SALMO 123
1 A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
2 Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor Dios nuestro,
esperando su misericordia.
3 Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
4 nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.
INTRODUCCIÓN
El salmo 123 es elocuente por la sencillez de su lenguaje. Con mínimos elementos expresa el salmista todo lo que siente y desea. La súplica es tan persuasiva que parece ya entrar en posesión de lo que espera. Ni sobra un elemento ni queda nada por decir. La característica del salmo 123 es esa mirada que con gran expectación se dirige a Dios que domina majestuosamente el mundo. Los siervos están pendientes con su mirada, de las manos de su Señor. En la imagen de los ojos de los siervos y de la criada no hay una estúpida sumisión sino una expectación ante la inminente actuación de Dios. Algunos encuentran el ambiente adecuado para el salmo en la época de Nehemías (Neh 4,1ss), cuando la pequeña comunidad de repatriados, concentrada en Jerusalén y alrededores, sufren persecución de los vecinos. Otros ven aquí la súplica de los judíos en la diáspora, en medio de extranjeros enemigos. El lenguaje puede adaptarse a cualquier circunstancia. Igual puede entenderse de un sector determinado en el seno de su pueblo, como del pueblo entero en medio de las naciones enemigas.
REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO
Levantar los ojos al cielo es levantar nuestro mundo hasta Dios (v. 1).
El gesto de los ojos levantados expresa la elevación de toda la persona. El salmista, al elevar sus ojos, quiere levantar su corazón y su alma a Dios. Sentiría vergüenza al elevar sus ojos si su corazón estuviera amarrado a la tierra.
El orante tiene los ojos bien abiertos ante la situación concreta de angustia y aflicción que está viviendo su pueblo. Solamente nos es permitido cerrar los ojos y hacer noche en nuestro interior si antes los hemos tenido bien abiertos para contemplar los problemas y sufrimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. “El que reza con los ojos abiertos, la vista del mundo no molesta a su plegaria” (A. Maillot). El que reza con los ojos abiertos, levanta el mundo entero hacia arriba y lo coloca bajo la mirada providente y cariñosa de Dios.
“Todos esperan puestos los ojos en ti y tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente” (Sal 145,15-16).
En este sentido la oración es la actividad más rentable que podemos hacer en favor de la humanidad.
“Tú que habitas en el cielo”
Aunque Dios está en todas partes, el salmista quiere distinguir dos esferas: la del cielo que es la esfera de Dios; la tierra es la nuestra. “Ved la tierra que hollamos con los pies, aquí abajo; ved el cielo que contemplamos con los ojos, allá arriba. La distancia que separa el cielo de la tierra es inmensa: grande la separación, infinito el espacio. Queremos subir y no vemos escaleras. Subimos si pensamos en Dios, que hizo la subida del corazón” (san Agustín).
Entre el cielo y la tierra no hay un muro que nos separa, sino un puente que nos une: el puente del corazón, el puente del amor.
Los musulmanes rezan mirando a la Meca; los judíos mirando a Jerusalén. Los cristianos, mirando al cielo donde está Dios, nuestro Padre (v. 2).
Con la imagen de siervo-amo no se quiere expresar una situación de dependencia por parte del siervo, sino una relación de familiaridad. Para un israelita, ser siervo de Dios es un honor cercano a la filiación. La persona piadosa goza de poder compararse con un siervo el siervo de Yavé, y toda su vida está orientada a su Señor. “El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre… Me dijo: tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti” (Is 49,1.3).
Entre los ojos del siervo y las manos del Señor se establece un campo de comunicación personal. El siervo es “todo ojos” para pedir. El Señor es “todo manos para dar”.
En el salmo no existe una oración formulada, sino una simple mirada expectante. Al siervo le basta con mirar las manos de su Señor. Al Señor le basta con mirar los ojos del siervo para concederle todo lo que pide.
