Estas semanas se han publicado de nuevo datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) por parte del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre población activa y desempleo. Son varios los análisis que se han vertido en diferentes medios de comunicación o publicaciones especializadas, pero todos son coincidentes en una constatación: la desigualdad y la precariedad se ha hecho persistente en España.
Los titulares venían a decir “España cierra 2018 con la mayor creación de empleo en doce años”, sin embargo, mirando con mayor detalle los datos, había que poner sobre la mesa el lado oscuro de ese crecimiento: la temporalidad, las jornadas parciales o el impago de horas extras han sido indicadores que han crecido a mayor ritmo.
Si bien la tasa de desempleo había bajado por debajo del 15 %, la brecha entre hombres y mujeres es la más alta desde hace una década, suponiendo las paradas un 16,3 % y los parados un 12,9 %.
De la misma manera, la temporalidad acabó el 2018 con el peso más alto en la última década. La tasa de temporalidad alcanzó un 26,9 %, y entre éstos los contratos que duran menos de un día habían crecido un 18,7 % respecto a 2017.
Por otro lado, los contratos parciales, otro de los indicadores de la precariedad laboral, crecieron a un mayor ritmo que las jornadas completas. Las jornadas a tiempo parcial crecieron un 6,8 % respecto al 2017, mientras que las jornadas completas lo hicieron en un 3,9 %.
Además, el descenso en el desempleo no ha afectado a los mayores de 55 años, habiéndose duplicado los parados mayores de 55 años en los últimos diez años que alcanzaron una tasa del 15 %, cuando en 2008 suponían un 7 %.
Es importante tener en cuenta el peso que han tenido los salarios en la economía de nuestro país. La renta de los asalariados ha descendido desde el 50,14 % de 2008, hasta el 47, 27 % del año pasado. En cambio los beneficios de las empresas han pasado durante el último decenio del 41,67 % de la riqueza nacional al 42,23 %. Lógicamente los impuestos sobre la producción han experimentado un incremento de 2,31 puntos.
Pero también detrás de estos datos hay otra lectura y es que ha habido un traspaso del reparto de la riqueza de los trabajadores a los accionistas y rentas del capital. Por ejemplo, nuestro mercado laboral genera mucha menos clase media que en los países de nuestro entorno.
Según el reciente informe publicado por Oxfam Intermón, Desigualdad 1, igualdad de oportunidades 0, “la desigualdad ocasionada por la reducción del peso de los salarios en el PIB es el resultado de la combinación de una estructura ocupacional basada en empleos de bajo valor añadido, con un marco legal que ha ido cambiando para facilitar la contención salarial y las formas atípicas de empleo”.
Este mismo informe también pone el foco en el sistema impositivo español:
“La caída de la presión fiscal durante la crisis fue mucho mayor que la de otros países europeos y al ritmo de recuperación que llevamos tardaremos 9 años en alcanzar la media europea.
Además, esta caída vino acompañada de una reducción del peso de la recaudación proveniente de empresas y rentas de capital, y un aumento de la contribución de familias y asalariados, reduciéndose la progresividad del sistema. El Impuesto de Sociedades suponía, en 2007, 22,3 de cada 100 euros recaudados, ahora tan sólo 12, mientras que 83 provienen de las familias.
A pesar de que las empresas hace tiempo que recuperaron su nivel de beneficios, se recauda la mitad que antes de la crisis. La evasión y elusión fiscal, así como un sistema ineficiente de beneficios fiscales hacen que los tipos efectivos disten mucho de los nominales.
Como resultado, la capacidad redistributiva del sistema tributario español es poca”.
Estas situaciones de precariedad laboral y de desigualdad social han sido reiteradamente denunciadas por la Doctrina Social de la Iglesia, y el propio Papa Francisco con motivo del 70 aniversario de la Fundación de las Asociaciones Cristianas de Trabajadores en Italia, decía en un discurso: “la extensión de la precariedad, del trabajo en negro y el secuestro en el ámbito de la criminalidad hace experimentar, sobre todo entre las jóvenes generaciones, que la falta de trabajo quita dignidad, impide la plenitud de la vida humana y reclama una respuesta solícita y vigorosa. Respuesta solícita y vigorosa contra este sistema económico mundial donde en el centro no están el hombre y la mujer: hay un ídolo, el dios-dinero. ¡Es éste quien manda! Y este dios-dinero destruye, y provoca la cultura del descarte”.