que sean, no nos deben deprimir porque siempre esconden y preparan una nueva oportunidad. Ahora me toca pensar en qué ocupo de nuevo mi cabeza y mi teclado.

Aunque esto no está vencido, ni mucho menos, ya parece que ha pasado la pesadilla. El pasado 13 de junio, fiesta local de San Antonio de Padua, celebramos la misa en la ermita de Santa Elena, con aforo reducido, teniendo en cuenta a  las 36 víctimas mortales de Biescas, Gavín, Orós, Betés , Hoz de Jaca, la Residencia La Conchada y otros más de la zona fallecidos fuera de aquí. El domingo 26 de julio, celebraremos el funeral conjunto oficial  por todos ellos. Presidirá don Julián Ruiz, el obispo de Jaca. Concelebraremos los sacerdotes del arciprestazgo. Biescas ya tiene experiencia  en celebraciones por catástrofes. Esta es una más para contar.

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