ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
INTRODUCCIÓN
Al evangelio original de Marcos se le añadió en algún momento un apéndice donde se recoge este mandato final de Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». El Evangelio no ha de quedar en el interior del pequeño grupo de sus discípulos. Han de salir y desplazarse para alcanzar al «mundo entero» y llevar la Buena Noticia a todas las gentes, a «toda la creación». Nadie sabe cómo será la fe cristiana en el mundo nuevo que está emergiendo, pero, difícilmente será «clonación» del pasado. El Evangelio tiene fuerza para inaugurar un cristianismo nuevo (J.A. Pagola).
TEXTOS BÍBLICOS
1ª lectura: Hech. 1, 1-11. 2ª lectura: Ef. 1, 17-23
EVANGELIO
San Marcos 16, 15-20:
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos. «Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
REFLEXIÓN
Este texto de Mc. 16,15-20, no pertenecía al evangelio original (que acabaría en 16,8), sino que se trata de un “apéndice» posterior para, a imitación de los otros dos sinópticos, y de una forma estereotipada, terminar el evangelio con el relato de la misión (como Mateo) y de la ascensión (como Lucas). Hay que agradecer a Marcos su insistencia en «la misión». Eso nos caracteriza: dedicar la vida al proyecto de Dios, el Reino, como Jesús. ¿Cómo hay que entender esta misión?
1.– Como una necesidad apremiante. Lo esencial es “hacer discípulos”. Hombres y mujeres que, guiados por el Espíritu Santo, tomen el aire, el talante, el estilo de vida que llevó Jesús. Hubo un tiempo en que se creía con fuerza que la parusía estaba ya cerca. Y se deseaba: “Ven, Señor, Jesús”. Era la exclamación más común en sus celebraciones. Fue San Lucas el que, escribiendo los Hechos de los apóstoles, nos dice que la historia de Jesús continúa en la Iglesia. Y eso va para rato. Entonces la Iglesia se convierte en misión: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos confines del mundo. (1ª Lectura). Hay mucha tarea. Hay que cristianizar el mundo e impregnarlo del evangelio. Y esto no se consigue quedándose como los apóstoles “plantados mirando al cielo”. Hacen falta profetas y apóstoles “desde el vientre de la madre”. Y esta expresión no significa que nacen personas y se les da una misión; sino porque hay una misión nacen estas personas. La misión es la razón de su vivir. Por eso podía decir el Apóstol Pablo: ¡Hay de mí si no evangelizo! (1Cor. 9,16). El apóstol descubre que si no evangeliza pierde el sentido de su vida.
2.– La misión está estrechamente unida a la Pascua. Antes de la experiencia pascual, los apóstoles estaban en el cenáculo, tristes, llenos de miedo, y con las puertas bien cerradas. Esto significa: a) Objetivamente, que no tenían perspectiva, no tenían horizonte, su fe estaba “vacía de contenido”. Y b) Subjetivamente, estaban desmoralizados, abatidos por el miedo. ¿Se puede evangelizar así? Cuando no tenemos una experiencia viva de Jesús Resucitado, ¿Tenemos derecho a predicar, a catequizar? San Pablo decía: «Creí y por eso hablé” (2Cor. 4,13). Sabemos por el contexto que aquello que ha creído es que Cristo ha resucitado y se le ha aparecido. Cuando tanto nos cuesta aceptar: “Una Iglesia en salida” ¿No será que no estamos en condiciones de salir? Lo que tenemos que predicar es que Jesús Resucitado ha llevado la historia a la plenitud. Lo que con fuerza debemos anunciar con nuestra vida es que con Jesús vivo y resucitado dentro de mí, mi vida ha cambiado: Estoy alegre, no me hundo ante nada ni ante nadie, tengo unas ganas enormes de contar mi vida a otros y gritarles: ¡Es verdad! Cristo ha resucitado y yo soy testigo de todo eso. Yo respeto tu vida, pero ¿Te vas a perder esta experiencia maravillosa que yo estoy viviendo? ¿Por qué no pruebas? Dios te está llamando.
3.– El Cristo que se va, no huye del mundo; se queda siempre con nosotros (Mt. 28, 20). Son bellas las palabras del Papa Benedicto: “La ascensión no quiere decir que el Señor se ha ido a un lugar alejado de los hombres y del mundo. No es un viaje en el espacio hacia los astros más remotos. Significa que Él pertenece ya totalmente a Dios. Él, el Hijo eterno, ha conducido nuestro ser humano a la presencia de Dios. Su humanidad (y en ella estamos también nosotros) ha entrado en la vida trinitaria. Todo lo humano (la creación, el trabajo, el cariño), en Cristo Resucitado, llega a su destino definitivo. Y termina el Papa Benedicto:” Nosotros podemos alejarnos interiormente de Él, podemos vivir dándole la espalda, pero Él nos espera siempre y está siempre cerca de nosotros”. Por eso tenemos que mirar al cielo como la “exaltación de la humanidad”. Esta nuestra vida frágil, maltrecha, vulnerable, ha llegado a plenitud. Este Cristo ya Resucitado y ascendido a los cielos, tira de nosotros, nos anima y nos seduce.
PREGUNTAS
1.– La misión nace del encuentro con el Resucitado. ¿Busco una experiencia fuerte con Jesús, para poder anunciarle?
2.- ¿Me da gozo el pensar que todo lo que vivo aquí en este mundo (amistad, familia, trabajo, solidaridad) lo voy a encontrar allá en plenitud?
Este evangelio, en verso, suena así:
Al festejar tu Ascensión
celebramos tu victoria,
tu vuelta al Padre, Señor,
vestido de luz y gloria.
Tu Ascensión es colofón,
una preciosa corona
a tu vida de servicio,
de amor y misericordia.
Tu fiesta, Señor, nos llena
de esperanza jubilosa.
Subes como novio al cielo
para esperar a la esposa.
Mientras tanto, nos encargas
una misión salvadora:
anunciar la Buena Nueva
con palabras y con obras.
Quieres que, con fe y amor,
sigamos tu trayectoria:
quitar los cardos del mal,
sembrar el mundo de rosas.
Con tu Espíritu seremos
“luz, Señor, entre las sombras,
en vez de murallas, “puentes”,
frente a las armas, “palomas”.
Que impregnemos nuestras manos
del frescor de tus aromas.
Así, Señor, sanaremos
las llagas de las personas.
(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)