El Año Santo 2025, convocado bajo el lema «Peregrinos de Esperanza», se acerca a su conclusión. Si bien en nuestra diócesis lo culminaremos con una celebración en la Basílica del Pilar el próximo 28 de diciembre y la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro no se cerrará definitivamente hasta la solemnidad de la Epifanía (6 de enero de 2026), el Adviento de este año marca la última gran etapa litúrgica de este tiempo de gracia.
El Jubileo de la Esperanza ha sido un año dedicado a la reconciliación, el servicio y la peregrinación. En el Adviento, damos gracias por los dones recibidos a lo largo de estos meses jubilares y estamos llamados a cosechar los frutos de esta experiencia que muchos hemos vivido como auténticos peregrinos de esperanza. Los eventos finales del calendario jubilar, como el Jubileo de los Pobres (a mediados de noviembre), sirven como una poderosa transición, recordándonos que la esperanza no es un sentimiento pasivo, sino una caridad activa. La inminente clausura de la Puerta Santa es una llamada final a aprovechar las últimas semanas para obtener la Indulgencia jubilar y sellar los propósitos de conversión iniciados en la Navidad de 2024.
El Adviento, que empezamos este domingo, es el tiempo por excelencia de la esperanza en el calendario cristiano. En este año Jubilar, su mensaje se amplifica. Con la espera de la Natividad, nos preparamos para conmemorar el nacimiento de Jesús, la manifestación histórica de la esperanza puesta en Dios. Con la espera de la Parusía, mantenemos la vigilancia activa para la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. Al vivir el Adviento dentro del marco del Jubileo, la espera del Salvador se vuelve más concreta: la renovación espiritual experimentada a lo largo del año debe prepararnos para acoger a Cristo con un corazón limpio en el pesebre y, de manera permanente, en nuestra vida diaria. El peregrino que ha cruzado la Puerta Santa sabe que la peregrinación no termina, sino que se transforma en la vigilancia del Adviento.
Los evangelios del Adviento nos llaman a estar despiertos. En un año dedicado a la esperanza, esto significa no caer en el pesimismo, sino mantener la fe firme como el ancla que sujeta nuestra vida en las tormentas de nuestra existencia. Debemos permanecer orantes, pidiendo a Dios la perseverancia para que la gracia del Año Santo no se desvanezca.
Y como herencia del Jubileo, este Adviento debe ser un tiempo de intensa solidaridad, que debe expresarse en el compromiso con el proyecto solidario Jubilar en el que estamos inmersos, referente a la prevención y ayuda frente a la trata de personas. La esperanza que celebramos en la liturgia se manifiesta en el servicio al prójimo, especialmente a aquellos que aún no han encontrado la luz de la Navidad.
El Adviento de 2025 es un puente. Nos permite cerrar con gratitud el gran regalo del Jubileo y abrirnos con gozosa expectación al misterio siempre nuevo de la Navidad. Es el tiempo perfecto para demostrar que la esperanza es la que nos impulsa a vivir como peregrinos en el camino de la vida.