Caminando juntos. Carta del obispo de Barbastro-Monzón. 28 de diciembre de 2025

Ángel Pérez Pueyo
27 de diciembre de 2025

Aunque pueda parecer paradójico, este 28 de diciembre —día en que la Iglesia celebra a la Sagrada Familia y evoca también a los inocentes que nuestra sociedad del bienestar sigue gestando—, nuestra mirada como familia se ensancha para reconocer a los inocentes de nuestro tiempo (vidas no nacidas, niños abusados, ancianos olvidados, pobres descartados, familias destrozadas, víctimas sin nombre…). En ellos resuena el llanto de la humanidad y se prolonga la herida abierta de la historia. Y, precisamente en esta fecha marcada por el dolor de los pequeños, alzamos proféticamente nuestra voz en un canto de esperanza con el que clausuramos este Año Jubilar convocado por el papa Francisco, proclamando que Dios no es indiferente a la familia humana ni al sufrimiento de sus inocentes, y que su misericordia tiene la última palabra.

Gratitud

Nuestro corazón se llena, ante todo, de gratitud. Gratitud a Dios, que ha querido regalarnos este tiempo de gracia; y gratitud a cada uno de vosotros —sacerdotes, animadores de la comunidad, consagrados, laicos, familias, jóvenes, cofradías, movimientos, parroquias y agentes de evangelización— que lo habéis hecho vivo, cercano y fecundo.

Cuando el pasado 29 de diciembre de 2024, en la concatedral de Monzón, cruzamos juntos la Puerta Santa, lo hicimos con el deseo de pasar —como recordábamos entonces— del cansancio al descanso, de la oscuridad a la luz, del desaliento a la esperanza. Hoy podemos decir, con humildad y gozo, que ese paso se ha convertido en un camino compartido de comunión y corresponsabilidad.

Caminando juntos

A lo largo de este año, la diócesis entera se ha puesto en camino. Nuestros lugares jubilares —San Salvador de Torrente de Cinca; la Virgen de la Alegría, en Monzón; la Virgen del Pueyo y la Capilla de la Esperanza, en Barbastro; la Virgen de la Peña, en Graus; así como las residencias de ancianos y la capilla del hospital— se han convertido en verdaderos hogares de misericordia, donde muchos han podido reconciliarse, orar, agradecer y renovar su fe.

Cada peregrinación ha tenido un rostro concreto: los enfermos y el mundo de la salud, los medios de comunicación, las cofradías, la vida consagrada, las familias, los sacerdotes, los catequistas, los animadores de la comunidad, los coros… Cada grupo ha traído consigo sus gozos y sus heridas, depositándolos ante el Señor y experimentando que la esperanza cristiana no defrauda.

En comunión con la Iglesia universal

Nuestro Jubileo diocesano ha latido al mismo ritmo que la Iglesia universal. De modo especial, la peregrinación a Roma —con los jóvenes, con parroquias del Cinca Medio–La Litera y con las delegaciones de familias de la CEE—, así como la peregrinación a París con la unidad pastoral de Graus, nos hicieron sentir Iglesia en camino desde todos los rincones del mundo hacia la misma Puerta Santa.

Esta misma experiencia fue evocada en la Vigilia de la Inmaculada, celebrada en el convento de Santa Clara de Monzón. Allí se nos recordó que somos un solo pueblo, sostenido por la fe y la intercesión de María, bajo cuyo manto pusimos todas las realidades humanas y eclesiales. Fue un auténtico Magníficat de esperanza: un canto de acción de gracias por lo vivido y de confianza ante lo que aún está por venir.

Concluyo agradeciendo al equipo de la Comisión Permanente, a los miembros de los diferentes órganos colegiados, a los delegados, arciprestes y moderadores de las ocho unidades pastorales, así como a los sacerdotes, consagrados y laicos que, entre todos, han hecho posible celebrar con humildad y sencillez este Año Jubilar: a quienes habéis preparado celebraciones y peregrinaciones; a quienes habéis acompañado, animado, cantado y servido; y a quienes, quizá en silencio, habéis sostenido todo con la oración y el sacrificio.

Gracias por haber mostrado que nuestra diócesis, marcada por una profunda impronta milenaria, misionera, mariana y martirial, sigue siendo una tierra de acogida y de esperanza.

Los retos que se abren

Este Jubileo nos deja dones claros: una fe más agradecida; una comunión y corresponsabilidad más reales, reflejadas en la organización y reestructuración pastoral de la diócesis; y una esperanza más concreta. Pero también nos plantea retos: seguir pasando de una Iglesia entendida como «bazar de lo sagrado», centrada en servicios y actividades pastorales aisladas, a una Iglesia familia de familias; culminar el proceso de beatificación de los 252 mártires; consolidar la unidad y la corresponsabilidad; y vivir con mayor hondura la caridad y la misión.

Todo ello se convierte ahora en preparación para el próximo gran don que el Señor nos concederá, del 21 de junio de 2026 al 21 de junio de 2027: el Jubileo de san Ramón, con motivo de los 900 años de la muerte de este «obispo no al uso», patrono de nuestra diócesis. Él nos invita a seguir impulsando un modo nuevo de ser Iglesia sinodal: fiel, humilde y valiente, que no teme ponerse en camino.

Que María, la primera creyente y discípula, nos siga guiando. Que todo lo vivido en este Año Jubilar se traduzca en una vida cristiana más libre y alegre, más auténtica y transparente, más entregada y confiada en Dios.

Con mi afecto y bendición,

Ángel Javier Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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