En los domingos de Cuaresma somos introducidos a vivir un itinerario bautismal, para reavivar en nosotros este don y para hacerlo de modo que nuestra vida recupere las exigencias y los compromisos de este Sacramento, que está en la base de nuestra vida cristiana. Esta vivencia cuaresmal ilumina y fortalece nuestro plan diocesano VITA, que en su primera línea estratégica nos llama a redescubrir nuestra vocación bautismal, para buscar la vida plena y sentirnos llamados a la misión. 

Así, el primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición humana en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo. Él sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal. 

El evangelio de la Transfiguración del Señor, que la Iglesia proclama el segundo domingo, pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde se discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y se fortalece la voluntad de seguir al Señor.

La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para la vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23).  

El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en Él a nuestro único Salvador.

Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios» (v. 27). 

Os invito a vivir este año con mucha intensidad este camino cuaresmal para reavivar el don de nuestra vocación bautismal. Un momento culminante en ese proceso será la renovación de las promesas bautismales en la gran Vigilia de la Noche Santa. Renovamos nuestro bautismo para actualizar nuestro ser sacerdotes, profetas y reyes, a semejanza de Cristo. Para renovarnos nosotros y reavivar la vida de nuestras parroquias y comunidades. Un gran don para cada uno de nosotros, para la Iglesia y para el mundo.