En momentos importantes, a Jesús se le sorprende mirando al cielo, donde está su Padre. ¿Qué ha acontecido en este cruce de miradas? Algo misterioso, inefable, desconocido para nosotros.
Lo que sí sabemos es que “todo lo que tiene el Padre es suyo” (Jn 16,15). Y “nadie podrá arrebatar nada de las manos de su Padre” (Jn 10,29). Jesús nos ha enseñado a rezar elevando los ojos al cielo. La oración del cristiano se distingue de la oración de los judíos que rezaban mirando a Jerusalén. En el cielo está nuestro Padre Dios con sus manos anchas y calientes, dispuestas a concedernos lo que pedimos.
Para rezar no es necesaria la palabrería de los fariseos. Basta una mirada de fe y de amor. Y quedar a la expectativa.
Mirando las manos del Padre. He ahí la actitud del verdadero contemplativo. El que ora de esta manera no quiere paga sino misericordia. El que así ora ha comprendido que vive del amor desmedido del Padre. El verdadero amor no exige paga. Le basta con existir para estar pagado.
Misericordia, es una bella palabra compuesta de “miseria” y “corazón”. La miseria es nuestra y el corazón es de Dios (v.3).
Hay en la Biblia una palabra que abarca inmensidades; es todo un poema y, aunque sólo existiera ella, merecería la pena comprar el libro entero. La frase es ésta: “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Jamás se ha dicho cosa tan bonita de Dios ni se puede decir cosa más sublime del amor.
Si el amor es luz, belleza, alegría, felicidad…, quiere decir que Dios es lo más grande que se puede pensar y soñar. Nos interesa saber qué supone para nosotros ese amor. La palabra que mejor expresa lo que significa para nosotros el amor en Dios es la que se repite en nuestro salmo: “Misericordia”. Misericordia en la Biblia significa que Dios tiene el corazón volcado sobre nuestra miseria. Esta palabra que había resonado en el versículo anterior, ahora lo recoge con entusiasmo toda la asamblea y la repite apasionadamente en forma de cántico responsorial.
San Ignacio de Loyola, en su famoso libro sobre los Ejercicios, nos dice que podemos “contemplar las palabras’’. No consiste en verlas sino en mirarlas reposadamente con mirada de enamorado. No consiste en oírlas sino retenerlas y saborearlas. Entonces se convierten en música para nuestros labios y en melodía para nuestro corazón. La asamblea no se cansa de cantar: “Misericordia, Señor, misericordia”.
En Dios el amor es compasivo. Está siempre presente en él y busca el momento oportuno para darlo a los hombres. “Pero el Señor espera el momento para apiadarse de vosotros, y quiere manifestaros compasión” (Tob 30,18).
A veces el pueblo está harto de los poderosos enemigos (v. 4).
El salmo termina con una ferviente oración del pueblo. Está pasando por una mala situación. El país se halla saciado del peso histórico de una derrota que amenaza prolongarse. El ansia de libertad por la que tanto ha luchado parece desvanecerse. El pueblo se siente humillado y despreciado. Los impíos se ríen de la ineficacia de su piedad y proclaman que la impiedad es mejor que toda devoción. El pueblo pide a Dios que escuche esta sarta de desprecios.
“¡Escucha, oh Dios nuestro, cómo se nos desprecia!” (Neh 3,36). Los “satisfechos” se toman en sentido negativo. Pueden ser los ricos influyentes (Am 6,1) o las naciones opresoras (Zac 1,15). Y así, exponiendo al vivo su precaria situación, con una inquebrantable confianza en Dios, el pueblo permanece expectante.
El salmo rezuma ternura, delicadeza, confianza. Ante una situación angustiosa, el orante no se ha desesperado ni ha perdido los nervios. Con su mirada fija en Dios, todo lo espera de sus manos bondadosas.
TRASPOSICIÓN CRISTIANA
Desde la obediencia al Padre, Jesús propuso a todos sus discípulos el camino del amor y del servicio como única respuesta al mal: “Si alguno de vosotros quiere ser grande, que sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos” (Mt.20,26-27). Por eso, después de haber cumplido con nuestra tarea y nuestro deber, ante Dios somos todos siervos inútiles y sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer. (Lc. 17,10).
