Corazón «bailarín»

Heridos, violencia, vandalismo, destrucción, enfrentamientos… Motivación: defender la libertad de expresión (causa noble, sin duda). Mas, a río revuelto… ganancia de antisistemas y aprovechados, y miedo y pérdidas para los de a pie de calle. Situación y acción muy graves a profundizar para sanar: ¿descontento por la situación laboral y humana de la juventud, sin perspectiva de futuro?, ¿carencia de valores humanos? ¿rechazo de los políticos que poco solucionan y mucho se insultan?, ¿desconcierto y cansancio por la pandemia? Pero, nunca, nunca la violencia. Destruye, no humaniza. Es fuerza incontrolada, no reflexión y acción. Perjudica a todos, no beneficia a nadie. Nunca la violencia, ni la institucional cuando se da, ni la callejera que nunca es respuesta noble a problemas graves y reales.

 Y en este marco, no sé por qué, me ha venido a la memoria -con insistencia- una canción de mi juventud, obra de Palito Ortega y cantada también por Marisol: “Tengo el corazón contento, el corazón contento, lleno de alegría. Tengo el corazón contento desde aquel momento en que llegaste a mí. Le doy gracias a la vida y le pido a Dios que no me faltes nunca”. ¿Una frivolidad? Espero que no, solamente me venía a la mente el primer verso. No me interesaba el motivo de la segunda estrofa, aunque sea noble y bonito, sino la afirmación de alegría.

    Porque la postura y la reacción verdaderamente humana (y no digamos la cristiana) ante esta situación, es la paz y la esperanza, a la vez que un compromiso serio de no-violencia en nuestra vida diaria. Ni palabras ni hechos violentos por muy pequeños que sean o nos parezcan. Y entonces, el resultado es: un corazón contento, lleno de alegría esperanzada y de compromiso convencido para que llegue más pronto que tarde una nueva situación de justicia y de paz para todos, comenzando por los últimos que cada vez son más. Un corazón esperanzadamente alegre es el único que puede cambiar el mundo.

Pero tengo que confesar que recordar esta canción del corazón contento, se la debo al Papa Francisco por una de sus incontables frases sencillas -difíciles de imaginar- y muy gráficas: “Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, al primer lugar y así sucesivamente…? ¿Tengo un corazón “bailarín”, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?” (Homilía 17 feb 21 – miércoles de ceniza).

“Corazón bailarín” me sonaba, en un primer acercamiento, a corazón contento. Pero en la frase del Papa no es así. Bailarín: de un lado a otro, sin criterio fijo para nada: adelante, atrás, izquierda, derecha… según convenga. Pueden ser esos corazones que ‘bailan’ porque no son conscientes de su misión en el mundo, porque viven al margen de lo que creen que ‘no les afecta’, que ‘no va con ellos’ o que no quieren que ‘vaya con ellos’. Corazón superficial e irresponsablemente alegre, hipócritamente tranquilo, ese es el corazón bailarín.

Aunque también se pueda llamar ‘bailarín’ a un corazón responsable y serenamente contento.

Lo que sí creo que es necesario es no confundir la alegría con la irresponsabilidad que se lava las manos. No confundir el estar contento con el olvido de la situación que nos rodea, del sufrimiento de muchos o de la injusticia del hambre, de la pobreza, del desprecio de la vida humana en tantos y tantos lugares y situaciones.

Un corazón contento, sereno, alegre se fragua en medio de la realidad por dura que sea y en el convencimiento humano y, por ende, cristiano de que otro mundo es posible. Con esperanza firme de que acogiendo y trabajando lo bello, lo verdadero, lo noble, lo bueno, ayudamos a la venida de un mundo nuevo: «Admirar lo bello, Proteger lo verdadero, Venerar lo noble, Decidir lo bueno: Lleva al hombre, en la vida a metas; en la acción a lo recto; en el sentir a la paz; en el pensar a la luz, Y le enseña a confiar en la obra Divina, en el mundo entero, en el fondo del alma.» (Rudolf Steiner)