Santo Tomás: “Esto de no fiarse del propio parecer nace de la humildad. Por eso el libro de los Proverbios dice que donde hay humildad, hay sabiduría. Los soberbios, en cambio, confían demasiado en sí mismos”.
San Gregorio Magno: “Sólo quien ama en verdad a Dios no se acuerda de sí mismo”.
San Juan Crisóstomo: “Despreciar la comida o la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo. Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta, no es negocio de muchos sino de pocos”.
ACTUALIDAD
Estamos viviendo momentos en España en los que el pueblo está harto de los políticos. No miran los problemas concretos de la gente: la falta de trabajo, los jóvenes bien preparados que tienen que emigrar a otros países, la violencia callejera, la falta de valores morales etc. Solo miran sus propios intereses personales o de su ideología.
“En este salmo, el conflicto es evidente. Por un lado están los “satisfechos” y “los soberbios” y por el otro están los que tienen la vida llena de amarguras hasta la saciedad. Unos y otros están saciados. Muchos de “miseria”, careciendo de todo; otros de “abundancia” debido a la miseria de muchos”. (José Bortolini).
PREGUNTAS
1.- En medio de los afanes y preocupaciones de la tierra, ¿sé levantar, de vez en cuando, mi mirada al cielo? ¿Qué sensación me produce esa mirada?
2.- En el salmo hay un momento en que la asamblea grita entusiasmada: Misericordia, Señor, misericordia. ¿Está mi grupo cristiano empapado del amor misericordioso de Dios? ¿Perdono a mis hermanos como Dios me perdona a mí?
3.- Hay gente que me desprecia por el hecho de ser cristiano. ¿Cómo reacciono? ¿Con violencia? ¿Con arrogancia? ¿O más bien con dulzura y humildad?
ORACIÓN
“A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo”
Señor, mis ojos están demasiado inclinados a la tierra. Casi siempre miran las cosas materiales de aquí abajo: los intereses y preocupaciones de esta vida; sus afanes, sus inquietudes, sus deseos, sus ilusiones. Si me quedo con esta mirada rastrera y superficial me quedo mal por dentro. Por eso necesito levantar mi mirada por encima de las casas y los rascacielos; por encima de las montañas y las nubes. Necesito elevar mi mirada hacia el cielo donde estás tú. Allí es donde mi mirada se serena y mis ojos se llenan de paz. No quiero, Señor, mirar al cielo despreciando la tierra sino que busco levantar la tierra hasta el cielo con mi mirada. Esta tierra que tú has creado necesita de tu presencia para poder subsistir.
“Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están nuestros ojos en el Señor”
Señor, en este salmo, los ojos de los esclavos no están reñidos con las manos de los señores. Hay entre ellos un diálogo, una comunicación, un juego armonioso. Las manos comienzan a moverse tan pronto como los esclavos han puesto en ellas sus ojos.
Haz que yo suba hacia ti no con la mirada del cuerpo sino con la mirada del alma, con la mirada del corazón. Pon mi pequeño y frío corazón de hijo en tus manos anchas y calientes de Padre. Y allí lléname de tu paz, de tu amor, de tu felicidad.
“Misericordia, Señor, misericordia”
Hoy, Señor, no quiero cansarte con mi oración. Vengo a pedirte una sola cosa, una sola y nada más. Con ella me basta. No te pido dinero, ni bienestar, ni salud, ni buena suerte. Lo único que te pido es misericordia. Quiero que pongas tu corazón sobre mi miseria. Que tu gran amor abrase mi corazón y lo purifique de todo delito, de toda miseria, de todo pecado. Haz que yo vuelva a ti con un corazón nuevo. Haz que yo experimente la alegría de poder amar con el mismo amor con que tú me amas.
ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA
Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén